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Urge volver por el desarrollo productivo local. Hemos llegado al otoño de la insostenibilidad. Las soluciones basadas en proyectos gigantes se tornan impagables en el nuevo contexto.
La reconfiguración de la política internacional y la verticalidad de los discursos liderados por China y Estados Unidos llevan el asunto climático a la esfera de la polarización con grave lesión a los intereses de la humanidad y de la vida terrenal, todo lo cual crea enormes dificultades para alcanzar acuerdos globales. Aparecen idealizaciones filosóficas elementales para tratar de ofrecer soporte a lo que verdaderamente ocurre: una emulación en las esferas política, militar, económica y tecnológica que enfrenta a los súper poderes y a sus aliados trae consigo una confrontación feroz por el desarrollo de las fuerzas productivas manifiesto en el crecimiento y la acumulación entre dos variantes del capitalismo insostenible – el capitalismo burocrático de Estado monopartidista y el capitalismo democrático restringido por la dominancia corporativa – que puede convertir a tales poderes en los conductores de la autodestrucción.
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Las filtraciones que se han conocido del próximo informe del Grupo Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático IPCC permiten pronosticar que será un documento de gran severidad y significado, aunque la versión final puede atenuar el acento de la opinión de los científicos encargados. Todo conduce a un escenario donde la evaluación de los impactos y su evolución, por una parte, y las recomendaciones de mitigación, por la otra, serán insoslayables. Los indicadores no dan lugar a relativismos según lo que se ha conocido y las medidas impostergables constituyen un revolcón de gran magnitud para el sistema económico fundado en el crecimiento, el rendimiento y la acumulación sin límites, como única alternativa para evitar un caos climático insuperable.
La COP 26 a celebrarse en Glasgow, Escocia, entre el 1 y el 12 de noviembre de 2021 será el escenario para dar comienzo al fuerte debate que seguirá hasta la presentación final del texto del AR6, el sexto informe de evaluación a conocerse finalizando el 2022. La tensión actual proviene de las posiciones radicales donde los indicadores son nítidos a partir de su base científica y de las valoraciones de impacto. Al construir el consenso declarativo oficial, es posible que se escenifique una vez más el encuentro de dos posiciones: la que considera que para evitar un caos climático que podría traer consigo enorme daño para nuestra especie es imprescindible abandonar el sistema socio económico actual que obliga a las economías a crecer continuamente, y la que, maquillando los incontrastables reportes de base científica, pueda lograr una aprobación unánime de todos los gobiernos, amputando o bajando el tono de incómodas conclusiones, indultando al sistema económico y su adicción al crecimiento.
Vamos a ser testigos de una situación especial. Mientras China y Estados Unidos con sus respectivos aliados intensifican las batallas por el control de información, las participaciones en los mercados, los dominios geográficos y el manejo de corredores económicos y cadenas de suministro, los dos países pueden coincidir con retóricas diferentes y discursos mutuamente críticos en un conjunto de planteamientos que al final abogan por la supervivencia de la confrontación basada en el desarrollo de las fuerzas productivas matizada con una mejora insuficiente de las decisiones mitigadoras. Así los súper poderes podrían confrontar a gran parte del mundo que interpela actualmente ese sistema insostenible.
Las posiciones ultra radicales ayudan a crispar los ánimos, pero no favorecen salidas auténticas en la construcción de alternativas prácticas frente a la sociedad del rendimiento y la acumulación. Mientras cada día aparecen frases más atizadoras “contra el capitalismo y su canceroso funcionamiento biocida” y contra “su asesina procrastinación”, la formulación de salidas o alternativas prácticas no parece convencer de manera suficiente, aunque dadas las implicaciones evidentes de la tragedia climática, la inconformidad general crece de manera muy intensa. Buena parte de la ciudadanía global aboga por lo que algunos han visualizado como “un armisticio entre la civilización humana y la biosfera”, lo cual implicaría una desescalada económica orientada por los Estados que permita “reducir controladamente las economías sin quebrarlas”.
