Ganó la izquierda en Colombia

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Ganó la izquierda, esa que tiene el reto de ser coherente entre lo que dice y lo que hace, lo que cuestiona y lo que promueve, lo que ha sido y lo que quiere ser.

I

Ganó, por fin en Colombia (digo yo), la izquierda; la sufrida, perseguida, estigmatizada y pisoteada izquierda colombiana; la que siempre tenía victorias morales (sobre todo en cuanto a avances culturales y sociales), pero nunca electorales, al menos a nivel nacional.

Y ganó con todo lo que representa: las múltiples voces de las minorías, tantas veces ignoradas o subordinadas; los muchos movimientos sociales que han luchado porque los derechos colectivos se hagan realidad, la búsqueda del reconocimiento de derechos laborales, las movilizaciones para que la vida de tantas personas sea digna y los procesos de oposición histórica al poder establecido (es que, si no lo hiciera, no sería izquierda).

También ganó con sus múltiples tendencias, distintos nombres y muchos escenarios de acción; defendiendo la igualdad de oportunidades, oyendo las voces disonantes de las verdades oficiales y cuestionando las jerarquías férreas que no quieren cambiar. Al tiempo, ganó con su principio elemental de lucha contra la injusticia y entendimiento de que los cambios deben ser estructurales y no solo de voluntades individuales.

Igualmente, ganó, pues mueve el corazón de muchos y muchas jóvenes (de cuerpo o espíritu) que no han dejado de creer que el mundo sí se puede cambiar, y que pueden – y deben – seguir mirando hacia el futuro, pues creen en la solidaridad como principio y, sobre todo, en hacer realidad las utopías que nos acompañan.

Mejor dicho, ganó la izquierda que siempre ha resistido y demostrado que hay formas diversas de ser, vivir, pensar, actuar y sentir – y disentir -, y que, pese a la estigmatización, los miedos infundados y al papel cuestionable de ciertos medios de comunicación y periodistas al servicio de intereses hegemónicos a los que, por obvias razones, no les gusta la izquierda (o lo que asumen como izquierda), pudo ganar.

Así que ganó la izquierda, esa misma que ha hecho avanzar al mundo, pues representa a los tradicionalmente excluidos, los inconformes, los disidentes y los que se alejan del canon tradicional o dominante. Y ganó agrupando infinidad de tendencias e intereses que coinciden en muchas cosas, pero se contradicen en otras, incluso con rupturas radicales que parecen irreconciliables. De hecho, ganó la izquierda dejando ver con sus contradicciones, agendas diversas, tensiones, peleas y medios que hay realmente muchas izquierdas. No obstante, ganó acogiendo a quienes, a pesar de sus muchas diferencias (o, tal vez, por eso) apuntan al reconocimiento de los derechos individuales y colectivos, y a principios comunes para un acuerdo amplio que hace que la izquierda ganadora – y eso esperamos – sea una izquierda democrática y no dogmática (y que los “barra brava” no manden la parada).

Además, ganó chéveremente, pues apeló, al menos en una gran mayoría, a la alegría, el color, la diversidad, el arte y la música para hacerse oír, ver y sentir con mucha sabrosura.

Por eso ganó la izquierda, la cual, para seguir siendo coherente (y seguir siendo izquierda), deberá aprender, desaprender, construirse y deconstruirse, a pesar de estar gobernando. Y a eso le apostamos.

II

Ganó la izquierda, esa misma que entiende que el mundo es diverso, heterogéneo, múltiple y plural, y la que sabe que todo eso lo enriquece y, sobre todo, nos enriquece.

Y ganó la que acoge gran parte de los feminismos en su lucha por una sociedad igualitaria, la que entiende que la mujer debe decidir sobre su propio cuerpo, la que defiende la posición de la Corte Constitucional sobre la interrupción voluntaria del embarazo, la que promueve una seria y amplia educación sexual y la que tiene presente que las desigualdades estructurales deben enfrentarse con voluntad férrea haciendo frente a la injusticia.

