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Parece que el presidente Iván Duque ha optado por la endogamia para enfrentar los problemas de gobernabilidad que tiene. Del clamor popular que llama a gritos un gabinete abierto al diálogo e incluyente, el mandatario ha preferido seguir aceitando su desgastado margen político con el Centro Democrático como si abrirse a otros sectores contrariara su más firme dogma en contra de la mermelada.
El país está desorientado y no por nada distinto a que su timonel no ha encontrado todavía el rumbo. Somos una sociedad dividida y no sólo por la paz. Nuestra historia ha estado marcada por la lucha de partidos, de clases y de grupos armados. No hemos dejado de ser rojos o azules, buenos y malos. Es momento de llamar a una gran unidad nacional en torno a los asuntos que verdaderamente tienen trascendencia en nuestro desarrollo.
No en vano, si bien las razones de las marchas que hemos presenciado desde el pasado 21N son múltiples, a todas las une el mismo mínimo común denominador: la ausencia de un lenguaje incluyente y participativo que logre interpretar a este país sediento de paz, justicia y desarrollo económico equitativo y sostenible. Son muchas las voces que se suman a una inconformidad social generalizada e incomprendida por la falta de canales de comunicación sinceros y humildes.
Se requiere de una agenda política que deje de lado la polarización de las palabras y que mire de frente a la ciudadanía. Tenemos que superar las inequidades económicas y sociales, los riesgos medioambientales y a las economías ilegales que nos desangran diariamente. La gente muere por falta de oportunidades, que afecta tanto a los gatilleros como a las víctimas de sus balas.
De qué sirve una democracia si no es para consolidar un marco de soluciones a los millones de colombianos que son ajenos a las disputas de poder en el capitolio. Somos más los que anhelamos instituciones fuertes y garantes de los derechos que por nacimiento nos corresponden. Y es que los debates que se tienen hoy en día giran alrededor de problemas que no resuelven las necesidades de un pueblo que exige justicia social, equidad y oportunidades. Ahora que ya no somos víctimas del fantasma de la guerra, comenzamos a exigir lo que durante años nos negó una clase política que se alimentaba a sí misma de la violencia. Hoy vemos con mayor claridad los retos que como comunidad padecemos.
No comulgo con la oposición politiquera. Esa que busca sentar posiciones para reclamar réditos en las siguientes elecciones; lamentable el discurso incendiario de algunos candidatos que como buitres esperan la muerte política de Duque. Me aparto también de la testarudez de los que prefieren mantener el rumbo incierto antes que reconocer los errores de su mandato. Estamos capturados por una mafia de discursos incoherentes que necesitan de los extremos para justificarse.
Es momento de abogar por un cambio. No creo exclusivamente en un centro ideológico, sino también en un centro político y social que esté fundamentado en evidencia y que se guíe sobre la base de la transparencia. Somos huérfanos de un liderazgo que asuma las políticas públicas como instrumentos del cambio y no como inversiones políticas de intereses corruptos. Es hora de un relevo generacional en nuestra clase política. Es necesario que los próximos mandatarios se sintonicen con la juventud. Es lo menos que podemos hacer, no es justo seguir embargando su futuro.
Existe endogamia cuando se enrazan los mismos con las mismas, y eso parece ser lo que está pasando actualmente. No salimos de las discusiones partidistas, del mero cálculo político de cómo infringir el mayor daño, o cómo evitar recibir los mayores golpes. Y estamos perdiendo el foco de lo que es verdaderamente importante: la vida, dignidad y seguridad de nuestros ciudadanos. La endogamia es, además, la peor fórmula porque vivimos en una comunidad diversa, plural y multifacética. Una Colombia que espera resolver sus problemas a través del diálogo y la inclusión de todas las voces sociales.
De eso justamente se trataron las marchas: hemos despertado y queremos ser oídos. Exigimos tener voz, así ésta sea el sonido de un cacerolazo que, al multiplicarse, trasluce los inconformismos de una Colombia sedienta de reformas estructurales que mejoren la calidad de vida a millones de personas que sufren a diario de un legado perverso de violencia e injusticia social.
Gabriel Cifuentes Ghidini, @gabocifuentes, Doctor en derecho penal, Universitá degli Studi di Roma, MPA, Harvard University, LLM, New York University, Master en Derecho, Universidad de los Andes