Nuestra historia ignorada, el bicentenario de un encuentro fecundo

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Los Tratados de Trujillo son referencia inextinguible en la historia de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario. El país se olvidó de celebrar su bicentenario.

Por: James

Del 25 al 27 de noviembre del presente año, se cumplió el Bicentenario de los llamados Tratados de Trujillo y del encuentro en Santa Ana de Bolívar y Morillo. Los tratados fueron el de Armisticio y el de Regularización de la Guerra. Se inscriben legítimamente en la historia de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario.

La memoria oficial

Este bicentenario pasó desapercibido en Colombia. La omisión grita dado que el 24 de noviembre se cumplieron cuatro años de la firma del Acuerdo de Paz. En la memoria de la encargada oficial de la celebración del Bicentenario, la Vicepresidenta Martha Lucía Ramírez, como en la del presidente Duque, no hay lugar para ese tipo de evocaciones. Comprometido el gobierno actual en el permanente combate contra el Acuerdo de Paz y la justicia transicional, no tienen sus altos funcionarios una disposición político-emocional que les permita alimentar una sana y abierta relación con la historia.

Las ocurrencias son sintomáticas, como aquella indignante del presidente Duque de ofrecer alborozadamente en enero de 2019 a Mike Pompeo, secretario de Estado, de visita en Bogotá, el Bicentenario de la Independencia. Invocó para ello el supuesto apoyo de los padres fundadores de los Estados Unidos a la independencia hispanoamericana. Los padres fundadores no abrigaban buena disposición hacia la independencia latinoamericana. Explícitamente Thomas Jefferson y John Adams formularon comentarios peyorativos: El segundo declaró que pensar la instauración de gobiernos libres en América del Sur era tanto como intentar “(…) establecer democracias entre los pájaros, las fieras y los peces.”

¿De dónde venían Morillo y Bolívar?

Los dos hombres, que se reunieron el 27 de noviembre de 1820 en la aldea de Santa Ana, llegaron de lejos, si se tiene en cuenta el segmento 1815 – 1820. El segundo había iniciado su recorrido bélico hacia América el 17 de febrero de 1815, cuando zarpó del puerto de Cádiz a la cabeza del Ejército Expedicionario. Había arribado a Venezuela donde se formó la falsa idea, por los informes que recibió de los oficiales españoles que estaban allí, que la situación estaba controlada. Sin tardanza siguió Morillo hacia Cartagena a la que sometió a bloqueo por mar y a un cerco por tierra. Después de 102 días de sitio, entraron las tropas a la ciudad el 6 de diciembre de 1815 para encontrarse con un panorama de horror. De allí, Morillo se adentró en la Nueva Granada para imponer el terror y luego retornar a Venezuela.

A finales de 1815 Bolívar, se encuentra en el Caribe insular en una situación de pobreza y frente a unas condiciones históricas de retroceso profundo de la Independencia en el subcontinente. No cuenta con armas, ni barcos, ni recursos, dispone, sí , de una teoría sobre América y de una estrategia para la guerra, que ha expuesto en su genial documento: la Carta de Jamaica, fechada el 6 de septiembre. En las Antillas, decide buscar la ayuda del presidente de Haití, Alexandre Pétion, quien la presta con generosidad. Provee a Bolívar de armas, goletas, munición, dinero. Así se integra la expedición por los exiliados que habían salido de Venezuela, la Nueva Granada y por algunos militares europeos. Se produjeron discusiones tensas por el mando que quedó en manos de Bolívar. Zarpó la expedición del puerto haitiano de Los Cayos el 31 de marzo de 1816 y arribó a la Isla Margarita el 3 de mayo donde fue recibida con enorme satisfacción por el general Juan Bautista Arizmendi. De allí Bolívar se dirigió a Tierra Firme para desembarcar en Carúpano donde proclama su primera liberación de esclavos. Las disensiones en el campo patriota, la impugnación al mando de Bolívar, obligan a éste a abandonar Venezuela rumbo a Haití.