De hecho, ganó la izquierda que también ampara los diversos, complejos y vivos procesos LGBTIQ+; la que defiende el libre desarrollo de la personalidad y combate la estigmatización y los ataques a quienes manifiesten una identidad u orientación sexual diversa; la que reconoce las deudas históricas con los grupos sociales tradicionalmente excluidos, la que cree en la inclusión de las personas para romper estereotipos y construir una verdadera sociedad de derechos, y la que tiene presente la importancia de defender la autonomía de que cada quien decida la vida que quiera vivir (y es que, si no lo hiciera, no sería izquierda).

Así que ganó la izquierda, esa que ha acompañado los movimientos por los derechos civiles, la que reconoce la autonomía de las comunidades afro e indígenas, la que cuestiona y combate el racismo, la que comprende que hay desigualdades estructurales que es necesario visibilizar y transformar, y la que sabe que hay multiplicidad de voces que deben escucharse e integrarse para hacer realidad la premisa de la Constitución que reconoce a Colombia como un país multiétnico y pluricultural.

También ganó la izquierda que representa a las nuevas ciudadanías que emergen desde hace rato y que ya no estarán en los márgenes, abajo o ignoradas, sino haciéndose sentir con toda su potencia. A la vez ganó la que debe poner en la agenda miradas progresistas que se terminen de hacer realidad, porque el mundo seguirá avanzando, así algunos no lo quieran. Y ganó la que acompaña procesos políticos organizados, movimientos sociales de base, partidos nuevos o de gran tradición, y numerosos simpatizantes y militantes.

Vale decir que ganó la izquierda con la poderosa, combativa y maravillosa Francia Márquez, la vicepresidenta electa, quien representa legítimamente a muchos de estos procesos.

Mejor dicho, ganó la izquierda que pone en práctica la premisa de Boaventura de Souza cuando dijo que “tenemos el derecho a ser iguales cuando la diferencia nos coloca en una situación de inferioridad y tenemos el derecho a ser diferentes cuando la igualdad nos trivializa”.

III

Es que ganó la izquierda, esa que busca hacer realidad, al menos en un principio, las esperanzas frustradas de mucha gente que luchó para cambiar el mundo y que, incluso, pudo caer en el camino, razón por la cual este triunfo también es de ellos (y con creces).

Y ganó la izquierda que, en Colombia, vio cómo muchos de sus líderes más relevantes fueron vilmente asesinados; la que fue perseguida implacablemente para que dejara de ser izquierda (o simplemente dejara de existir), la que chocó fuertemente con los factores de poder a costa de muchas cosas, la que, en un país tradicionalmente godo y camandulero, tuvo que remar a contracorriente; la que cuestiona las jerarquías establecidas y la que busca cambios profundos, así no parezcan posibles en el corto plazo (porque, obviamente, si no fuera así, no sería izquierda).

Así que ganó la izquierda, esa misma que cuestionó los factores de poder ilegal que andaban relacionados intrínsecamente con el poder legal institucional a través de dirigentes políticos, funcionarios y hombres en armas que todavía andan por ahí; la que se enfrentó al paramilitarismo enquistado en el poder a costa de su propia seguridad, la que sufrió a “pájaros”, “chulavitas”, “sicarios” y “paracos” por cuestionar las verdades oficiales; la que, incluso, sufrió persecuciones de grupos armados de izquierda que querían llevar la única voz y catalogaban de reaccionarios a los que abandonaban o nunca habían empuñado las armas; la que fue chuzada, hostigada, perseguida y calumniada, y la que muchas veces fue abandonada a su suerte, pero, a pesar de eso, siguió luchando.

Es que ganó la izquierda que no olvida el asesinato de 5.000 integrantes de la UP, miles de defensores de derechos humanos, millares de líderes sociales, centenares de educadores y muchísimos líderes sociales. Y ganó la izquierda que, en diferentes momentos, representaron Rafael Uribe Uribe, Jorge Eliécer Gaitán, Jaime Pardo Leal, Carlos Pizarro Leongómez, Bernardo Jaramillo Ossa, José Antequera, Eduardo Umaña Mendoza, Leonardo Posada, Guadalupe Salcedo, Manuel Cepeda Vargas, Héctor Abad Gómez, Mario Calderón, Elsa Alvarado, Jaime Gómez Velásquez, Yolanda Izquierdo, Ana Fabricia Córdoba y muchos más líderes asesinados y traicionados por las balas oficiales.

