About The Author
Es una locura. Han surgido, en los últimos meses, expertos en las bondades terapéuticas del glifosato, avaladas por notables centros académicos, brillantes periodistas y distinguidos políticos y gobernantes, como el medio para, ahora sí, “hacer bien la tarea” de extirpar la producción de cocaína en Colombia.
El hecho de bulto, el que motiva la conformación de los nuevos círculos de los nuevos sabios es el crecimiento del área cultivada, por un lado, y la presión del Departamento de Estado de los EEUU, por otro, para el uso del herbicida. Sin duda, Colombia es campeona mundial en el abastecimiento del clorhidrato maldito.
Al lado de la algarabía de políticos y comentaristas que han descubierto en el glifosato el medio de redención para arrinconar el fenómeno del narco, hay un argumento que también utilizan en estos días, más de tipo moral, que los justifica: cómo será de bueno el glifosato que los cultivadores andan (o andaban) felices con su prohibición. ¡Claro, están haciendo el negocio de su vida! Ergo: glifosato para las buenas causas.
Valen la pena unas pocas observaciones desde la óptica del negocio que, como se sabe, es global. La cocaína es una de las drogas que, al lado de las familias de los opioides, las anfetaminas y la marihuana (cannabis) están en el centro de la política contra las drogas que, por supuesto, también se aplica a escala internacional, a pesar de las diferencias que hay entre países de cara al tratamiento al consumidor, por un lado, y del reconocimiento en algunas partes, de propiedades medicinales de algunos de los productos y, por tanto, la autorización para su producción y comercialización.
La demanda mundial de drogas va en aumento
Como ocurre en cualquier mercado, la demanda juega un papel determinante en las dinámicas de la oferta. Hace 20 años Naciones Unidas calculaba que un 4,2% de la población mayor de 15 años de entonces, abusaba de algún tipo de droga (marihuana, opiáceos, cocaína anfetaminas), es decir, unos 180 millones de individuos. De ellos, se estimaba que había 14 millones de consumidores de cocaína.
En la actualidad se estima que un 5,5% de personas entre 14 y 64 años abusa de las drogas en el planeta, o sea, 271 millones, según el último informe de la ONU (con datos del 2017). De ellos, 18 millones, son consumidores de cocaína. Como la población mundial ha aumentado, se puede decir que la proporción de gente que consume cocaína es ligeramente menor (cerca de un 7% del total de consumidores) en comparación con la de hace dos décadas (8%).
Un hecho notable radica en que se ha presentado una recomposición en la demanda de drogas en estos veinte años: los adictos a los opioides (incluyendo la heroína y los sintéticos como el fentanillo) han aumentado vertiginosamente. En los EEUU, el aumento de muertos por cuenta suya, se ha disparado. Hay, hoy, un escándalo grande en los EEUU, alrededor de cómo las farmacéuticas y las grandes superficies inundaron el mercado de pastillas con una consecuencia sin precedentes: una epidemia de muertes por sobredosis (70 mil en 2017).
(Un hecho nuevo: un porcentaje pequeño, pero en aumento, de la demanda de drogas se tramita por Internet, lo que llaman el “darknet”, el Internet oscuro).
La oferta satisface la demanda
La demanda de cocaína, la que nos concierne, es satisfecha con la manufactura y disponibilidad de unas 800 toneladas métricas en los mercados. Menor o mayor oferta, como es obvio, incide en los precios a los que en las calles de Nueva York, Londres o Sidney se adquirirán unos gramos de cocaína (incluyendo crack).
La oferta disponible en los mercados es la diferencia que hay entre la cocaína producida y los decomisos. Esa cifra final se puede mover entre 600 y 1000 toneladas. Dicha oferta proviene de Colombia, Perú y Ecuador, principalmente, aunque los distribuidores incluyen poderosos carteles como los mexicanos a los que, como suele suceder, no les interesa el origen nacional de la producción sino contar con cadenas de suministro y distribución efectivas. Entre 1997 y 2017 la oferta mundial efectiva se ha abastecido mediante el cultivo de coca de entre 180 mil y 245 mil hectáreas.
Como se sabe, el año del gran salto de la producción en Colombia se dio en 2017, cuando (según N.U.), el área cultivada llegó a 171 mil hectáreas en Colombia y la producción llegó a 1.379 toneladas, un récord, equivalente a un 70% de la oferta mundial, que llegó a 1.976 toneladas. En menor medida, Perú y Bolivia también aumentaron sus cuotas. Sin embargo, no porque se madrugue más amanece más temprano. Ocurre que 2017 también fue un año pico en materia de incautación de cocaína: 1.275 toneladas de cocaína en total, de las cuales el 34% se realizó en Colombia, seguida de EEUU (17%), Ecuador (6%), Panamá (6%) y Venezuela (4%).
Los precios: un gramo de clorhidrato de cocaína al detal en EEUU costaba US $ 10 en 2015. En el 2017, estaba en US$17. Aparentemente es paradójico: los grandes éxitos en la interdicción, las fumigaciones, las incautaciones, contribuyen a mantener (y a aumentar) los precios, para delicia de los carteles. Con o sin glifosato. La oferta se ajusta a la demanda, en los 80 y 90 con agente naranja o sin él, con glifosato o sin él de ahí en adelante. El negocio de la cocaína está hoy floreciente. El eslabón más débil son los cultivadores, que reciben menos del 1% del valor facturado al detal en las calles de las ciudades gringas y europeas y que, en Colombia, viven en regiones en las que el Estado está ausente. (Sigue)
* Rafael Orduz, académico y analista económico, Doctor en Ciencias Económicas de la Universidad de Gottingen en Alemania, exsenador de la República, @rafaordm