La cancillería paralela de María Paula Correa

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El decreto 1185 del 30 septiembre de 2021 terminó de cristalizar la conformación de una cancillería paralela en Casa de Nariño. 

(Lea también: La Opa de los Gilinski, un asunto de política exterior)

En julio de 2021, apenas dos meses después de la designación de la Vicepresidenta Martha Lucía Ramírez como canciller, Iván Duque decidió que su vicepresidente no podría salir del país cuando él lo hiciera. Esta determinación dejó a la vicepresidenta-canciller sin la capacidad de acompañar al Presidente de la República en el exterior y a Colombia sin un ministro de relaciones exteriores con plenas funciones. ¿Qué visita de Estado puede contar como tal sin la presencia de la canciller?

Como si el decreto 835 citado no hubiese sido suficiente, en septiembre llegó la estocada final. La jefe de gabinete María Paula Correa adquirió, vía el decreto 1185, un mayor número de responsabilidades internacionales. Quedó encargada de “adelantar las gestiones para obtener cooperación”, “asesorar al Presidente en temas relacionados con la política exterior y los asuntos internacionales”, “impulsar y hacer seguimiento a las iniciativas del Presidente en la agenda bilateral y multilateral”, “representar, por instrucciones del Presidente, al Estado colombiano en foros de discusión, audiencias públicas y demás escenarios en el ámbito multilateral”, “coordinar con la Dirección de Protocolo del Ministerio de Relaciones Exteriores la logística de los eventos, reuniones, viajes y desplazamientos del Presidente” fuera del país, así como manejar la Oficina para la Atención e Integración Socioeconómica de la Población Migrante, una tarea que la ubica en un papel de supra-coordinación de todo lo relativo con la presencia venezolana en Colombia.

En definitiva, existen hoy en Colombia dos cancilleres: una con capacidad de incidencia y cerca del Presidente y otra con el poder legal y más distante del centro decisorio.

La duplicidad de la figura produce desconcierto en el exterior y desinstitucionalización en Colombia.

La situación actual supera la duplicación de funciones que se dio en el pasado con las Consejerías Presidenciales de Asuntos Internacionales. Ningún ocupante de ese cargo reemplazó de facto al o la canciller de turno.

Un presidente en el exterior, acompañado de su jefe de gabinete y no de su canciller, perturba las relaciones con los demás gobiernos. En el ámbito protocolario, produce confusión y hasta rechazo. Basta recordar las dificultades de la representación colombiana para sentar a la Sra. Correa en la mesa del Rey Felipe de España. Así lo describió Piedad Maya, de la Asociación Colombiana de Ceremonial y Protocolo.

(Texto relacionado: La Cancillería de Duque)

De hecho, cuando María Paula Correa está presente, se violan todas las reglas de precedencia, pasando por encima de los ministros de Estado. Se entienden, entonces, las ganas de nombrar en la Dirección de Protocolo del Ministerio de Relaciones Exteriores a un abogado inexperto, proveniente del Departamento Administrativo de la Presidencia, para retorcer las normas protocolarias. El anuncio de este nombramiento escandalizó a la carrera diplomática (Ver La Cancillería de Duque). Quien llegue a este puesto no la tendrá fácil: también toca acomodar a Andrés Gregorio Duque, el hermano, que acostumbra viajar con el Presidente y, en ocasiones, participa en las reuniones oficiales.

El Presidente podría autorizar los viajes con la canciller Ramírez “por razones excepcionales de necesidad” si lo quisiera y así devolver algo de normalidad a la conducción de la diplomacia. Pero está claro que confía más en su jefe de gabinete que en su canciller.

Los desafíos que plantea el binomio Ramírez – Correa van más allá de las formas de la diplomacia. El fondo también está en juego.

Como María Paula Correa acompaña al Presidente en los viajes y no la Canciller, es ella quien asume el seguimiento a los compromisos adquiridos. Los embajadores colombianos en el exterior le reportan a ella y no a su superior jerárquico. Por eso, son varios los embajadores en Colombia que han comenzado a dialogar de manera directa con Casa de Nariño, eludiendo a Cancillería para llegar al Presidente de manera más directa.

Pocos días atrás, la exvicecanciller Adriana Mejía y hoy representante de Colombia ante la ODCE en París le escribió a todos y todas los embajadores de Colombia en el mundo para informarles que Cartagena será sede este marzo de una cumbre internacional. ¿La organizará la Cancillería? No… la jefe de gabinete.

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(Le puede interesar: La cancillería 2022 y la política exterior)

*Laura Gil, politóloga e internacionalista, directora de La Línea del Medio, @lauraggils

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1 COMENTARIO

  1. Para usar un término mal usado, la solución salomónica sería que cada incumbente tenga su jefe de protocolo y sus propias agendas. Un poco como lo que ocurrió durante el oscurantismo nazi, cuando el perturbado Ribbentrop competía con el ministerio de relaciones exteriores; primero con el ambiguo encargo de Comisionado Especial del gobierno del Reich para los problemas del desarme, con rango de embajador y posición no oficial de enlace personal con Hitler; luego, como ministro paralelo con lo que se conoció como Buró Ribbentrop o Dienststelle Ribbentrop. Para la diplomacia profesional alemana esto era un ataque frontal; pero Hitler manejaba este tipo de situaciones de enfrentamientos entre su círculo de esbirros. Se servía de Ribbentrop para lo más audaz, pero al mismo tiempo lo dejaba de lado cuando le venía en gana. Ribbentrop entonces entraba en períodos de honda depresión, cosa que a don Hitler poco le importaría. Luego, para rematar, lo nombró ministro de relaciones del Reich, pero en la práctica siguieron funcionando dos servicios paralelos, pues Ribbentrop no podía prescindir del ministerio que dirigía, pero intentaba detonarlo por dentro.

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