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No se trata de una cohorte de Hermanitas Descalzas que, rosario en mano, entrarían a Venezuela para convencer al señor Maduro de declinar el poder que ejerce.

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La polarización venezolana, si algo ha puesto de presente, es la incapacidad de su dirigencia para consensuar salidas que permitan que al país retorne el progreso, la democracia y la libertad y ello es consecuencia, por una parte, de la decisión gubernamental de no ceder el poder por los riesgos que conlleva dada la forma como lo han ejercido y por la otra, de la doble manera que han tenido los factores opositores mayoritarios de enfrentar a aquel.
Respecto del gobierno la posición es clara: no entregan, aparte de por la razón previamente señalada, porque disfrutan de las mieles del mismo, así como por el hecho de que gozan del respaldo que les proporcionan las armas que propios y extraños han puesto a su servicio -inclusive las institucionales- y finalmente porque, en el estado actual de la legislación interna, saben el riesgo que correrían.
La oposición, a su vez, siempre ha estado dividida al respecto.
Mientras la misma estuvo dirigida por quienes creían que era conducente construir mecanismos de negociación que facilitaren la transición, no solo se encontraron con la falta de disposición gubernamental para que ello fuere posible sino también y para mi, así lo afirmo, más perjudicial, con el fuego amigo que día a día boicoteó, activa y pasivamente, esa posibilidad por no creer en la misma y considerar que los responsables de la situación debían responder por esta con los mecanismos legales actualmente vigentes, Corte Penal Internacional incluida.
Hoy la dirección del sector que enfrenta al señor Maduro y quienes le acompañan está en cabeza del último grupo.
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Así entonces, vista la imposibilidad de asumir el poder el pasado 10 de enero, no debe sorprender, en modo alguno, la propuesta que desde el exterior, unos actores políticos colombianos -con absoluta afinidad con la actual dirección que enfrenta internamente el estado de cosas venezolano- y con la aquiescencia expresa de un dirigente político de Venezuela que nunca ha estado de acuerdo en negociaciones pero que además forma parte del círculo cerrado del nuevo poder, proponga una intervención humanitaria.
Esta última expresión no debe llamar a engaño.
No se trata de una cohorte de Hermanitas Descalzas que, rosario en mano, entrarían a Venezuela para convencer al señor Maduro de declinar el poder que ejerce. Se trata de personas con armas que disparan balas que terminan con la vida de quienes la recibirán. Esa es en el fondo la propuesta y así, descarnadamente, hay que reconocerlo.
La idea resulta interesante viniendo de quienes proviene, los señores ex presidentes Duque y Uribe.
Resulta que, conforme al Registro Único de Víctimas llevado por el Estado colombiano, para el 31 de diciembre de 2023, el número de desplazados en Colombia como consecuencia del conflicto interno que todavía hoy, lamentablemente vive el país, alcanzó a 8.578.124 personas cifra está muy cercana, ironías de la vida, al número de migrantes venezolanos por el mundo.
Esos desplazados en Colombia, buena parte ya fuera de este país, salieron de sus hogares en aquellas regiones colombianas donde los grupos irregulares campean, como consecuencia de la actuación de estos y la reacción gubernamental para reprimirlos, pero además, sin incluir en esa cifra las bajas -nombre técnico para los muertos- que los enfrentamientos en esas regiones, han producido.
Quienes a lo interno de Venezuela crean que la fórmula mágica para resolver la situación es que por la frontera cucuteña o las playas de La Guaira o Lechería ingresará la ayuda humanitaria, sepan que esta no lo hará con confeti y serpentina, mientras los espectadores comen crispetas o cotufas y toman Coca Cola cuando ello ocurra. Lo harán armados para matar o morir pues alguno los enfrentará, nadie lo dude. De allí que esos espectadores, sus vidas, las de sus familias y sus propiedades estarán en juego por la incapacidad y soberbia de algunos de buscar soluciones consensuadas a la situación y lo triste, lo más triste, será que luego de llorar las víctimas, las cosas quizás no se resolverán para nadie visto el método elegido.
Siempre es tiempo para, entre hermanos, buscar acuerdos. Lo lograron en los años 80, gracias a la intervención de juiciosos presidentes latinoamericanos, quienes en conflicto tenían ensangrentada Centroamérica. Con ese antecedente entonces, obvio es concluir que ello sí sería posible en Venezuela, si se construyera la voluntad política para ello y tuviéramos la diplomática ayuda internacional que requerimos.
Los venezolanos no nos matamos entre sí desde la guerra federal. Sería terrible que ello volviere a ocurrir porque algunos pocos, muy pocos, que seguramente no perecerán -ni seguramente sus hijos tampoco- como consecuencia de alguna intervención, son incapaces de encontrar fórmulas conciliatorias.
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*Gonzalo Oliveros Navarro, Abogado. Director de Fundación2Países @barraplural