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Como decía Keynes, aún los hombres prácticos son generalmente esclavos de algún economista muerto.
El Banco de la República (BR), como todos los bancos centrales del mundo, siempre emite dinero; por algo lo llaman Banco Emisor. Porque la circulación de dinero es indispensable para el funcionamiento del aparato productivo y, en una economía en crecimiento, es necesario que la cantidad de dinero esté aumentando constantemente..
Entonces, ¿por qué cuando se habla de emisión monetaria muchos economistas, empresarios, políticos o periodistas se asustan más que con el coronavirus? Otra pregunta: ¿por qué hay quienes creen que hay emisiones buenas y emisiones malas?
Porque, como decía Keynes, aún los hombres prácticos son generalmente esclavos de algún economista muerto. En este caso, esclavos del monetarismo de Milton Friedman que predicaba que la inflación es siempre y en todas partes un fenómeno monetario, causado por un aumento excesivo de la cantidad de dinero.
Ese monetarismo es una creencia muy extendida pero refutada tanto por la teoría económica como por la práctica. En Colombia, en la última década, la emisión primaria del BR que se denomina Base Monetaria, pasó de $36 a $ $106 billones, es decir, creció 195%; los tradicionales Medios de Pago (M1), que son billetes y depósitos en cuenta corriente, crecieron 198% y, como diría Garzón la inflación ahí. En el mismo período el IPC solo aumentó 46% y el PIB real aumentó 44%.
Además, en las crisis, cuando la economía se estanca, uno de los instrumentos que tienen las autoridades para reactivarla es la emisión monetaria; de nuevo Keynes. Para no citar sino un ejemplo reciente, en la crisis financiera de 2008, los bancos centrales de los países desarrollados emitieron enormes cantidades de dinero para rescatar a los bancos y estimular la economía. En Estados Unidos, el Federal Reserve triplicó sus compras de títulos del Tesoro, de 700 a 2.100 billones de dólares. Y la inflación quieta.
Ante la emergencia económica que ha creado la lucha contra el coronavirus y la amenaza de una fuerte recesión, el BR está cumpliendo su tarea de emitir para inyectarle dinero a la economía y en cantidades que no son nada despreciables. Además de reducir 0.5% su tasa de interés (debería bajarla más), ha tomado varias medidas expansionistas:
- Emisión transitoria para comprar a entidades financieras títulos de deuda pública y privada hasta por $23.5 billones. Implica una emisión nueva de $11.2 billones sobre el saldo a la fecha. Además, amplió el plazo para estas operaciones de 30 a 90 días y abrió esta ventanilla a aseguradoras, fiduciarias y comisionistas de bolsa.
- Emisión de $10 billones para compras definitivas, no transitorias, de bonos y CDTs de bancos privados. Los vendedores pueden ser bancos, aseguradoras, fiduciarias, comisionistas de bolsa y fondos de pensiones
- Emisión de $4 billones para comprar a esas mismas entidades TES. Esa plata no va al gobierno sino a las entidades privadas que tienen los TES.
- Emisión secundaria de $9.4 billones al reducir el porcentaje de encaje de los depósitos en cuenta corriente y de ahorro y liberación de ese monto de dinero que hoy está congelado en el BR.
Ante una emisión monetaria de unos $24 billones permanentes y otros $11.2 billones transitorios, que podría incrementar la Base Monetaria hasta en 34%, la reacción generalizada de analistas y medios ha sido de un merecido reconocimiento al BR por el tamaño de su respuesta y la decisión de utilizar mecanismos no tradicionales para inyectar liquidez a una economía que languidece. Me uno a ese reconocimiento.
Sin embargo, surge entonces una pregunta: ¿por qué si se acepta y se aplaude esa cuantiosa emisión, se rechaza de plano la propuesta de emitir, inclusive una cuantía menor, para otorgar créditos directos al gobierno y así financiar el indispensable aumento del gasto público necesario para enfrentar las consecuencias del Covid-19? ¿Por qué algunos llegan a calificar esta propuesta de histérica y populista, si hasta está contemplada en la Constitución?
Es evidente que no puede ser por el temor a que la emisión acelere la inflación, pues esto implicaría rechazar también las medidas ya adoptadas por el BR. Tampoco es porque se opongan a que el BR compre títulos de deuda pública (TES), pues hoy ya tiene más de $15 billones en su portafolio de inversiones y acaba de autorizar comprar otros $4 billones, pero eso sí, comprados en el mercado secundario a entidades privadas y no directamente al gobierno.
Entonces, tiene que rondar el fantasma de algún otro economista muerto que sembró la idea maniquea que la emisión es buena si es para ayudar a sector financiero privado, pero es mala si es para financiar al sector público. Esa es otra creencia que no tiene ningún fundamento teórico ni práctico.
El colmo de esta visión maniquea es la última medida tomada por el BR y el Gobierno. El BR baja los encajes y, como se mencionó, libera a los bancos $9.4 billones; a renglón seguido, el Gobierno saca el decreto 562 de 2020 que impone una inversión forzosa a los bancos obligándolos a comprarle unos Títulos de Solidaridad (TDS) por $9.4 billones, con los que va a financiar el aumento del gasto público necesario para enfrentar la pandemia.
Es una vuelta innecesaria porque el BR podía comprar directamente los TDS con la aprobación unánime de su junta directiva. El agravante es el costo fiscal y la ganancia para los bancos. Como los TDS pagan un interés (que puede ser como el 6% anual), el gobierno va a pagar unos $600.000 millones anuales, que son utilidades nuevas para los bancos, porque los depósitos de encaje no tenían remuneración.
Si fuera el BR el que comprara los TDS, el gobierno podría pagar los mismos intereses, pero ahora serían utilidades del BR que se trasladan como dividendos a la Nación, de manera que el costo fiscal neto sería cero. Si hay una emisión mala, es la que genera costos fiscales innecesarios.
*Mauricio Cabrera Galvis, Economista y Filósofo. Consultor independiente, [email protected]