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Hoy, los colombianos con su voto, en democracia, darán entierro al uribismo vigente desde el 2002. Más del 70% votarán en su contra, por un cambio.
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Según la Academia Española de la Lengua, hastío es “disgusto, fastidio, aburrimiento muy grande”. Es esa la palabra que define de mejor manera el sentimiento mayoritario de los colombianos con la situación del país y con el gobierno. Los ciudadanos se hastiaron de Duque. Por eso, 3 de cada 4 saldrán a votar hoy contra lo que representa. Marcarán en el tarjetón a Petro, Fajardo o Rodolfo Hernández, pero en el fondo votarán contra el uribismo y lo que ha significado en los últimos 20 años para Colombia. La última frase de Duque en su reciente paseo es la demostración de la desconexión y la indolencia del jefe de estado que indigna, “Si hubiera reelección estaría en la pelea y sería reelecto”.
El hastío de la gente no es solo contra Duque. Se acumula desde hace años cuando a Álvaro Uribe se le ocurrió modificar la constitución para quedarse en el gobierno y tiempo después intentó un periodo más para quedarse ya de manera indefinida. Su obsesión por el poder se convirtió en su propia tragedia personal. Hoy, cuando se cierra el ciclo del uribismo, cuando vemos a un expresidente arrinconado, sin salir a hacer campaña porque él mismo reconoce que su presencia haría daño a su candidato Federico Gutierrez, recuerdo en forma clara un episodio del pasado en el Palacio de Nariño con Uribe. Cuando se tramitaba la modificación del famoso “articulito” me invitó a conversar en su despacho y, en medio de una seria conversación acerca de la reelección presidencial, me solicitó acompañar la iniciativa en el Senado. La respuesta fue reiterarle mi oposición a ese cambio de las reglas de juego electoral y al finalizar le advertí, con respeto, que no insistiera en esa muy mala idea porque terminaría como Chávez en Venezuela, Menem en Argentina o Fujimori en Perú. Como era obvio, la comparación le molestó y reclamó airado que Colombia era un país muy distinto y él un Presidente diferente a los que había citado.
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Meses después, el Congreso aprobaría la reelección tras la compra descarada de los votos de Yidis y Teodolindo, que fue comprobada por la Corte Suprema de Justicia. Desde ese momento, en medio de muchos triunfos y pocas derrotas electorales, comenzaría un calvario personal para Uribe. Fue en ese segundo mandato en el que se cometieron los horrendos crímenes que bautizamos en forma eufemística como falsos positivos. 6402 jóvenes ejecutados por la fuerza pública, que aparecieron como dados de baja en combates que nunca existieron. Esa historia de vergüenza de los falsos positivos, sobre la cual Uribe se niega a pedir perdón a sus familiares y a la sociedad, jamás hubiera ocurrido sin la concentración de poder que se consolidó con la reelección y sin la obsesión de derrotar militarmente a las FARC, a cualquier costo. Y esa fue la razón fundamental para oponerse al acuerdo de paz con las FARC, especialmente al sistema de justicia transicional de la JEP, que privilegia la verdad a cambio de penas alternativas para combatientes de las FARC y de la fuerza pública que hayan cometido crímenes de guerra y delitos de lesa humanidad.
Hoy, los colombianos con su voto, en democracia, darán entierro al uribismo vigente desde el 2002. Más del 70% votarán en su contra, por un cambio. Nunca imaginó Uribe el hastío de sus compatriotas con su figura, que incluso impidió que su partido expresara formalmente su apoyo a su candidato Gutiérrez. Al final sucedió lo mismo que con Fujimori. Pero el destino personal del expresidente no puede ser igual al del peruano. Colombia debe doblar de una vez por todas la página del conflicto y la guerra. Desde el 2014, Uribe enfrenta cada elección, no como una disputa por el poder de las ideas, sino como una causa personal por su libertad. No es sano que sigamos en las mismas. Si realmente queremos reconciliarnos, solo el perdón nos puede ayudar. Sé que es difícil escuchar esto para los familiares de las víctimas de los falsos positivos y los enemigos furibundos del expresidente. Con la autoridad de llevar 20 años en contra de lo que significa Álvaro Uribe en la política colombiana y cuestionar siempre su liderazgo, considero que sólo lograremos salir del atolladero en que estamos si en un gran acuerdo político encontramos la forma en que Uribe asuma su responsabilidad histórica por los falsos positivos, sin que ello signifique que deba terminar en una cárcel. Petro, Fajardo o Hernández tendrán ese desafío, si en verdad queremos avanzar como una sociedad en paz.
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*Juan Fernando Cristo Bustos, @cristobustos, Exministro del Interior y ex senador.