La captura de Otoniel que no cambia (casi) nada

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Colombia continúa siendo el principal exportador de cocaína del mundo, a pesar de los personajes que aparecen todo el tiempo en los carteles de “Se busca” y que a veces caen para dar el obligado paso al costado y dejar que otros repitan la historia.

Capturaron a “Otoniel”, el jefe máximo, al menos en apariencia, del “Clan del Golfo”, poco tiempo antes llamado por las fuerzas estatales y los medios de comunicación “Clan Úsuga” y por mucho tiempo denominado como “Los Urabeños”, una organización delincuencial y violenta que lleva casi tres décadas operando en diferentes lugares del país.

Obviamente, el presidente Iván Duque dio una rimbombante declaración afirmando que “la caída de Otoniel es equiparable a la de Pablo Escobar”. No pretendo restarle méritos a una operación contra un personaje que ha sido protagónico en el narcotráfico y la violencia en Colombia, pero las cosas tienen que tener, como decía otro presidente del que también sacaban muchos chistes, “las justas proporciones”.

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Dairo Antonio Úsuga David, “Otoniel”, ha sido uno de los hombres en armas más poderosos de los últimos años en Colombia, capaz de controlar territorios, generar paros armados, asesinar a cientos de personas y enviar miles de kilos de cocaína al exterior, con rutas propias y también en asociaciñon con narcos locales y extranjeros de diferente nivel.

Su trayectoria delincuencial va desde el Frente Pedro León Arboleda, un reducto del EPL en Urabá, pasando a las Autodefensas de Córdoba y Urabá – AUC – con línea directa con Carlos y Vicente Castaño, continuando con el Bloque Centauros en el Meta y Casanare bajo el mando de Miguel Arroyave y regresando a Córdoba y Urabá, en compañía de “Don Mario” y su hermano Juan de Dios Úsuga David, alias “Giovanny”, para convertirse, por la captura del primero y muerte del segundo, en la cabeza de una compleja estructura delincuencial que hizo presencia en gran parte de Colombia. Mejor dicho, no hay duda de que “Otoniel” era un pez gordo de la violencia y el narcotráfico en el país. No en vano ofrecían cinco millones de dólares por él.

Sin embargo, su caída significará muy poco en este escenario. A pesar de que su organización se había convertido en una central de “franquicias” para otros grupos delincuenciales que buscaban “legitimidad” en varios lugares del país, continúa siendo poderosa. Es evidente que venía siendo bastante golpeada, lo cual hizo que otras estructuras con características similares intentaran copar sus espacios como siempre pasa.

Son muchos los grupos que andan rondando por ahí y cuyos nombres ya ni sé, pues van cambiando cada rato, aunque generando los mismos efectos y, sobre todo, contando con la presencia de individuos con toda la experiencia delincuencial (“know-how”, según el argot empresarial) para desenvolverse con éxito en ese entorno y reciclarse con efectividad. “Caparros”, “Caparrapos”, “Oficina del Valle de Aburrá”, “Pachely”, “Pachenca”, “Puntilleros”, “Rastrojos”, “Machos”, “Pelusos”, “Cordillera”, “La Constru” y muchos más que hacen presencia en diferentes lugares cuentan con gran poder armado, obtienen grandes recursos económicos, tienen control territorial y poblacional y, por supuesto, mantienen cercanas relaciones con sectores institucionales.

Mejor dicho, no creo que todavía alguien crea que con la captura de Otoniel el narcotráfico en Colombia y el mundo haya sufrido un fuerte golpe, pues solo basta mencionar a individuos igualmente poderosos con los que Otoniel se relacionó para ver que todo ha sido una cadena interminable de “bajas”, “victorias”, “guerras frontales”, “mejores policías del mundo” y demás afirmaciones que poco o nada alteran un negocio que basa su éxito en la persecución en su contra.

Es que en esta historia, por mencionar a algunos cercanos a “Otoniel”, fueron asesinados Miguel Arroyave, Carlos Castaño Gil, Pedro Oliverio Guerrero, alias “Cuchillo”, Arístides Mesa, alias “El Indio”, Óscar “Puntilla” Pachón, Roberto Vargas, alias “Gavilán”, Luis Eduardo Padierna, alias “Inglaterra”, Wilber Varela, alias “Jabón”, Vicente Castaño, Yesid Nieto, Víctor Serrano, alias “Megateo”, Nelson Darío Hurtado Simanca, alias “Marihuano”, y fueron capturados (y algunos extraditados) Daniel Rendón Herrera, alias “Don Mario”, Daniel “el Loco” Barrera”, John Fredy Zapata, alias “Messi”, Pedro Rincón, alias “Pedro Orejas”, Horacio Triana, Diego Fernando Murillo, alias “Don Berna”, Maximiliano Bonilla, alias “Valenciano”, Erickson Vargas, alias “Sebastián” y muchos más.

