Falsos profetas

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Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y mostrarán grandes señales y prodigios, para así engañar, de ser posible, aun a los escogidos” (Mateo 24:23-24).

falsos profetas

Que nos libre el cielo de quijotes que quieren convencer a la gente sencilla de que una vasija de barro es un yelmo de oro o que un molino es un gigante con quien se debe armar una guerra. Que el 2022 nos regale muchos Cervantes capaces de desenmascarar a los encantadores de serpientes, los locos con ansias de poder y los auto-declarados salvadores de la patria.” Francisco Cajiao. Columnista de El Tiempo y educador colombiano.

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Quiero referirme a aquellos que se declaran anti-políticos para hacer política. Reniegan de ella, la vituperan muchas veces con razón, pero con la singular habilidad de meter en el mismo saco a corruptos y anti-corruptos, a malos y buenos dirigentes.

La anti-política se declara a sí misma en nombre de una asepsia moral como la solución a todos los males que supuestamente generan los políticos. Como el ejercicio puro de la función pública, alejado de cualquier contaminación o interés político y generalmente en nombre del pueblo mismo, de los de abajo, siendo ellos usualmente de arriba, los anti-políticos. Irrumpen en la escena política, muchos como empresarios honestos que no van a robar en el ejercicio del poder público porque no lo necesitan. Interesante sería conocer cómo hicieron su fortuna, cómo convirtieron lo que compraron como hectáreas y lo vendieron como metros cuadrados. Esto no quiere decir que no haya empresarios realmente honestos a quienes les puede picar el “bicho” de la política.

Lo que sorprende de los anti-políticos es su dialéctica simple y pobre, con un talante de fuerte autoridad o, mejor dicho, cargada de afanes autoritarios, como quien se siente dueño de la verdad revelada.

Todo autoritarismo deriva en la abdicación ciudadana. Reemplaza a los ciudadanos a quienes se les da la seguridad de que serán bien administrados los recursos de todos “porque no están políticos de por medio”.

El líder anti-político habla ex–cátedra, o sea, con la verdad revelada, y su discurso tiene una lógica simple. Se presenta como un salvador del pueblo del gremio de los ladrones del tesoro público, pero terminará engrosando su patrimonio. Así ha sucedido en muchos ejemplos históricos de nuestra América mestiza. Los argentinos de cierta época coreaban “Ladrón o no ladrón, queremos a Perón”.

La anti-política no es simplemente una reacción adversa al ejercicio político, cualquiera que sea; no es necesariamente un sentido común desplegado sobre experiencias adversas en la memoria colectiva. Es, más bien, la búsqueda o, mejor, la propuesta de un enemigo común que explica las desgracias o infortunios de un pueblo. Por eso, hay que proponer un enemigo – los políticos o los judíos que robaban al pueblo – fácilmente identificable y ayudado por muchos políticos que consideraron su “cuartico de hora” como un ejercicio de poder y usurparon el tesoro público y los privilegios derivados.

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La anti-política hace mucho daño porque nubla la conciencia ciudadana y la reemplaza por el ejercicio autoritario del poder, vapulea la democracia y la reemplaza por el líder “bueno” que defenderá o defiende al pueblo. Vivimos una crisis de la representatividad y nuestra democracia es básicamente representativa; se vehiculiza a través de los partidos políticos, los cuales participan de la misma crisis. De alguna manera hay un terreno abonado para la anti-política, que en buena parte es producida por los mismos políticos, que volvieron el ejercicio de representación una oportunidad para el enriquecimiento personal y el usufructo de privilegios. En algunos, el cinismo es desconcertante y tienen tan asegurados sus votantes – electorados cautivos –  que la crítica o el señalamiento, como se dice en el argot popular, “les resbala”.

La anti-política es otra forma de robar a los ciudadanos; paradójicamente, les roba su conciencia, los conduce a la propia abdicación de sus derechos, reemplaza las decisiones democráticas por lo que el visionario y profético líder anti-político decida. Él mismo se encarga de señalar y hacer de sicario moral y  hasta de agredir físicamente a sus contrincantes o propiciar linchamientos con el aplauso de sus barras, demostrando su intolerancia, como ejercicio de su propio talante. Los anti-políticos son lobos disfrazados de ovejas.

La respuesta a la anti-política no es solo denunciarla. Se impone un ejercicio político de nuevo cuño, que denuncie tanto la anti-política, como a quienes la causan: los políticos corruptos. Devolver la confianza a los ciudadanos en el ejercicio político correcto es un imperativo, no sólo para devolverle la ciudadanía a las mayorías populares, sino para ubicar en el sitio correspondiente la noble necesidad de orientar a una sociedad y dirigirla hacia objetivos dignos, serios y responsables.

Nuestro país Colombia se merece eso y no la condena a dar la oportunidad a los “falsos profetas” para que logren irrumpir con sus cantos de sirena engañosa o a los de siempre para seguir en lo mismo.

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*Víctor Reyes Morris, sociólogo, doctor en sociología jurídica, exconcejal de Bogotá, exrepresentante a la Cámara, profesor pensionado Universidad Nacional de Colombia.

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2 COMENTARIOS

  1. Tema pertinente, pero creo que el anti-político no solo tiene una dialéctica simple y pobre, sino vacía y cargada de una excesiva amabilidad, que le impide establecer límites y posturas, por ende, no realiza críticas. Su discurso es neutro, o neutral, por eso se inventa un centro político para desde allí ejercer su “anti-política”.
    No sé si el anti-político es autoritario y si ésta sea una característica dominante. Más bien creo que se muestra dócil, con lo cual pretende conectar más fácil con las personas (ciudadanos).

  2. La “antipolítica” es una forma de hacer política. Ni más ni menos que las otras. Toda política es el ejercicio de búsqueda del poder, es decir de influir o decidir sobre la conducta de los hombres. Las formas democráticas se rigen por ciertos cánones éticos (respeto a las mayorías, respeto a las minorías, elecciones libres y periódicas, división de poderes, libertad de difusión del pensamiento, acatamiento de decisiones judiciales, etc). La grandeza de la democracia como método de hacer política es precisamente la adscripción a dicha ética, su debilidad el que compite con otras formas de ejercicio político que no se someten a sus reglas o se someten sólo en apariencia y según las circunstancias. Hay que resaltar que históricamente esa forma malsana (en términos del ideal democrático) se ha usado para el ejercicio de la política aquí y en todas partes y que ha dado resultados políticos (Trump, Bolsonaro, Le Pen, Fujimori, etc). Difícil la tienen los políticos de buena fe: ser fieles a una ética de responsabilidad (ver las consecuencias de sus actos) y de convicción (fieles a sus ideales democráticos)- Weber- y competir con políticos (sÍ, políticos sin comillas) que poco tienen de responsabilidad y de convicción solo su creencia arraigada en las ventajas personales o grupales del ejercicio del poder. Mis respetos por los que deseen ejercer la política de buena fe. La historia y sus biografías nos darán cuenta de sus resultados y comportamiento.

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