Fecode, el profesorado y la mala educación

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La mirada sobre el profesorado o sobre los educadores en Colombia debe cambiar porque son el elemento clave de una buena educación.

“La educación es el arma más poderosa que puedes tener para cambiar el mundo” Nelson Mandela (1918-2013).

“La educación no cambia al mundo, cambia a las personas que van a cambiar el mundo”. Paulo Freire (1921-1997).

La educación, en nuestro país, como un sistema formal, tiene serios cuestionamientos tanto de orden institucional como contextual.

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Para los sociólogos, la educación es socialización o sea la preparación de los nuevos miembros de la sociedad para participar en ella. Pero la socialización no se agota con el proceso educativo formal, si bien lo comprende. De ahí la importancia que tiene el proceso educativo formal, no sólo como política pública, sino como proceso social mismo.

La escuela como institución representativa de la educación, en un sentido amplio y figurado, requiere por tanto nuestra mayor atención en el conjunto de los temas sociales que podríamos decir constituye la agenda pública. La escuela trajina asuntos que tienen que ver con lo público – ética de convivencia, solidaridad, libertad, derechos, el respeto por la naturaleza, las instituciones -, con lo privado – familia, salud, amistad, placer, felicidad -, con lo instrumental-profesional – trabajo, capacidad, dinero, creatividad, éxito -.

Hay desde luego, diversas miradas sobre la educación, pero lo que es indudable es que es uno de los temas gruesos de una agenda pública y, próximos a unas definiciones electorales, tendrán las distintas opciones políticas que ocuparse de estos temas, si son serias y responsables.

Por eso, me llama la atención, algunas cosas dichas y recogidas por el diario El Tiempo, sobre la educación en Colombia, que provienen de una fundación empresarial Fundación Empresarios por la Educación, que posee un Observatorio de Gestión Educativa. De un lado, celebran que en el conjunto del presupuesto estatal aprobado para 2022 por el Congreso de la República, el rubro educación siga apareciendo como el que más recursos lleva y, sin embargo, en el contexto de las cifras, en años anteriores era mayor su participación en el conjunto. Pasa de ser en el 2018 16.5% al 14.1% en 2022, es decir pierde recursos destinados a este sector educativo.  En el mismo informe aludido se hace una afirmación, que es una discutible mirada sobre este rubro presupuestal. Se señala con preocupación que el 89% de esta cifra corresponde a funcionamiento y el resto a inversión (11%). Esta es una mirada equívoca y bastante tradicional de mirar el presupuesto, especialmente en los rubros sociales.

En el sector social, no puede aplicarse ese recurrente y tradicional criterio de que lo que se gasta en remuneración es funcionamiento y lo que se gasta en cemento (forma figurada) es inversión, como ocurre en otros rubros presupuestales. Éste es un servicio de prestación personal que se basa fundamentalmente en el ejercicio de la enseñanza – aprendizaje en donde el maestro ejerce un papel clave. La escuela – para decir algo un poco exagerado, pero cierto – puede ser debajo de un palo de mango y, mientras haya un enseñante y alumnos, hay educación. De tal manera, la mirada obtusa del observatorio aludido debe revisarse para evitar hacer juicios apresurados y discordantes con la esencia misma del proceso educativo. Esto concuerda con algunas especies que cogen fuerza sosteniendo que los maestros en Colombia ganan mucho y trabajan poco. Puede que, para algunos sectores, la organización de los maestros, Fecode, sea como un coco, algo que asusta y promueve paros. Pero la verdad es que, si no existiera Fecode con todos sus defectos y rémoras, los maestros estarían en peores condiciones laborales. Entonces, la mirada sobre el profesorado o sobre los educadores en Colombia debe cambiar porque son el elemento clave de una buena educación. Deben ganar bien, como en los países que invierten mucho más en educación. Colombia es de los más atrasados en recursos para la educación. Mientras los países de la OCDE gastan en promedio por estudiante 10.437 dólares, Colombia, miembro de esa organización, dispone 2.403 por estudiante.

(Texto relacionado: Estragos ideológicos)

Una buena política pública para la educación, que no sea el arrastre continuo de lo que siempre ha sido, que no sea la reproducción incesante del mismo panorama desalentador, debe cambiar estructuralmente. Debe invertirse en todos los niveles del sistema desde el año cero hasta la educación superior, mejorar e invertirle a la formación profesoral, estimular y colocar la educación en el “core” de la acción pública, o sea, en el centro de la misma, en términos de preocupación y ocupación prioritaria de la tarea gubernamental.

Ha habido por lo menos, a lo largo de los últimos años tres “misiones de sabios” que se han ocupado de la educación, documentos maestros que mantienen vigencia y gran aporte de reflexión sobre la educación y la ciencia. Para no condenarlos al actual purgatorio de “shows mediáticos” y al eterno descanso de los anaqueles bibliotecarios, debe recurrirse a convertirlos en referentes claves de la política pública sobre educación.

La intervención prioritaria en cada nivel de educación, desde el inicial grado 0 hasta la educación superior debe ser el acompañamiento del acto educativo dotándolo de todas las circunstancias que elevan su calidad, empezando por la formación de los mismos maestros, de manera continua y sostenida, y de todas las condiciones de pedagogía, bioseguridad y tecnología que se puedan dar. Desde luego esto significa aportes presupuestales significativos en la perspectiva de una Nación Educadora. Suficientes ejemplos históricos de desarrollo hay en el mundo, de los países que le dieron prioridad y aún supremacía a la educación y fruto de eso muestran altos niveles de crecimiento y equidad.

Otro asunto, atinente a la calidad educativa y a la relación educador-educando, quiero ilustrarlo con una cita del gran pedagogo y educador brasileño Paulo Freire, a quien tuve oportunidad de conocer y de ser su alumno. “La naturaleza formadora de la docencia, que no podría reducirse a puro proceso técnico y mecánico de transferencia de conocimientos, destaca la exigencia ético-democrática de respeto al pensamiento, a los gustos, a los recelos, a los deseos, a la curiosidad de los educandos. Respeto que no puede eximir al educador, en cuanto autoridad, de ejercer el derecho a tener el deber de establecer límites, de proponer tareas, de reclamar la ejecución de esas tareas. Límites sin los cuales las libertades corren el riesgo de perderse en el libertinaje, del mismo modo en que la autoridad sin límites se extravía y se convierte en autoritarismo “. (Educación y calidad.  1992).

(Le puede interesar: Meditaciones urbanas: ¿en qué estamos, para donde vamos?)

*Víctor Reyes Morris, sociólogo, doctor en sociología jurídica, exconcejal de Bogotá, exrepresentante a la Cámara, profesor pensionado Universidad Nacional de Colombia.

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1 COMENTARIO

  1. Empresarios seguramente bien intencionados pero faltos de un saber analítico e histórico sobre el proceso educativo. Esa diferenciación técnica donde remuneración es funcionamiento e inversión es obras físicas peca al menos por ingenua y en todo caso se asocia a la raíz de muchos de los malos entendidos en la formulación y el manejo de la política educativa. Si, hay maestros de dudosa calidad pero la gran mayoría (con dificultades y falencias, quien lo duda) han respondido a las exigencias de la formación de los educandos en condiciones muy difíciles para los educadores: mala remuneración (comparece el salario medio de un maestro con otros salarios de otros sectores sociales), muchas veces víctimas del macartismo; trabajo en zonas de difícil geografía; señalamientos por agentes estatales y grupos al margen de la ley que ponen en riesgo sus vidas; etc.

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