La exclusión racial en Estados Unidos: Un pacto fundacional

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La rodilla del policía blanco sobre el cuello negro de George Floyd encuentra sus orígenes en negociaciones de salón del siglo XIX. Cuando el voto se deposita en una urna con base en la identidad racial o religiosa, el grupo minoritario siempre verá al mayoritario como una amenaza existencial. Eso sucedió en Estados Unidos después de la Guerra de Secesión y hasta hoy se sufren las consecuencias.

En ‘Cómo mueren las democracias’, los profesores de Harvard Steven Levitsky y Daniel Ziblatt argumentan que la democracia de Estados Unidos se construyó sobre un pecado de nacimiento. Y la culpa fue del Partido Demócrata.

La guerra civil americana, que enfrentó a los estados esclavistas de la Confederación con los no esclavistas de la Unión, explotó poco después de la elección del republicano Abraham Lincoln en 1860, que pretendía abolir la esclavitud. Cuatro años de guerra culminaron en 1865 con la entrada de Lincoln, aclamado por los esclavos negros, a la ciudad de Richmond en el estado sureño de Virginia. Temblaron los demócratas.

“Durante la época de la reconstrucción, la concesión del derecho al voto masiva a los afroamericanos planteó una grave amenaza al control político de los blancos en el sur y al predominio del Partido Demócrata”, escribieron Levitsky y Ziblatt. Con base en la Quinta Enmienda a la Constitución, que prohibió denegar el sufragio con base en la raza, los afroamericanos se convirtieron en mayoría en el sur. Las tropas triunfadoras no se retiraron; se quedaron en el sur y registraron a los hombres negros para las elecciones. Según Levistky y Ziblatt, el porcentaje de afros con derecho a voto pasó de 0.5% a 80.5% en dos años. Los ciudadanos negros obtuvieron representación en los congresos estatales y un politólogo de la época, V.O. Key, observó que, de seguir las cosas así, el escenario “habría sido letal para la población blanca del sur”. Todos los estados confederados pasaron, entonces, legislación para frenar el voto negro sin mencionar la raza – exigiendo la alfabetización, por ejemplo -.

Pero la traición a la población negra se cimentó en 1877. Ese año, los republicanos, para lograr que los demócratas le reconocieran el triunfo de su candidato a la presidencia, Rutherford B. Hayes, aceptaron el retiro de las fuerzas federales del sur, que todavía ocupaban los estados confederados, protegían a las comunidades negras y seguían involucradas en el registro de votantes. Así se pactó la reconciliación entre demócratas y republicanos y entre esclavistas y no esclavistas. El proyecto de ley de 1890 para pasar el control de las elecciones de los estados al gobierno federal y así garantizar el sufragio negro se hundió y los estados sureños continuaron profundizando la marginación de las mayorías.

Levitsky y Ziblatt sostienen que, en una democracia, debe existir una tolerancia mutua entre contradictores de manera a que la victoria de uno no signifique el fin del otro. Para ellos, el principio de la tolerancia mutua demócrata – republicana se perfeccionó en 1877 a costa de la aceptación de la supremacía blanca. Hoy, a pesar de los avances del movimiento de los derechos civiles, el pacto fundacional de la democracia de Estados Unidos sigue pasando cuenta de cobro.

*Laura Gil, politóloga e internacionalista, directora de La Línea del Medio, @lauraggils

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