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¿Por qué tanto temor a la verdad en este país, cuando es lo único capaz de liberarlos de la violencia…?”, me preguntó Arendt, pensativa, mirando ahora por la ventana.
Cuando en 1995, en el marco de la celebración de los 50 años de la liberación del campo de concentración de Auschwitz, Eva Mozes Kor tomó la palabra, nadie habría imaginado el efecto que tendría su discurso. Sobreviviente del holocausto y de las torturas sufridas junto a su hermana por parte del médico del régimen nacionalsocialista, Josef Mengele, Eva Mozes Kor aprovechó la oportunidad para perdonar públicamente a quienes la habían ultrajado, incluido el también médico Hans Münch, que se encontraba junto a ella. Calificada como “traidora” por parte de otras víctimas del régimen nazi, tampoco le faltó valor en el 2015 para decidirse a abrazar en plena sala del tribunal a otro de sus opresores, el llamado “contador de Auschwitz” Oskar Gröning, luego de haber declarado en su contra.
Perdonar a sus victimarios le costó ganarse muchos enemigos. Y aunque físicamente fue liberada en 1945, en sus palabras, Eva Mozes Kor solo pudo ser libre 50 años después.[1] Las víctimas tienen el derecho a ser libres, pero nunca lo serán mientras no logren deshacerse del dolor y rabia que llevan consigo.[2] Eso solo es posible cuando la justicia alcanzada es acompañada de la verdad.
– “…se trata de eso, de las víctimas. Por eso, el éxito de la JEP es en realidad el éxito de la humanidad. La concepción de la pena como herramienta para superar el conflicto no es otra cosa que el noble intento de permitir erigir a la verdad por encima del castigo sin haber renunciado a él… Muchas gracias”, con dicha frase seguida de aplausos culminaba Hannah Arendt la última intervención del día luego de cumplir con su primer ciclo de conferencias en Bogotá, tal y como estaba programado.
Eran las 6:10pm. De acuerdo con sus exigencias, afuera del recinto nos esperaba un conductor con la misión de encontrar un restaurante cercano que ofreciera buen vino y donde se pudiese comer al aire libre. Arendt, de momento, lucía desconcertada:
– “¿Como pretenden los colombianos castigar crímenes cuya forma continuada supera cualquier idea de justicia…?”, se cuestionaba en voz alta, mientras subíamos al vehículo. “¿Qué hacer con delitos como la desaparición forzada o el secuestro, que superan todo horizonte mental en su número,[3] y que por momentos dejaron de ser excepcionales?”,[4]agregó.
Camino al restaurante, el caos del tráfico bogotano no la sorprendió. Mientras tanto, en la radio se anunciaba la revelación de documentos por parte de la revista SEMANA que daban cuenta de los hallazgos encontrados en una investigación disciplinaria adelantada por parte de la Procuraduría General, dada la persecución desatada al interior del ejército para dar con las personas que han filtrado información a medios como el New York Times sobre las irregularidades cometidas meses atrás, cuando se pretendían adoptar medidas tipo “bodycounting” para duplicar resultados operacionales. “El Ejército de hablar inglés, (…) de los derechos humanos se acabó. Acá lo que toca es dar bajas (…) Si toca sicariar, sicariamos, y si el problema es de plata, pues plata hay para eso”, dice una de las frases, citando a varios testigos, que aún son objeto de investigación.[5] Escuchando la noticia, Arendt pensaba en un caso en particular que había conocido hace algunos días: el de la periodista del diario El Tiempo de Bogotá, Jineth Bedoya Lima, secuestrada y violada por paramilitares en el año 2000. El valor mostrado por ella al atreverse a identificar a sus victimarios ex miembros de la Fuerza Pública en la sala de audiencias de un tribunal, le había recordado el caso de Eva Mozes Kor. Para Bedoya, sin embargo, aún no se hace justicia y los autores intelectuales continúan en la impunidad.
– “¿Por qué tanto temor a la verdad en este país, cuando es lo único capaz de liberarlos de la violencia…?”, me preguntó Arendt, pensativa, mirando ahora por la ventana. La respuesta, esquiva, pareció refugiarse en un silencio estruendoso.
