La indignación por la desigualdad

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Existe un malestar generalizado en el mundo. Ese malestar se refleja en gran medida en la oleada de protestas que en la actualidad estamos evidenciando. Pero más allá de ello, debemos decir que dicho panorama político y social, es producto de un claro rechazo al modelo económico y a la hegemonía del Estado y del gobierno como garantes del orden y de la institucionalidad.

Estamos en una época de transición: hacemos el tránsito hacia nuevas formas de pensar el poder y la política; hacia una nueva forma de gobierno y de sistema político, alejados del autoritarismo; avanzamos hacia la necesidad de humanizar la economía, al menos mientras el neoliberalismo llegue a su fin y en donde la salud y educación, especialmente, no se vean como un negocio; se avanza en el reconocimiento de pensar los ámbitos de lo privado y lo público con enfoque de género; en despertar mayor sensibilidad por la protección del medio ambiente y de los animales, entre muchos factores más.

Pero las soluciones que se proponen hoy en día a todos estos cambios estructurales, no son las más pertinentes. Esto hace que las instituciones y sus gobiernos pierdan cada vez más su legitimidad y aumente con ello la indignación. Indignación que se ha convertido en la característica más grande que identifica nuestra época.

La indignación no es casual frente al panorama  político y económico que estamos viviendo. Caso Colombia: los ciudadanos están tomándose las vías de las ciudades como reacción a dicha situación. El común denominador de las protestas consiste en la profunda injusticia que deja la desigualdad. En el último Informe sobre Desarrollo Humano (2019), publicado para el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) se hace un llamado al incremento en muchos países, especialmente en Colombia, de personas con escasas perspectivas de vivir un futuro mejor.

En el ámbito del desarrollo humano, las desigualdades son más profundas. Dice el Informe: “Piénsese en dos niños nacidos el año 2000, uno en un país con desarrollo humano muy alto y el otro en un país con desarrollo humano bajo. Hoy en día el primero tiene una probabilidad superior al 50% de estar matriculado en la educación: en los países con desarrollo humano muy alto, más de la mitad de los jóvenes de 20 años se encuentra cursando estudios superiores. Por el contrario, el segundo tiene una probabilidad muy inferior de estar vivo: alrededor del 17% de los niños nacidos en países con desarrollo humano bajo en 2000 habrán muerto antes de cumplir los 20 años, frente a tan solo el 1% de los nacidos en países con desarrollo humano muy alto. Sólo el 3% de los jóvenes en los países con desarrollo humano bajo, logran ingresar a estudios superiores.”

Es claro, como dice el informe, las desigualdades de desarrollo humano dañan las  sociedades y debilitan la cohesión social y la confianza de la población en los gobiernos e instituciones.

El gobierno colombiano actual debe reconocer los problemas estructurales  que han generado la desigualdad por muchas décadas y escuchar las protestas y propuestas  de los distintos sectores sociales que están en la calle por el derecho a una vida digna. En consecuencia, la acción del gobierno no puede quedarse en la propuesta irrisoria de regular las protestas; esto lo que produce es el aumento de la indignación en la gran mayoría de los ciudadanos. El gobierno debe estar a la altura de dichos cambios.

*Jairo Hernán Ortiz Ocampo: Filósofo, Magister en Ciencia Política, Doctorando en Ciencia Politica. Docente Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, Universidad del Cauca. Director Grupo de Investigación Problemas Regionales y Derechos Humanos.

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