De hecho, ganó la izquierda que impulsó leyes de víctimas y que ha denunciado la violencia oficial y los abusos de algunos sectores.

Y ganó la izquierda, pero la izquierda democrática, esa que, no hace tanto, y en medio de un cruento conflicto armado, coincidió por muchos años temporalmente con la izquierda armada, lo que generó que, en medio de la degradación de la guerra (y la construcción de un enemigo interno que puso en una misma bolsa a todos los que no se acomodaran a cierto orden), el país se derechizara azuzado por manipuladores y oportunistas que se aprovecharon apelando a instintos básicos como el odio, las ganas de venganza, el egoísmo y la rabia para conseguir sus objetivos.

Por eso estoy contento con que haya ganado la izquierda, pues, con este triunfo, ganaron los acuerdos de paz hechos con las insurgencias a lo largo del tiempo, lo cual demuestra que es posible pensar y construir procesos que incorporen a quienes, en su momento, no creían en el sistema, pero optaron por confiar. De hecho, ganó la izquierda, y lo hizo a través de Gustavo Petro, un exguerrillero que pactó la paz con el Estado hace 32 años cumpliendo con creces. Así, ganó la izquierda demostrando que la muchas veces débil e incompleta democracia colombiana se ha ampliado y fortalecido, pues por fin fue posible que un antiguo combatiente llegara al poder por la vía democrática y no por las armas.

Con esto ganó una izquierda reformista que entiende que las revoluciones armadas, por lo menos en Colombia, ya no son posibles y que los procesos de cambio, si bien se tienen que impulsar con entusiasmo, deben ser paulatinos y democráticos.

Mejor dicho, ganó la izquierda, pero también es claro que ganó la democracia.

IV

Ganó la izquierda, esa misma que demostró que los que proclamaban el “fin de la historia” estaban equivocados, pues fue evidente que había muchas más historias por contar – y escuchar – y que los caminos pueden conducir a lugares distintos a los del progreso lineal unidimensional. De hecho, ganó la izquierda que, con el derrumbe de la “cortina de hierro” y el denominado “bloque socialista”, demostró que seguía siendo válida, pues había muchos más temas de discusión, realidades, necesidades y esperanzas que no se podían ignorar.

En esta vía, ganó la izquierda que entiende que la “mano invisible” del mercado necesita de obvios controles, la que sabe que la búsqueda de una vida digna en un Estado social debe hacerse realidad y la que trae consigo a nueva gente, otras voces y nuevos (y viejos) procesos.

También ganó la izquierda que representa al campesinado tantas veces desarraigado y perseguido, la que plantea políticas diferentes frente a la producción agropecuaria, la que cuestiona la gran concentración de la tierra en pocas manos, la que siempre planteó la necesidad de hacer una verdadera reforma agraria y la que espera que Colombia vuelva a ser un país autónomo en materia alimentaria.

A la vez ganó la izquierda que pone como principio fundamental la ecología por encima de la productividad pura y dura; la que plantea el reconocimiento de los derechos de los animales y del ambiente, pues entiende que puede haber más sujetos de derecho en el universo; la que le dice no tajantemente al fracking, la que espera acelerar el cambio en las fuentes energéticas, la que entiende que el crecimiento económico debe ir de la mano del bienestar de las personas y la que buscará un sistema de seguridad social mucho más amplio, incluyente y solidario.