Una batalla en América, un levantamiento en la Península

La nueva ayuda del presidente Pétion le permite al Libertador la organización de la segunda expedición que parte del Puerto de Jacmel el 18 de diciembre y que, en su destino final, desembarcará en Barcelona el 31 de diciembre de 1816. Comienzo de una etapa de la guerra que tendrá, en la mayor parte del tiempo, sus campos de batalla en Venezuela y como protagonistas centrales a Morillo y Bolívar. La campaña Libertadora de 1819 se inicia en Guayana y culmina el 7 de agosto de 1819 con la victoria del Ejército republicano, comandado por Bolívar, sobre la Quinta División del Ejército español, bajo el mando del coronel Barreiro en la Batalla del Puente de Boyacá.

Los historiadores que se han ocupado de esta batalla concluyen que en sí misma tuvo proporciones modestas. Pero las consecuencias fueron decisivas. Me limito a señalar la significación que la batalla tuvo para los protagonistas del encuentro de Santa Ana. Para Bolívar, representó la consolidación de su liderazgo político y jefatura militar en el movimiento de la independencia de Hispanoamérica. Para Morillo, representó una derrota política y personal sin atenuantes.

El conde de Cartagena y marqués de la Puerta no se llamó a engaño a sí mismo, ni pretendió disminuir ante los poderes de la metrópoli las consecuencias del acontecimiento. Anotó en un informe elaborado en Valencia y fechado el 12 de septiembre de 1819: “Esta desgraciada acción entregó a los rebeldes, además del Nuevo Reino de Granada, muchos puertos en la Mar del Sur, donde se acogerán sus piratas, Popayán, Quito y Pasto y todo el interior de este continente hasta el Perú en que no hay ni un soldado – y – a merced del que domina en Santa Fe a quien al mismo tiempo se abren las casas de Moneda -, arsenales, fábricas de armas, talleres y cuanto poseía el Rey nuestro señor, en todo el virreinato”. Cierra Morillo con desolación el balance: “Bolívar en un solo día acaba con el fruto de cinco años de campaña y en una sola batalla reconquista lo que las tropas del Rey ganaron en muchos combates”.

En España, el 1 de enero, se produjo la rebelión del coronel Miguel de Riego en Cabezas de San Juan en Andalucía. Riego había recibido el mando del Segundo Batallón de Asturias que era parte de un ejército expedicionario destinado a aplastar la revolución en América. Al tiempo estalló la Revolución Liberal en Galicia que se extendió por el país. Fernando VII fue obligado a jurar la Constitución de Cádiz en marzo de 1820 y a integrar un nuevo gobierno que presidiría el Trienio Liberal 1820-1823.

La victoria patriota en Boyacá y los acontecimientos político-militares en España cambiaron en favor de la Independencia el balance estratégico de la guerra. En esas condiciones, Madrid puso en marcha una política de distensión hacia los insurgentes que ningún efecto podía producir al menos con respecto al Norte de América del Sur. Ya el 17 de diciembre de 1819 el Congreso de Angostura había proclamado la Ley Fundamental de la República de Colombia. La fórmula fue lacónica: “Las Repúblicas de Venezuela y de la Nueva Granada quedan reunidas en una sola”, ad referéndum quedó Quito.

Rumbo a los Tratados

Morillo acogió la política de distensión tanto por su convicción de que la guerra no tenía perspectivas para el mantenimiento del dominio colonial de España al menos en los territorios en los que él había dirigido la guerra. Desde la perspectiva personal ninguna novedad halagüeña podía esperar para culminar su carrera militar en América. Desarrolló una febril actividad con una proposición de Armisticio orientada a obtener un cese de hostilidades entre los ejércitos enemigos. Envió cartas a Bolívar a quien se dirige como “Su Excelencia” y, a otros jefes militares republicanos, dirige una carta apremiante al “Serenísimo” Congreso de Angostura. Los diputados no recibieron a los mensajeros y Bolívar no mostró particular prisa. Sin embargo, para sus planes de guerra no le era indiferente la idea de ganar tiempo para producir los ajustes que permitieran poner a punto al Ejército para iniciar la liberación de toda Venezuela.