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El mundo ha superado en la práctica el negacionismo frente a la crisis climática. La industria de los combustibles fósiles y sus múltiples sectores relacionados se esfuerzan ahora por sembrar dudas sobre los hallazgos de evidencias acerca de la magnitud y progresividad del problema. Grupos técnicos de mérito defensores del capitalismo del presente como los que en su hora denunciaran Naomi Oreskes y Erik M. Comway, unos objeto de sospecha, otros ligados con soportes gubernamentales no desprovistos de interés y aún otros verdaderamente independientes, reciben presiones en estas vísperas de Glasgow, las mismas que serán más intensas a medida que nos acerquemos a la publicación del nuevo informe del IPCC el año entrante. Tales presiones buscan incidir para que los responsables del Informe terminen por escorarse hacia las visiones más optimistas hasta conformar un informe que indulte al sistema económico actual lo cual conduciría a unos efectos reales mínimos y a la devastación irreparable.
La polarización en la esfera intelectual hace también mucho daño a la búsqueda de salidas. Poco aportan las voces que rebuscan epítetos para calificar al sector corporativo, a los gobiernos y al empresariado en general. “Élites suicidas” les espetan y hablan de una guerra civil global. Lo penoso es que, llegada la hora de propuestas para modificar el curso de los acontecimientos, éstas se perciben débiles o irrealizables.
En medio de tan caldeado ambiente, valdría la pena dimensionar y formalizar las bases para considerar la declaratoria de una emergencia climática en favor de un adelgazamiento metabólico que satisfaga las necesidades de la sociedad, pero morigere palpablemente el despilfarro depredador y aprenda de las mejores prácticas entre las naciones. Me he declarado partidario de la economía social y ecológica de mercado como la correspondencia entre los órdenes económico y político que permita el relevo de este capitalismo en crisis por un capital ético, social y sostenible en el florecimiento del humanismo digital.
El otoño de la insostenibilidad y la crisis en la cadena de suministros
En el dominio de lo ambiental, existe hoy en el mundo copiosa literatura. No obstante, suele ser un tanto difícil encontrar en la comunidad científica personalidades de alto nivel que osen emitir opiniones más allá de lo teórico y más cerca de la política. Por eso es interesante el caso del español Antonio Turiel, Físico y Matemático, PhD en física teórica, quien, al hablar sobre la cuestión climática y la transformación de la matriz energética, centra su argumentación en los aspectos socioeconómicos y políticos para interpelar una a una las soluciones tecnológicas que prometen salvarnos del abismo pospetróleo. Su libro “Petrocalipsis, crisis energética global y cómo la vamos a solucionar” en principio produce cierto nerviosismo, pero Turiel sostiene que sus tesis no son ni extremas ni radicales y tal vez por ello “se están convirtiendo en una versión bastante mainstream dentro de la comunidad científica”. En su opinión, pese al avance en la utilización de las energías renovables para luchar contra el cambio climático, las descompensaciones son enormes y la sustitución está muy por debajo de lo requerido.
El esquema de globalización actual y el hecho de que China se haya convertida en la mayor fábrica del mundo han sido posibles sólo porque había grandes cantidades de petróleo barato. Si el petróleo desaparece de la ecuación, el transporte sufrirá un golpe que puede ser definitivo. El transporte aún hoy funciona en muy alto grado sólo con petróleo, como también la maquinaria pesada y los tractores. Podremos usar barcos que funcionen bien sin petróleo; lo que no existe es la solución mágica para mantener todo esto en la escala actual, ni en un modelo de crecimiento ilimitado como el presente. El petróleo es tremendamente idóneo para mover maquinas autónomas, aquellas que no están enchufadas a nada. El 80% de la energía que utilizan los países desarrollados no es eléctrica. La fabricación de acero no es electrificable. Necesita carbón. Algo similar acontece con el cemento. Hablamos del vehículo individual donde los eléctricos son pertinentes, mas cuando observamos lo que sucede con los vehículos comerciales y de cargas intermedias, el tema se complica. Turiel cuestiona muchas de las hipotéticas soluciones en lo eólico, en el uso de hidrógeno y en cambio se hace eco de los modelos de uso compartido entre viviendas, cadenas territoriales y articulación productiva.