Y ganó la izquierda que promueve una educación amplia y laica de calidad, la que lucha por los derechos de los trabajadores, la que plantea la importancia de otorgar un mínimo vital de muchas cosas para poder vivir una vida con dignidad, la que cuestiona la grosera desigualdad, la que apuesta por un servicio de salud amplio, digno y de calidad que no vea a los enfermos como un simple negocio, y la que materializa el descontento manifiesto en el estallido social de los años anteriores que tiene mucho que ver con este triunfo. De hecho, ganó la izquierda que entiende que la protesta social no se enfrenta a punta de represión, pues comprende que el diálogo y la justicia social son el mejor camino para conseguir soluciones y una paz de verdad verdad.

V

El caso es que ganó la izquierda colombiana, esa que veía que en el resto de América Latina triunfaban democráticamente movimientos afines (o, al menos, autoproclamados como “izquierda”) con diferentes resultados, mientras observaba impotente que en su propio país la derecha, incluso la de tendencias más extremas, imponía la agenda pública y elegía presidentes, así en un principio no los conociera nadie.

Pero ahora ganó la izquierda en el contexto de una nueva oleada de gobiernos populares en América Latina (al cual, según parece, se sumará Brasil) y que respaldan a nivel mundial personajes como Pepe Mujica, Thomas Piketty, Boaventura de Sousa y Noam Chomsky (y Chico Buarque, Caetano, Rubén Blades y Residente), entre otros, lo cual puede significar nuevas miradas, bloques regionales afines y mayor fortaleza para conseguir transformaciones de fondo.

Claro, no hay que obviar que ganó la izquierda en medio del temor que, para algunos, representa el fracaso del chavismo en Venezuela con el desplazamiento de millones de personas a otros países, pero también ganó la que entiende que ha habido otros procesos exitosos que, pese a sus tremendos enemigos, demostraron que era posible impulsar agendas sociales y políticas incluyentes, diversas y autónomas, es decir, de izquierda, con bastante éxito.

De hecho, ganó la izquierda que le dará un giro a la política internacional y que, por ejemplo, reanudará relaciones con el gobierno de Venezuela, no porque necesariamente le guste, sino porque entiende que es el poder real en un país que comparte una gran frontera con Colombia y cuyas relaciones comerciales deberán reactivarse muy pronto.

También ganó la izquierda que entendió, desde el comienzo, que las políticas antidrogas implementadas e impuestas desde afuera con la anuencia de los gobiernos locales han sido un fracaso; la que sabe que los campesinos cultivadores de hoja de coca no son criminales, la que no envenenará los campos, las aguas y el aire con glifosato; la que defiende que cada quien, en su órbita individual, debe tener autonomía para decidir sobre su cuerpo, y la que tiene claro que Colombia ha puesto los muertos, la sangre y la destrucción física y moral por cuenta de una guerra fracasada cuyos nefastos resultados hacen que sea necesario replantear radicalmente las acciones al respecto

VI

Total, ganó la izquierda en Colombia, y eso genera muchas expectativas, tanto para lo bueno como para lo malo, pues los que esperan que esta fracase estarán pendientes de cualquier resbalón, ya que, como dije alguna vez, para cierta gente, cuando fracasa un gobierno de izquierda, fracasa toda la izquierda, pero, cuando fracasa un gobierno de derecha, fracasa solamente el gobierno (grave y maniqueo, ¿no?).

Pero ganó la izquierda con el respaldo, al menos tácito, de un importante sector del establecimiento que comprendió pragmáticamente que esta fuerza política y social es imparable, y que el país necesita implementar una serie de cambios fundamentales para no terminar de explotar. Es que el hecho de que la izquierda haya ganado demuestra que el país cambió y que quiere seguir cambiando. Con esto, si bien tendrá en contra a muchos sectores, Petro podrá tender puentes y buscar acuerdos nacionales sobre lo fundamental manteniendo la esperanza sobre lo que puede ser y el realismo con lo que puede lograr. De hecho, ganó la izquierda y algunos de los temerosos se darán cuenta de que no será la debacle cantada (claro, tampoco el paraíso prometido), pero sí un proceso de cambio y transformación, al menos en un comienzo simbólicamente efectivo.