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¿Y qué ha pasado? Que el negocio sigue boyante, pues Colombia continúa siendo el principal exportador de cocaína del mundo, a pesar de los personajes que aparecen todo el tiempo en los carteles de “Se busca” y que a veces caen para dar el obligado paso al costado y dejar que otros repitan la historia.

Vale decir – pero eso ustedes lo saben – que la lista de “últimos grandes capos” capturados o “dados de baja” – porque a los delincuentes, al parecer, no los matan sino que los “dan de baja” – es mucho más larga y compleja. Si me voy para atrás me encuentro con Pablo Escobar, Gonzalo Rodríguez Gacha, Carlos Lehder, Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, Hélmer Herrera Buitrago, José Santacruz, Orlando Henao, Iván Urdinola, Diego León Montoya, Justo Pastor Perafán, Luis Hernando Gómez, Ángel Gaitán Mahecha, Leonidas Vargas, Walter Arizala, alias “Guacho” y Danilo González, entre una lista que no termina. No sobra recordar también que a muchos de los muertos de ese listado los despidieron masivamente, como si fueran el poder legítimo en sus zonas de influencia y no simples “bandidos”, como los denominan los partes oficiales. ¿Por qué será?

Total, “Otoniel” cayó, lo cual celebrarán, por supuesto, el gobierno, las fuerzas que lo persiguieron por tantos años y los medios de comunicación. También lo harán sus rivales en el negocio y, sobre todo, muchas de sus víctimas, que de seguro no son pocas. Como suele ocurrir, varios individuos, curtidos en estas organizaciones, ya estarán listos para reemplazarlo, tal y como “Otoniel” hizo con su hermano “Giovanny”, quien había hecho lo mismo con “Don Mario”, quien había hecho lo mismo con “Arcángel”, quien estaba listo para reemplazar a “El Profe”, quien había hecho lo mismo con “el Pelao”, quien había hecho lo mismo con “Rambo”, quien había hecho lo mismo con “el Patrón” y así sucesivamente.

El final de “Otoniel” estaba cantado desde hacía rato, pues llevaban años respirándole en la nuca. Además, si bien había sido parte de los grupos paramilitares en diferentes frentes y bloques, no consiguió mantener ese estatus político que, por mera conveniencia, cercanas relaciones con actores institucionales y del establecimiento a nivel local, regional y nacional y un efectivo discurso nacionalista y contrainsurgente que contó con el favor de políticos, medios de comunicación y funcionarios estatales, habían obtenido sus predecesores, a pesar de provenir de la delincuencia pura y dura, como ocurrió con las AUC. El nombre de “Autodefensas Gaitanistas de Colombia” – AGC – es diciente sobre esa pretensión de obtener un reconocimiento político que les permitiera, en algún momento, negociar con el Estado. Sin embargo, la correlación de fuerzas fue distinta, ya que, sobre todo, cierto sector del establecimiento se “lavó las manos” sobre su papel en la génesis y el desarrollo del paramilitarismo en Colombia. Y “Otoniel”, si bien tiene bastante información, ya no contó con línea directa, por lo menos a nivel nacional, con aquellos que, desde los cuarteles, las grandes haciendas y las mansiones de las grandes ciudades propusieron crear frentes y bloques por todo el país.

“Otoniel” es una ficha más intercambiable de todo un negocio trasnacional que tiene muchos intereses para que no se acabe: agencias internacionales, contratistas nacionales y extranjeros, laboratorios que fabrican productos químicos para fumigar, funcionarios de todo nivel, fabricantes y vendedores de armas, convenios de todo tipo, campañas políticas, sectores económicos y muchos más. Su caída es simplemente la de un actor relevante, pero insustancial en la actividad, pues será fácilmente reemplazado por otros, al tiempo que muchos de los grandes beneficiados de estas actividades, con mayor capital social, mejores conexiones políticas y permanencia en el tiempo, continuarán mandando la parada, tomándose fotos con candidatos presidenciales (los más boletas), haciendo negocios con figuras reconocidas del establecimiento social y político y lavando plata a la lata.

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Claro que Otoniel, sin duda, conoce bastante de, al menos, una porción del negocio del narcotráfico y, sobre todo, de la historia violenta de este país, incluyendo a los que han estado detrás y poco han reconocido sus responsabilidades, por lo que su captura es una buena noticia y permite cierto optimismo, al menos para conocer algo más de verdad, así lo extraditen bien rápido. Vale recordar que varios de sus predecesores han hablado, por ejemplo, “Don Mario”, de lo que Otoniel podría decir y poca atención se les ha puesto.

Pero, eso sí, que no nos echen el cuento de que el narcotráfico sufrió un duro golpe o que se va a acabar en Colombia, pues esta película la hemos visto muchas otras veces y ya sabemos, si se sigue aplicando la misma fórmula, cuál es el final.

*Petrit Baquero, historiador y politólogo, autor de El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín(Planeta, 2012); La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017) y Manual de Derechos Humanos y Paz (CINEP/PPP, 2014)

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