Homenaje a Rabindranath Tagore en Shillong

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Discurso pronunciado por el columnista de “La línea del medio” y Rector Uniempresarial, Juan Alfredo Pinto Saavedra, en el Día Internacional de India en Uniempresarial, este 7 de mayo de 2024.

Originalmente este texto fue escrito para celebrar el sesquicentenario del natalicio de Rabindranath Tagore y se convirtió en el artículo de Pinto Saavedra con mayor traducción a las diferentes lenguas de la india.

El texto se ha reeditado con motivo del tributo que se ofrece a la figura Premio Nobel de Literatura de 1913, ahora cuando celebramos el 160 aniversario de su natalicio.

He venido hasta el palacio de Tripura en Shillong para irrespetar tu memoria. Estoy aquí en la “Escocia del Oriente”, donde solías pasar días de solaz y apretar la ubre de la fuente prodiga que inspiró verse y dibujos. He querido pisar los mismos tablones de pino y sus nudillos, sobre los cuales posaste tus enormes sandalias y tu figura mesiánica de la que, sin menoscabo de tu nobleza, supiste obtener frutos en tus visitas a Occidente, como anticipado comunicador global que fuiste, con ese egregio semblante venerable, con ese ropón de algodón bengalí y esa combinación de oro en tu rostro y plata en tu barba y en tu cabellera.

He recorrido Meghalaya para conocer del tapiz de tribus y comunidades, para asumirme en su extendido cristianismo sintiéndome por una vez en India miembro de alguna mayoría, pero, a la vez, participando de los festivales de todas las creencias, para disfrutar de la vida bajo el orden económico matriarcal khasi, el cual se hermana con nuestro ancestro wayuu, como avizorando el vecino día en el cual demos paso al ciclo histórico donde la mujer tomará la posta e intentará restaurar la convivencia.

He navegado el Brahmaputra para venir a cometer la osadía de hacer correr mi mano en el papel de arroz sobre el secretaire donde dejaste plantada la huella de gran artista de la totalidad: tú Rabindranath, el romancero de El Naufragio, el vate que dio vida a Chitra, la seductora travestida, el que nos enseñara del drama del amor y de la compasión cuando se dispone del poder como en el caso del rey Vikram, el hombre de la novela y de la acuarela, el autor de la lírica para grandes músicos y de la música para los oratorios laicos y universales que manaron de tu pluma honrada e impecable.

He seguido tus pasos de viajero infatigable para tomar de la madera vieja e intacta de los pinares del Noreste, el olfato de diferenciador minucioso con el cual supiste ver la realidad y los sueños; tú, desconfiado antifreudiano, como si tus poemas no habitasen todas las regiones del alma y de la psiquis, aunque tengan lugar en variadas regiones de la Tierra; tú que aun discrepando una y otra vez bautizaste al padre de la India grandiosa y miserable con el nombre de Mahatma. Tú, desaforado creador, dueño de la fe en el amor y descreído de casi todos los otros credos.

En devota prosecución vine al lago Umiam, cerca de donde descendieron un día las dieciséis familias celestiales usando la escalera dorada sobre el pico de Sohpetbneng. De ellas, siete quedaron prendadas de esta tierra como tú, Rabindranath Tagore. Ellas tornáronse permanentes habitantes de nuestro mundo y llevaron flores a las cavernas desde donde surgió la diosa de Shillong que nos enviara a su hija Krem Marai, la reina madre quien, como tú, nos enseñó a hablar, a cantar y a danzar.

También he llegado a Shillong para practicar mi sacramento de comunión, de convergencia con sus tótems cargados de mitos y leyendas, con sus pequeños puentes de bambú, los cuales me conducen hasta donde me aguarda la balsa sobre la que los hijos de Colombia navegamos entre guaduales por el río La Vieja. Allí y acá, jóvenes que lucen hermosos sombreros y atuendos, me acompañan a recoger variados frutos en cestos encomiosamente elaborados con la fibra de juncos tejidos bajo diseños nativos con formas inesperadas, como tus colores, como tus letras, como tus versos.

Así como un día tuve la suerte de dormir junto al escritorio sobre el cual Washington Irving redactó sus Cuentos de la Alhambra, ahora he recibido la gracia de tocar los que fueran tus objetos, tu silla de mimbre, tu percha, y ese pequeño cajón de notas y retratos. Y he brindado contraviniendo la Ley Seca en la fiesta de Durga, por ti, Maestro, por uno de los precursores de todas las artes modernas, en honor a tu gloria y a tu delicada enseñanza, en el sesquicentenario de tu natalicio, entre faroles y armarios del príncipe de Tripura, en la vieja Shillong, rincón de todos los verdes en el corazón del Noreste de la India.

*Juan Alfredo Pinto, escritor, economista, @juanalfredopin1.

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