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Cuando los venezolanos insistimos en una negociación, es porque descartamos los extremos, judiciales o belicistas, a los que algunos quieren conducirnos.
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Algunos prestantes políticos colombianos, medios de comunicación y periodistas, están transmitiendo a Colombia una errónea conclusión respecto de la situación que acontece entre Venezuela y Guyana, respecto de lo que en Venezuela conocemos como El Esequibo.
Sostienen ellos que el señor Maduro –eso sí, personalizan- quiere apropiarse o invadir ese territorio que, a juicio de los declarantes, es guyanés. Se llega así a esa conclusión partiendo de una premisa que, por venir de personas e instituciones de esta tierra de Nariño y Caldas, resulta cuando menos incongruente.
Antes de la creación de la Capitanía General de Venezuela el 8 de septiembre de 1777, el territorio venezolano dependía, entre otros, del virreinato de la Nueva Granada. Ya para 1771, es decir, seis años antes de la creación de la citada capitanía, existía la provincia de Guayana, cuyos linderos eran: por el norte la ribera sur del rio Orinoco; por el sur, el rio Amazonas; por el este, el océano Atlántico y por el oeste el Alto Orinoco, el Casiquiare y el Rio Negro.
Esa misma provincia formó parte de la Gran Colombia, es decir, fue colombiana, durante el período en el cual nuestras naciones fueron una sola y ese territorio continuó siendo venezolano, sin discusión, hasta la que originó el Laudo Arbitral de París de 1899 que el gobierno democrático de Rómulo Betancourt denunció en 1962 luego de descubrirse las pruebas que afectan su validez. Fue esa actuación la que generó que, en 1966, el imperio británico suscribiere con Venezuela el Acuerdo de Ginebra a través del cual reconocía, repito, reconocía, que existía una controversia respecto del territorio en cuestión.
Ese acuerdo, que es un tratado válido y por ende debe ser respetado por las partes, establece en su artículo V numeral 2 que “Ningún acto o actividad que se lleve a cabo mientras se halle en vigencia este Acuerdo constituirá fundamento para hacer valer, apoyar o negar una reclamación de soberanía territorial en los Territorios de Venezuela o la Guayana Británica, ni para crear derechos de soberanía en dichos Territorios.
Venezuela ha sido respetuosa de los términos de ese acuerdo; no fue ella quien, en alianza con empresas norteamericanas, otorgó concesiones para la exploración de petróleo en un territorio que ambas partes discuten. De manera que, si algún reclamo pudiere hacerse, es que fue la contraparte –Guyana- la que originó la actual situación y no un referendo realizado al interior de Venezuela.
Ciertamente el conflicto se encuentra ahora a otro nivel.
Por una parte, el Estado venezolano –como reacción a las actuaciones guyanesas- ha comenzado a adoptar decisiones, dentro del territorio venezolano, no en el de discusión, que han originado que Guyana realice ejercicios militares con los Estados Unidos, militarizando el conflicto con el auxilio de la mayor potencia del mundo. Lo anterior ha motivado reacciones de otros, tal es el caso del presidente Petro, quien ha afirmado que, con lo que acontece, se busca “reproducir el conflicto OTAN/Rusia en nuestras tierras, en la selva Amazónica”, lo que llevó a Colombia a respaldar el pronunciamiento de MERCOSUR en el cual solicitan que las diferencias sean resueltas por la vía bilateral, tal como lo prevé el Acuerdo de Ginebra.
Adicionalmente, como consecuencia de la interpretación que respecto del citado acuerdo tenía el Secretario General de la ONU en atención a lo establecido en el artículo IV.2 del mismo, este remitió a la Corte Internacional de Justicia la solución de la controversia. Esto a pesar de la objeción venezolana que estima que ese órgano no es competente para dilucidar este dado que expresamente no lo prevé el señalado acuerdo, lo que no fue aceptado por dicho órgano jurisdiccional y de allí que Venezuela tenga hasta el próximo 8 de abril para presentar sus defensas.
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Bajo la precedente descripción, resulta cuando menos impropio que quienes fueron copropietarios de esos terrenos –antes de la capitanía general y durante la Gran Colombia- hoy sostengan que Venezuela quiere apropiarse o invadir tierras que saben le corresponden a dicho país. A lo sumo, podrían afirmar, es que las tierras están en discusión.
Obvian adicionalmente en su conclusión esas personas e instituciones que esa opinión tienen, que los venezolanos solo hemos salido en grandes cantidades fuera de nuestras fronteras en tres ocasiones: la primera para liberar países como Colombia, Ecuador y Perú o para fundar otros como Bolivia, ninguno de los cuales quisimos anexionar a nuestra tierra, por lo que solo les colaboramos en su concreción de independencia y no como conquistadores. La segunda, en época de la democracia, cuando llegábamos como turistas, con dólares para gastar que nos convirtieron en los más cotizados por el impulso que nuestro consumo originaba en los países que visitábamos y ahora, tristemente, en calidad de migrantes y refugiados.
No dudo que la animadversión que producen al mundo democrático el señor Maduro y sus compañeros de gestión, originan declaraciones como las que motivan la presente columna, pero lo cierto es que una cosa son ellos y otra las legítimas aspiraciones venezolanas sobre tierras que formaron parte del imperio español, del virreinato de la Nueva Granada, de la Capitanía General de Venezuela, de la Gran Colombia y desde su separación de ésta, de la República de Venezuela.
Si alguna característica ha tenido nuestro continente es que las guerras han sido una excepción entre nosotros.
Así como en ocasiones anteriores, respecto del problema venezolano, cuando los países del hemisferio apostaron por el Grupo de Lima y desde esta columna sugerimos que la posición correcta debía ser la búsqueda de la solución sin conflicto, hoy, coincidiendo con la propuesta del presidente Petro, manifestada en la red X, comparto su conclusión de que seamos nosotros, los americanos, sin intervención belicista de ninguna naturaleza, los que ayudemos a resolver la situación. A esto en nada ayudan declaraciones de potencia alguna colocándose al lado de una de las partes y realizando ejercicios militares con esta, pues ello pudiere generar que, otras, se coloquen del lado de la contraparte en la controversia. Menos mal en tal sentido que, tanto Rusia como China han sido muy comedidas en su respuesta institucional respecto de la situación que nos ocupa.
En todo conflicto, ambas partes tienen posiciones maximalistas. El triunfo de estas solo es posible bien por el desistimiento de una de las partes, a través de una sentencia o con base en las armas.
Cuando los venezolanos insistimos en una negociación, es porque descartamos los extremos, judiciales o belicistas, a los que algunos quieren conducirnos, sin que ello implique renuncia a derecho alguno, de allí que, bienvenida sea toda postura que lleve a las partes a negociar para resolver como pareciere finalmente que ocurrirá visto que quienes dirigen los destinos de ambas naciones anunciaron la tarde de este sábado 9 de diciembre que eso harían.
Sépase finalmente que, para los venezolanos, El Esequibo es nuestro, ni pretendemos invadirlo ni tenemos motivos para apropiárnoslo, pues eso se hace con lo que no es de uno y a eso no estamos acostumbrados y a la vista están las pruebas. finalmente que, para los venezolanos, El Esequibo es nuestro. Ni pretendemos invadirlo ni tenemos motivos para apropiárnoslo, pues eso se hace con lo que no es de uno y a eso no estamos acostumbrados y a la vista están las pruebas.
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*Gonzalo Oliveros Navarro, Abogado. Director de Fundación2Países @barraplural