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“¿Cuáles son esas cosas profundas, que indignan a buena parte de la sociedad y que no acaban de ser cabalmente interpretadas? Las sintetizaría en tres procesos: que tienen manifestaciones muy similares en otras sociedades: una política degradada que no se concibe como el ejercicio de las virtudes públicas y que dan la impresión de ser el oficio de un círculo cerrado de privilegiados que se dedican al ejercicio de la intriga; un modelo de capitalismo virtual acelerado que ofrece muchas oportunidades a algunos, pero que destruye ámbitos completos de empleo y que resulta literalmente insufrible para muchos trabajadores; y, en tercer lugar, un dualismo también en referencia al fenómeno multicultural, celebrado idílicamente por quienes no experimentan más que sus beneficios y temido en exceso por quienes lo viven en sus dimensiones más conflictivas”. (Daniel Innerarity. Filosofo político español. Política para perplejos).
“A medida que crece la imputación hacia otros disminuye la reflexión sobre uno mismo; cuando todo el campo lo ocupan las explicaciones que culpabilizan a otros no queda espacio para la interrogación acerca de las responsabilidades propias”. (Daniel Innerarity. Filósofo Político español. Política para Perplejos).

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El concepto de cultura es diferente para sociólogos y antropólogos, respecto a como tal concepto se trajina social o popularmente. Para los primeros, cultura es todo lo que se hace en una determinada sociedad cualquiera que ella sea, es decir el conjunto de valores, pautas de comportamiento, la manera como se dan las conductas, diferenciándose con las conductas puramente animales, Aunque hay muchas definiciones de cultura, talvez la más socorrida, quizás por su simpleza pero al mismo tiempo universalidad, es la de Ralph Linton , antropólogo, que dice que es “todo lo que hace el hombre”, desde luego más allá de lo puramente instintivo, lo cual se recrea o se reconfigura en diferenciales culturales, entre épocas y lugares sociales. En el sentido más común y también ilustrado, cultura es la expresión refinada de aspectos de la vida social como las artes escénicas, pictóricas, musicales y los comportamientos correspondientes a lo que se conoce como las “buenas maneras” sociales.
Después de esta disquisición conceptual muy larga para un artículo corto, quiero referirme a la cultura política, entendiéndola como un conjunto de valores, patrones de conducta y prácticas en torno al poder, en cuanto a obtenerlo, conservarlo y ejercerlo. Y es aquí en donde vienen unas inquietudes y cuestionamientos (más bien interrogantes) que quiero plantear.
Partiendo de una nueva situación política en Colombia, por primera vez un gobierno de centro izquierda en el poder ejecutivo y legislativo, me pregunto si esa situación propicia a una nueva forma de hacer política, distinta a la tradicional, es inexorablemente un ejercicio inescapable al clientelismo, al amiguismo, a la improvisación; una especie de “reality” en que el ganador se lleva todo y vale todo.
Indudablemente, hasta cierto punto se debe gobernar con “gente de confianza”, que además “ayudó” a la campaña y que esperan retribución en la repartija del poder. Alguna senadora, cabalmente dijo alguna vez, que se gobernaba, lógicamente, con los amigos. ¿Pero, (si, un pero), hacerlo de un modo distinto gobernando de una manera abierta, transparente y convocante, no debería llevarse a los más capaces, inclusive obviando su orientación ideológica (siempre y cuando no la pongan por delante)? Esto no ha sido tan claro en este Gobierno, pero aún se puede intentar.
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Me llama la atención, por ejemplo, lo que ha ocurrido en Chile, en donde el rezago monárquico de la figura de “primera dama” ha sido rechazado por quien debería ocupar tal papel, la esposa del presidente Boric, que no figura ni en la Constitución ni en las leyes, ni en Chile ni en Colombia.
No es este el punto más importante del planteamiento. Por ejemplo, entender la representación diplomática de Colombia en el exterior, la cual debería ser un ejercicio amplio de representación de muchos sectores (inclusive los independientes y los de oposición) desde luego con el compromiso de representar al Estado y no sus particulares intereses políticos.
Se abrió, por ejemplo, una amplia convocatoria de hojas de vida de personas que podrían servir los fines del Estado y del Gobierno en particular, para escoger a la mejor gente, pero la información que tengo es que poco ha funcionado y se ha seguido en el comportamiento clientelar de siempre, con honrosas excepciones.
Es ahí donde me pregunto, si hay un “sino inexorable” del ejercicio político, especialmente en el de gobernar, en donde no es posible cambiar la forma de hacer la política, cayéndose tarde o temprano en el modo de siempre. Quizás la fórmula es ni tanta ingenuidad, ni tanta sabiduría pragmática para lograr que la política si se puede hacer de otra manera, que destruya su condición de maquinaria perversa por la transparencia que hace distintos a los que mandan, en función de recuperar la confianza ciudadana perdida.
Hay instrumentos para preparar funcionarios con sentido de responsabilidad y competencia. La ESAP, por ejemplo, terminó siendo una universidad más, y si bien realiza unos cursos de inducción al inicio de quienes ejercerán la representación en corporaciones públicas, no se le ve más incidencia. No tenemos una verdadera academia diplomática, que sea un centro de pensamiento y formación para quienes nos puedan representar en el exterior.
Cambios queremos en muchos ámbitos y quizás nos desesperamos con el paso del tiempo. Pero algo se habrá de ver. Ojalá el tiempo alcance si se tienen las prioridades bien claras, no guiadas quizás por ideologismos desuetos o utópicos, que terminan siendo distópicos. Y con esta consideración no quiero ni pensar en alargue de períodos ni cosas por el estilo, de una vez aclaro.
La reforma política, desafortunadamente ha quedado reducida a urgencias del momento y no toca elementos importantes, como el propio órgano rector de lo electoral y de los partidos políticos, por lo que seguiríamos careciendo de una verdadera magistratura en este campo, que no sea representación de los partidos o coaliciones mayoritarias en donde se reciclan parlamentarios no reelectos o en vía de reencauche y representando los nimios intereses partidarios. Habrá que volver sobre temas de Reforma Política, que seguramente retornará candente cuando se retome el asunto en el Congreso.
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*Víctor Reyes Morris, sociólogo, doctor en sociología jurídica, exconcejal de Bogotá, exrepresentante a la Cámara, profesor pensionado Universidad Nacional de Colombia.