Con la publicación inicial en inglés de “Los Orígenes del Totalitarismo” (“The Origins of Totalitarism”) en 1951, Hannah Arendt se convirtió rápidamente en una intelectual de enorme popularidad en los Estados Unidos. Luego de haber trabajado cuatro largos años en el manuscrito, es a partir de dicha obra que desarrolló toda su filosofía política, cuyos fundamentos se pueden encontrar en un libro posterior, “Diario Filosófico 1950-1973” (“Denktagebuch 1950-1973”). También en 1951 recibió Arendt finalmente la ciudadanía estadounidense, luego de 18 años de haber vivido en condición de refugiada desde que arribara a Nueva York y se le concediera asilo junto a su esposo, Heinrich Blücher, en 1941.
Ya en el restaurante, nos ofrecieron una buena ubicación en una mesa al aire libre, según lo previsto. Los ojos de Arendt denotaban cansancio, pero su motivación estaba intacta. La relación de los colombianos con la violencia no dejaba de llamar su atención.
– “El país necesita la madurez suficiente para lograr confrontarse con su propia historia aclarando los crímenes que ha dejado el conflicto, incluyendo el rol de terceros no armados”, dijo, buscando un vino de la Toscana en el menú. – “¿Vino rojo le parece bien?”.
– “Es cierto, nada obligó a los colombianos hasta ahora a enfrentarse con su propio pasado… Y no creo que alguna vez se logre… El vino rojo me parece perfecto”, respondí, buscando ocultar mi ignorancia sobre el tema.
Al fondo se filtraban ecos de cierta música de lo que parecía ser el karaoke de un bar cercano. Arendt, entre tanto, esperaba un mayor compromiso de los colombianos con la JEP, por ejemplo, al momento de analizar el sentido que adquiere la sanción penal en el país, teniendo en cuenta su situación de excepción por el conflicto y su violencia endémica:
– “Mire usted, yo no pertenezco al círculo de los filósofos, no siento que sea filósofa. Mi oficio es el de la teoría política,[6] por eso entre otras cosas me interesa tanto lo que sucede en Colombia…”, afirmó, acomodándose sus gafas, de un grueso marco de color marrón. – “Por supuesto, yo podría entender que el sentido de justicia de los ciudadanos difícilmente tolere que se renuncie al castigo severo para quienes han hecho tanto daño, a tantas personas, durante tanto tiempo. Pero no se trata solo de la severidad del castigo, pues eso sería totalmente irrelevante frente al daño ocasionado y a la persistencia del conflicto armado en el país”,[7]dijo después, mientras encendía con propiedad su cigarrillo.
Nuestra conversación transcurría pausada, trascendente. Recostándose en su silla, la pensadora alemana comenzaba a disfrutar el horizonte despejado que adornaba la caída de la noche en la capital. Su mirada se encontraba perdida en algún punto de los cerros, bien iluminados por la luz de la luna que ya se expandía sobre toda la montaña. Los ecos de las últimas charlas sostenidas con Martin Heidegger, su maestro y el amor de su vida, aún no habían abandonado su memoria. Nunca lo harán. La poderosa influencia de Heidegger dejará una huella imborrable en la obra y en la personalidad de la filósofa de origen judío.
– “Detrás de esa resistencia para apoyar a la JEP y la búsqueda de la verdad, lo que observo es sobre todo un arraigado aislamiento en la forma de ver el mundo que tienen muchos colombianos, aunque pocos son conscientes de eso…”, aseveró Arendt, regresando de lo que parecía ser uno de sus característicos lapsus mientras se acomodaba su larga falda. – “… en todo caso, lo que sugieren juristas con experiencia y de prestigio mundial en el ámbito del Derecho Penal Internacional y de las ciencias penales en general, como Kai Ambos, es que en sociedades en transición de la guerra a la paz no es viable tratar la criminalidad masiva con una persecución penal masiva e individualizada”,[8]sostuvo, dejando de lado su cigarrillo. Hannah Arendt siempre quería entender. Nunca renunciaba a la reflexión.