Así que ganó la izquierda dejando ver que existe en la población un genuino deseo de cambio que ya se había ido expresando con el triunfo regional de figuras alternativas a la política tradicional o al establecimiento de siempre. Con esto, el que gané la izquierda a través de Petro es un paso más del proceso que puso en la palestra a figuras como Carlos Gaviria, quien logró la segunda mayor votación en las elecciones presidenciales del 2006, o Antanas Mockus que, con su “ola verde” del 2010, y sin ser precisamente de izquierda (aunque sí alternativo), nos hizo creer que los cambios que veníamos esperando llegarían antes (¿llegarán ahora?).

En esta vía, ganó una izquierda que busca hacer realidad una serie de situaciones que en otros lugares son derechos dados de antemano, pero que aquí para algunos en Colombia eran vistos como extremistas. Pero, a pesar de los vendedores de miedo, ganó una izquierda que entiende que defender los derechos de la gente atacando los privilegios de algunos no es extremista, sino simplemente sentido común. Y ganó la izquierda que otra vez grita fuertemente: ¡Venga esa mano, país!

VII

Ganó la izquierda, esa que tiene el reto de ser coherente entre lo que dice y lo que hace, lo que cuestiona y lo que promueve, lo que ha sido y lo que quiere ser.

Y ganó la izquierda que reivindica el alma y los valores populares, la que encarna las miradas impulsadas por la Constitución de 1991 y la que ha sido representada por líderes relevantes como María Cano, Orlando Fals Borda, Camilo Torres Restrepo, Alfredo Molano Bravo, Antonio García Nossa, Bernardo García, Antonio Caballero, Santiago García, Gerardo Molina y tantos otros que sentaron las bases desde diferentes ámbitos para conocer el mundo de manera crítica y cuestionar siempre la injusticia.

También ganó la izquierda que apoyan los artistas no mediatizados, la que entiende que el arte puede ser más que mero entretenimiento y la que comprende que el valor y la importancia de las cosas puede ir mucho más allá de simplemente recibir una ganancia económica (que también sirve y vale, claro). Mejor dicho, ganó la izquierda de Máximo Jiménez, Eduardo Galeano, Emilce, Quino, Jorge Velosa, Andrea Echeverry, Edson Velandia y muchos más que cantaron y contaron las ilusiones muchas veces pospuestas, pero siempre presentes de tanta gente que ve en ellos y ellas su inspiración.

En esta vía, ganó la izquierda que contaba la historia del “Pablo Pueblo” de Rubén Blades, del obrero de “Construcción” del que hablaba el gran Chico Buarque o de la Amanda de Víctor Jara que se iba para la fábrica, proclamando que no iba a vender “por comodidad su razón de ser y su libertad”.

Mejor dicho, ganó la izquierda, y esta me representa, porque yo me reconozco como de izquierda, razón por la cual ando bastante feliz (y bacano, loco, bacano).

Y sí, ganó la izquierda, lo cual implica reconocer los muchos caminos recorridos y a quienes estuvieron antes buscando que esos cambios puedan ser posibles. Y ganó la izquierda que entiende y sabe (eso espero) que el camino es complicado y que no hay momento para revanchismos o estériles pugnas internas, pues, luego de la celebración, habrá que poner manos a la obra. Mejor dicho, tengo claro que si bien ganó la izquierda no hay una carta blanca para cualquier cosa, ya que ser de izquierda implica estar alerta, hacer llamados cuando haya situaciones enredadas y cuestionar cuando existan cosas problemáticas. Eso sí, espero que, así esté gobernando, la izquierda no deje de ser izquierda y que comprenda que las muchas expectativas que se tienen deberán tener los pies en la tierra.

Total, ganó la izquierda y estoy contento, pues creo que entre todos y todas podremos avanzar para cambiar la historia de Colombia y que podamos vivir sabroso (y pensar que otros también tienen el derecho a hacerlo). A eso me la juego, porque, por fin, ganó la izquierda en Colombia. ¡Palabra que sí!

*Petrit Baquero. Historiador y politólogo. Autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012) y La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017).

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