Después de intercambios, las partes llegaron al acuerdo sobre la necesidad de un cese de hostilidades y cada uno de los jefes nombró a cuatro negociadores. Presidía el grupo que representaba a Bolívar el general Antonio José de Sucre quien tenía apenas 25 años. Si bien Bolívar valoraba el armisticio encontró un motivo políticamente más potente para la realización exitosa del acuerdo y éste surgió en la viva inteligencia del Libertador cuando advirtió la posibilidad de vincular las negociaciones a la consideración de un tratado de regularización de la guerra. Morillo, sin pensarlo mucho, aceptó. Así, las negociaciones altaron del terreno militar operativo a lo histórico-estratégico.

El Tratado de Armisticio fue firmado por los plenipotenciarios en acto solemne el 25 de noviembre y ratificado separadamente por los comandantes supremos. La duración acordada de cese de hostilidades fue de seis meses y se trazaron los límites dentro de los cuales permanecerían las tropas. Se aseguraron las comunicaciones para garantizar la provisión expedita de ganados y productos. En Maracaibo y Cartagena, bajo poder realista, se autorizaba el comercio libre con el interior. En caso de reanudación de las hostilidades, la parte que lo hiciera se obligaba a comunicarlo a la otra con 40 días de anticipación. El artículo 14 estableció que “(…) para dar al mundo un testimonio de los principios liberales y filantrópicos que animan a ambos gobiernos…”, éstos se comprometían a celebrar inmediatamente un tratado que regularizara la guerra conforme al derecho de gentes y a las prácticas más liberales, sabias y humanas de las naciones civilizadas”

El proyecto del Tratado de Regularización de la Guerra fue elaborado por los plenipotenciarios republicanos y fue objeto de modificaciones menores por los representantes del gobierno español. Se comprometían los Estados firmantes a evitar el exterminio que había implicado la guerra a muerte tanto por parte de los realistas como de los republicanos. Se acordaba el respeto por los prisioneros de guerra y el tratamiento de acuerdo al grado. Se prescribía la adecuada asistencia a los heridos y la incorporación a sus respectivos ejércitos luego de restablecidos. Se garantizaba el respeto a la población en el paso del dominio de uno a otro bando sin que se le sometiese a persecución por sus ideas y opiniones políticas.

De acuerdo a la letra de los textos, España reconocía a Colombia como un Estado en guerra y a Bolívar como presidente de Colombia. Es cierto que no había reconocimiento explícito a la Independencia. Fueron documentos concebidos y redactados con notable versación jurídica y enorme sensibilidad humanitaria y, por, ello son referencia inextinguible de la historia de los derechos humanos y del derecho internacional humanitario, aunque como es obvio en su tiempo estuvieron enmarcados en las doctrinas y prescripciones del derecho de gentes. Debe señalarse que en lo general la guerra se atendría a lo convenido en el Tratado de Regularización.

La entrevista de Santa Ana del 27 y 28 de noviembre entre los dos guerreros es un capítulo exaltante de la guerra de Independencia. Los personajes actuaron de acuerdo a papeles que cada uno se había preparado. Murillo se inclinó por lo fastuoso y Bolívar se atuvo a un libreto de calculada modestia. Ambos se permitieron altas dosis de cordialidad y gallardía. No deja de impresionar que estos archienemigos hubieran pasado la noche en la misma casa y en la misma habitación cuando aún la guerra estaba a cuatro años de terminar. El lector cuenta con narrativas muy cuidadosas pintorescas y humanas sobre el acontecimiento de Santa Ana.

*Medófilo Medina, Ph.D en Historia, profesor emérito y honorario de la Universidad Nacional.

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