Y es que pensar, reflexionar, ir al origen de las ideas en vez de dejarse llevar por la “tormenta del momento”, es, a la luz de Arendt, indispensable. Incentivar nuestra capacidad de razonamiento nos hace libres y nos permite disfrutar de la aventura de la vida. Es un pacto con el mundo que amerita siempre nuestro juicio crítico, apartándose de lo que se haya dicho o de aquello que se pretenda como predeterminado. Eso requiere valor y a veces actuar con coraje, pero aquello es precisamente, según Arendt, lo que revela la grandeza de la que es capaz el ser humano.[9]
– “Para muchos no es fácil aceptar esa idea de verdad y perdón que conlleva la JEP. Hay que tener en cuenta que se trata de una sociedad en la que el 19% de su población puede ser considerada oficialmente como víctima.[10] Colombia vive en trauma social permanente, eso condiciona cualquier análisis…”, aduje, con marcado escepticismo.
Sosteniendo hábilmente la copa grande de vino rojo que nos habían servido, Arendt continuó reflexionando. Sus maneras parecían contradecir la emancipación de la que no se sintió parte.
– “El castigo de todo delito se ha sustentado tradicionalmente con uno de los siguientes cuatro argumentos: con la necesidad de protección de toda sociedad, con la resocialización de aquellos que cometen los crímenes, con el carácter disuasorio para evitar futuros delitos y con la idea de una justicia restaurativa…”, me quiso explicar. La voz de su recio carácter había logrado atraer la atención de los demás comensales, que ahora también seguían con interés nuestra charla. Luego afirmó: – “El problema no es solo que ninguna de dichas razones es suficiente para castigar de manera adecuada la gravedad de los delitos cometidos en el marco del conflicto. Desafortunadamente, en ninguno de esos casos se tiene en cuenta la superación del conflicto como parte del fin de la pena”.[11]
– “Además, deslegitimar a la JEP es ignorar las consecuencias que conllevaría su fracaso…”, sostuve, mirando los rastros que dejaba el vino al mover la copa, en cuyo reflejo se notaban las deformes siluetas de los interesados vecinos de mesa. Y agregué: – “…la intervención de la Corte Penal Internacional podría concretarse… eso implicaría constatar finalmente que la violencia de nuestro conflicto nos superó como Estado, incluso, como nación… Pero a la élite política y económica pareciera no importarle eso; no dimensionan lo que eso significaría…”, las mismas siluetas reflejadas en la copa parecían removerse en sus asientos.
Al haber elegido el concepto del amor en la filosofía de San Agustín como tema de su tesis doctoral en Heidelberg, Hannah Arendt, en una carta con ocasión de la polémica generada después de la publicación de “Eichmann en Jerusalén”, llegó a una de las conclusiones con mayor resonancia que habría de encontrarse en la totalidad de su obra: “El mal nunca es radical, sólo es extremo, carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Puede crecer desmesuradamente y reducir todo el mundo a escombros precisamente porque se extiende como un hongo sobre la superficie (…) Esa es su “banalidad”. Solo el bien es profundo, solo el bien puede ser radical”.[12]
El murmullo de la gente en las mesas a nuestro alrededor se había hecho evidente. Arendt, mientras tanto, se servía lo poco que quedaba de la botella de vino, contando 13 gotas hasta el final. Su semblante lucía ya algo relajado: – “Mientras los colombianos sigan confundiendo la rigurosidad de la pena con justicia, y la privación de libertad con la pena, no habrá nunca lugar a paz alguna…”, me dijo, llevándose la copa de vino a la boca con su mano derecha. Después de un sorbo, prosiguió: – “…ese catálogo jurídico de sanciones penales innovadoras necesita por lo pronto de la aceptación de la gente, requiere de una legitimación mínima que deberá llegar con la eficacia de las medidas impuestas por la JEP…”.
– “Pero eso requiere tiempo y el Estado debe garantizar su operación…”, afirmé, interrumpiéndola en sus reflexiones. – “…senadores del partido de gobierno insisten en restarle competencias a la JEP y presentaron de nuevo un proyecto de Acto Legislativo para crear una sala especial para los militares,[13] desnaturalizando con ello su propósito… Más allá de su viabilidad constitucional, en la práctica, con dicha reforma la JEP terminaría siendo un tribunal para las FARC; sería el final del proceso…”, aseveré, evidenciando un panorama poco alentador para lo que se viene en el debate político nacional.
