Ires y venires, a propósito de la campaña presidencial

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La disputa por el centro tan de moda, gracias entre otras, a la posible transición pos uribista, es poco importante para tratar de mitigar lo real: el hambre. 

La campaña presidencial es uno de esos momentos en los que se conjugan la esquizofrenia, la mentira, ahora llamada fake news, la grandilocuencia y, desde luego, la necesidad. Mientras tanto, los ingenieros calculistas del establecimiento político, los poderes fácticos y los partidos políticos echan números con el fin de reducir el riesgo. 

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La coyuntura es compleja. La economía, el empleo, el orden público están en crisis. Las instituciones pasan por uno de sus peores momentos en cuanto a la percepción ciudadana se refiere. En medio de todo esto, tenemos que elegir. Inquieta, eso sí, el ambiente marcado por la fragmentación y el divorcio entre los ciudadanos y las instituciones, que alcanza niveles francamente preocupantes. Muchos no creen literalmente en nada ni en nadie. 

De las propuestas aterrizadas más bien poco. Mucho ideario, discurso y poca concreción. La grandilocuencia está a la orden del día, mientras la pregunta por el cómo sigue pendiente. ¡Claro que el país requiere cambios!, de eso no hay discusión. ¡Por supuesto que estamos cansados de la corrupción a todo nivel! Pero el cómo también es fundamental. 

Vale recordar que el próximo presidente tendrá tan solo cuatro años para gobernar, Si tan solo logra alcanzar acuerdos en temas como la reforma pensional, la justicia y la salud habrá hecho mucho. Pero no, eso no “vende”. Por el contrario, discursos que parecen prometer un nuevo orden de cosas en tan solo cuatro años son el resultado de la atmósfera de desazón de un país cansado de la corrupción y que ve con el pasar del tiempo como nada parece cambiar. 

El efecto del péndulo puede llevarnos a votar por el crítico o por aquellos ubicados en la berma del frente. A decir verdad, algunos discursos están proponiendo cambios que escapan a la competencia presidencial y, de paso, tomando en consideración nuestro marco institucional, es muy difícil que eso se alcance. Lo saben las campañas; no obstante, la sobriedad atada a aquello que realmente se puede alcanzar no suena bien. 

Para los escépticos y para todos aquellos que comprenden las dificultades que trae un líder que no logra alcanzar acuerdos mínimos, lo anterior es preocupante. Para decirlo breve y pronto, aquí el poder está en el Congreso, pero nuestro régimen presidencialista de viejo cuño nos enseñó lo contrario. Se pide un líder fuerte, un mesías y/o caudillo que guíe al resto. 

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Más allá de pensar con el corazón, es vital pensar en lo posible, en aquello factible, deseable y viable. El “cambio”, esa expresión tan manoseada por estos días, ¿pasa por dónde? ¿Es posible seguir apostando por lo mesiánico? ¿Por caudillos iluminados? O, peor aún, ¿por el paternalismo de aquellos que saben qué es lo mejor para todos nosotros?

Nos movemos en una discusión de corte academicista, ramplona, superficial y falsa al mismo tiempo. Mientras muchos maduran el país a punta de teorías, lo complejo pasa por lo concreto y por el cómo, en especial, ante las cifras de pobreza económica. La disputa por el centro tan de moda, gracias entre otras, a la posible transición pos uribista, es poco importante para tratar de mitigar lo real: el hambre. 

Así pasan los días, entre descalificaciones de todos los pelambres, “acuerdos” emanados del mero cálculo electoral, justificaciones que echan mano de cuanto argumento permita explicar por qué mi candidato hace lo que se critica de los otros, y, por supuesto, los discursos en plaza pública y redes sociales donde se gana la presidencia a punta de retwittear. El tiempo pasa y la crisis se profundiza. La fecha se aproxima y ese equilibrismo electoral de “tener que sumar” recuerda la frase de Groucho Marx: “Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”. 

En todo este espectáculo sobresale una figura genuina, una mujer de aquellas que vale la pena escuchar, de esas que, por su capacidad de explicar la realidad sin tanta teoría edulcorada, presenta la Otra Colombia, esa que reclama un cambio real y que, al mismo momento, permite conocer la voz de aquellos que no tienen voz: Francia Márquez. 

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Adenda: Al observar a algunos de los candidatos al Congreso de la República, queda claro que tendremos discursos sempiternos para rato.

*Juan Carlos Lozano Cuervo, abogado, realizó estudios de maestría en filosofía. Es profesor de ética y ciudadanía en el Instituto Departamental de Bellas Artes y profesor de cátedra de derecho constitucional en la Universidad Santiago de Cali. @juanlozanocuerv

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