“La educación tiene la culpa”

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“La escuela absorbe cada vez más alumnos y los retiene cada vez por más tiempo, pero, con el transcurso de los años de estudio y de selecciones sucesivas, los más flojos comprueba que se los orienta hacia carreras desvalorizadas, y, lo que es peor aún varios miles de ellos dejan la escuela sin nada.  En el fondo, muchos alumnos pueden tener la sensación de que la escuela les propone un juego de engaños: ella es indispensable para alcanzar una posición social, pero, cuando el paso por las aulas redunda en un éxito escaso o nulo, se convierte en una máquina de relegar y excluir“. François Dubet (Sociólogo francés.1946). El trabajo de las sociedades.

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Cualquiera podría sorprenderse del título de este escrito, que parece ser una afirmación injusta, u otro podría pensar que simplemente es un “gancho impresionista” para pescar lectores. Pues ni lo uno ni lo otro, es el intento contrario de justipreciar el valor de la educación y de aclarar aquello que no se le puede atribuir a sí misma, pero tampoco que no pueda ser criticada.

La educación en primera instancia es socialización, o sea preparar al individuo para la vida social, esto desde luego, se da primero en la familia, y por ello se llama socialización primaria. Pero la vida social está cambiando, las familias también y entonces la escuela, denominación global del proceso educativo, entra a cumplir de lleno esa función socializadora. Pero esa institución, escuela o educación, no escapa al contexto donde se da y también lo refleja, por ejemplo, las grandes desigualdades e inequidades de nuestra sociedad, aunque la educación promueva el MÉRITO como su gran valor, es decir algo que podría romper ese mundo de desigualdad de derechos, sin embargo, la frustración es que éste no vence siempre. En otras palabras, la educación prepara para posibilidades u oportunidades basada en el MÉRITO, pero no siempre se dan de esa manera. Y viene la desilusión y para muchos, preguntarse si valió la pena el sacrificio del esfuerzo.

No es la educación en sí misma la garantía de la igualdad de oportunidades, pero es necesaria para buscarlas y tal vez por eso hay desilusión y deserción del sistema escolar. Cuando este compite con “atractivas” promesas para los jóvenes, por ejemplo, de tener el poder de las armas o el acceso a la “plata fácil” de la delincuencia, en sus variadas expresiones, parece perderse la partida. Entonces, cuando esto ocurre, se da el expediente fácil de asignar un fracaso a la educación. Claro, ésta no escapa de tener falencias, como no estar respondiendo a las nuevas dinámicas sociales, a los cambios culturales, a nuevas valoraciones, etc.

Estamos en un grado de desarrollo de nuestra colectividad nacional que ya las metas educativas no puede ser la eliminación del analfabetismo (es marginal) o la escolarización básica (todavía hay que seguirla insistiendo y ojo a ciertos fenómenos de deserción). Hoy en día, especialmente para los jóvenes es muy importante como meta la formación instrumental ya sea técnica o profesional. Ningún país pretende que todo el mundo (de los jóvenes) entre a la universidad y obtenga su título. Pero si se debe elevar el acceso a ésta y dar alternativas de formación técnica o tecnológica, es decir de ubicación social en un oficio que demanda conocimiento. Preocupante que la mayor deserción se de en esos niveles formativos técnicos y tecnológicos, como lo indican las estadísticas. Porque es la alternativa para muchos jóvenes provenientes de los estratos más vulnerables de nuestra sociedad.

(Texto relacionado: La izquierda divina)

Pero precisamente hay que indagar de ancho y de fondo, que es lo que está pasando con esta elevada deserción en este nivel técnico y tecnológico. La deserción tiene múltiples causas, desde las objetivas que exigen el abandono de los estudios para dedicarse a producir en lo que se dé, ya sea para lograr el mantenimiento de sus familias o de sí mismos. La poca “atractividad” de ciertos programas o su incertidumbre de si hay vida laboral después de egresar y otras más.

Vamos a entrar ahora mismo (posiblemente en este nuevo período legislativo) en una fase de discusión de una nueva ley de educación superior o educación terciaria. La cual está a cargo de diversas instituciones, públicas y privadas; de distintos niveles, profesionales (Universidades), técnicas y tecnológicas (Institutos y el SENA). Una primera claridad: que una ley de educación superior apenas subsume (muy importante desde luego) un aspecto de la misión de las Universidades (las otras dos son la producción de conocimiento a través la investigación y la proyección a la sociedad a través de la extensión). Una segunda, es que la Constitución Política de Colombia le otorgó AUTONOMIA a las UNIVERSIDADES, (artículo 69 de la CPC) es una línea roja que debe ser respetada y de cierta fragilidad en las pretensiones normativas. Desde luego, el Estado conserva la inspección y vigilancia.

La ley 30 de 1992 significó un avance en términos de educación superior que dio bases más firmes de tipo institucional, como el sistema de acreditación nacional, la tipificación de los niveles educativos dentro de la educación terciaria y otros. La razón principal que ha llevado a plantear una modificación de esta Ley es la financiación de las universidades públicas, en cuanto al mecanismo incremental de financiación que estriba en el criterio del IPC, cuando se ha estimado que es insuficiente dados los costos universitarios y lo que ha ocasionado un cuantioso déficit en las universidades públicas. Quizás el otro asunto que no trató esta Ley fue el aspecto de la producción científica, que corresponde a la misionalidad universitaria. Ojalá no se aproveche para tratar de atropellar el Gobierno Universitario (que es del resorte de cada institución autónoma) como el cogobierno que propician algunos colectivos estudiantiles. En fin, que se construya sobre lo construido para tener mejores universidades en calidad y acceso.

(Le puede interesar: Educación II, en nivel superior también, el fantasma de la deserción)

*Víctor Reyes Morris, sociólogo, doctor en sociología jurídica, exconcejal de Bogotá, exrepresentante a la Cámara, profesor pensionado Universidad Nacional de Colombia.

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1 COMENTARIO

  1. Construir sobre lo construido parece ser la consigna de muchos en Colombia incluyendo los partidos políticos (o a los así llamados pues en verdad de partidos poco o nada). Hay una ficción jurídica: la categoría “Universidades” cataloga como tal a instituciones evidentemente asimétricas en recursos, concepción, indicadores de calidad, intereses implícitos (pues los explícitos son otra ficción de igualdad). Surge la inquietud: ¿cómo hacer menos distante el discurso legal (la ficción de igualdad ante la ley e incluso en la conciencia colectiva) de la realidad de las instituciones llamadas “Universidades”? Hay instituciones tipo A, B, C y D y podemos seguir con el abecedario. Sólo fortaleciendo lo existente (público y privado) se puede avizorar un camino alejado de la esquizofrenia. Lo otro (la creación de nuevos entes) se confunde con el populismo político o con la extrema mercantilización de la oferta en educación superior.

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