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Dentro del proceso transformador de la cultura y formas de vida hay un problema de magnitud: los poderes económicos y sus tentáculos no gozan de credibilidad puesto que sus alforjas están cargadas de inconsecuencias. Antonio Turiel se unió con el periodista y guionista Juan Bordera para criticar la manera como llevaron al mundo a creer que podíamos proveernos de todo rompiendo los ciclos naturales y las estaciones mismas. Y ese acto soberbio ha sido apenas una pírrica victoria temporal. Abasteciéndonos de todo en forma continua creamos el estado climático caótico que nos sorprende con fenómenos meteorológicos abruptos, potentes. Lo dicen con claridad nuestros autores en comento: “Pretendimos dominar los ciclos sin antes comprenderlos”.
A la cadena de suministros le está pasando también algo aparentemente incomprensible. Las fábricas de coches están paradas por la falta de microchips, también las de PlayStation 5. Se debe esperar meses para las entregas. Escasean el acero laminado, el aluminio, algunos pigmentos, las resinas epoxi, materias primas farmacéuticas. El problema no sólo se localiza en la manufactura: este año la cosecha de trigo en Rusia será mala y los fletes marítimos se han multiplicado hasta por quince veces. El precio de la electricidad se dispara y amaga la escasez de gas natural. Es claro, la cadena alimenticia es petrodependiente. Y todo esto justo en el ciclo pos pandémico cuando se esperaba una recuperación sostenible. Lo peor es que todo se sabía. Desde 2005, cuando la producción de petróleo alcanzó su máximo, la industria del combustible fósil comenzó a ceder terreno y en 2014 redujo inversiones fuertemente. Y el descenso continuó y se vio agravado por el Covid. Faltan minerales y cables y hay menos contenedores. Estamos presenciando y sufriendo el efecto mariposa de la complejidad en la propia cadena de suministros. Claro, hay quien pesque en río revuelto. La gigante marítima Maersk, primer operador de transporte marítimo, ha multiplicado por 10 sus beneficios recientes.
Cada vez será más costoso producir petróleo, gas y otros materiales. Las cadenas globales de suministro están bajo presión. Requieren neodimio, plata, disprosio y otros materiales. Aún tenemos algo de tiempo para evitar lo peor. Urge volver por el desarrollo productivo local. Hemos llegado al otoño de la insostenibilidad. Las soluciones basadas en proyectos gigantes se tornan impagables en el nuevo contexto.
¿Qué puede entonces suceder en Glasgow?
Será un escenario de configuración de la angustia universal. Una cumbre en medio del actual disenso difícilmente va a alcanzar una convergencia trascendental para desgracia de todos. Sin embargo, es evidente que tampoco puede presentarse ante el mundo con una declaración de buenas intenciones que ignore las recomendaciones de los expertos.
¿Y en el caso de Colombia?
El país inicia un amplio debate político que nos genera una oportunidad para aspirar a un liderazgo que encarne la prioridad de lo ambiental con alto sentido de concreción y realismo. Como siempre, el análisis debe conducirnos a tener respuestas propias y nuestra genuina perspectiva y para ello es necesario reconocer el espectro de opiniones entre nuestra ciudadanía multicultural y diversa sin abjurar de nuestras mejores esencias pues ellas van a contribuir en la construcción de nuestros límites, aquellos que nos permitan mejorar nuestra economía sin quedar atrapados en eso que Jean Baudrillard definiera como el paraíso ingrávido de la liberación del pasado. Esa levedad en el sentido de nuestro progreso no se corresponde con nuestro compromiso con la ética social, la paz y la defensa del gran patrimonio natural que se nos otorgó. Una descarbonización a nuestro modo, muy seria, acorde con nuestras capacidades. Aunque suene muy colombiano, podemos estar ante un momento de logros intermedios que den sostenibilidad al proceso correctivo.
*Juan Alfredo Pinto, escritor, economista, @juanalfredopin1