– “De cualquier manera, lo que se ha vivido en este país con el proceso de paz con las FARC-EP en los últimos años no es otra cosa que una revolución. Eso lo tengo muy claro. Lo que no es tan claro es como va a terminar…”, afirmó Arendt, que parecía ahora disfrutar de la atención que recibíamos en el lugar. Luego, levantando levemente el tono de su voz para la espontánea audiencia, agregó: – “Que Colombia pueda volver a comenzar políticamente, y, sobre todo, que sus innumerables víctimas tengan la oportunidad de ser finalmente libres, es un hecho revolucionario… El acuerdo de paz y la JEP representan la oportunidad de un nuevo comienzo para el país, la paz alcanzada no puede volver a ser olvidada, ¡no de nuevo!”.[14]
*Fernando Ortega, Abogado y docente universitario, hizo parte del “Masterclass 2019” del Instituto Max Planck de Derecho Público e Internacional en Heidelberg (Alemania). Cuenta con una Maestría en Derecho Financiero Alemán y Europeo en la Universidad Johannes Gutenberg de Mainz y es actualmente candidato a Doctor en Derecho a través de una beca del DAAD en la misma universidad, @FerOrtegaC
[1] Mozes Kor, Eva: „Ich habe den Todesengel überlebt. Ein Mengele-Opfer erzählt“ (“Sobreviví al Angel de la Muerte. Una víctima de Mengele narra su historia”), pág. 90, München 2012.
[2] Buchsteiner, „Ein Opfer hat das Recht, frei zu sein“ („Una víctima tiene el derecho de ser libre“), faz.net, 24.04.2015.
[3] Según cifras oficiales del Centro de Memoria Histórica se trata de un total de 80.514 desaparecidos (de los cuales 70.587 aún siguen desaparecidos), así como de 37.094 víctimas de secuestro entre 1958 y julio de 2018.
[4] Al respecto, Arendt, Hannah: „Was heißt persönliche Verantwortung in einer Diktatur?“ (“¿Que significa responsabilidad personal en una dictadura?“), págs. 20 ss., 2da. Ed., Piper Verlag GmbH, München 2018.
[5] https://www.semana.com/nacion/articulo/investigacion-sobre-la-caceria-en-el-ejercito-involucra-al-general-nicacio-martinez/629193.
[6] Entrevista de Hannah Arendt con Günter Gaus, transmitida por la segunda cadena de TV alemana, ZDF en 1964.
[7] Al respecto, Arendt, Hannah: „Was heißt persönliche Verantwortung in einer Diktatur?“ (“¿Que significa responsabilidad personal en una dictadura?“), págs. 20 ss., 2da. Ed., Piper Verlag GmbH, München 2018.
[8] Ver: Ambos, Cortés, Zuluaga (Coord.): “Justicia Transicional y derecho penal internacional”, Siglo del Hombre Editores, Bogotá 2018.
[9] Knott, Marie Luise: „Auf der Suche nach den Grundlagen für eine neue politische Moral“ („En la búsqueda de los fundamentos para una nueva moral política“), en: Arendt, Hannah: „Was heißt persönliche Verantwortung in einer Diktatur?“ (“¿Que significa responsabilidad personal en una dictadura?“), pág. 62, 2da. Ed., Piper Verlag GmbH, München 2018.
[10] Fuente: Registro Único de Víctimas (unidadvictimas.gov.co).
[11] Al respecto, Arendt, Hannah: „Was heißt persönliche Verantwortung in einer Diktatur?“ (“¿Que significa responsabilidad personal en una dictadura?“), págs. 20 ss., 2da. Ed., Piper Verlag GmbH, München 2018.
[12] Hannah Arendt en respuesta a Scholem, en: “Escritos Judíos”, pág. 575, Ed. Paidós, Barcelona 2009.
[13] https://www.eltiempo.com/politica/congreso/con-acto-legislativo-insisten-en-sala-especial-para-los-militares-en-la-jep-395272.
[14] Ver: “Guerreros y Campesinos” (2da. ed., Edit. Planeta -Ariel-, Bogotá 2016), de Alejandro Reyes y, particularmente, “La Paz Olvidada” (Edit. Lerner, Bogotá 2018), de Robert A. Karl.