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Necesitamos más Monsalves, capaces de pensar y atreverse a opinar pese a la presencia de la policía del pensamiento en clave Orwelliana. El debate público en Colombia tiene un nivel precario que debe ser motivo de reflexión, en especial, porque la discusión es parte fundamental del proyecto democrático.
Con las recientes declaraciones de Monseñor Darío Monsalve y lo ocurrido con la Comisión de la Verdad, nuevamente expone su rostro una peligrosa práctica que menoscaba el debate abierto e informado que debe darse en democracia: la policía del pensamiento. Este fenómeno no es nuevo; el cierre de la revista Cambio lo prueba.
La policía del pensamiento está presente en almuerzos, comidas, clases universitarias, columnas de opinión y grupos de whatsapp. Estamos asistiendo a una práctica poco recomendable: la monocultura intelectual. Pero esto no es exclusivo de Colombia. Recientemente, en Estados Unidos, más de 150 intelectuales reivindican el derecho a discrepar. Entre los firmantes, se cuentan Noam Chomsky, Gloria Steinem, Ian Buruma, Margaret Atwood, Mark Lilla o Martin Amis, quienes se manifiestan contra la “intolerancia” de cierto activismo progresista.
La policía del pensamiento se mueve en Colombia en un ambiente capturado por una visión binaria de la política que no entiende de matices. Contradecir se volvió simplemente hacerle el juego al Otro, ser su cómplice. Cuando no, caer en el profundo pozo de lo incoloro, de no ser nada, de estar preso de un extraño fenómeno de incoherencia absoluta. Reposa en el fondo una grave tendencia a limitar la libertad de expresión presentándola como incitación al odio. No hables. Tú no entiendes nada. Eres poco claro. Eres incoherente. O peor aún, tienes ideas peligrosas.
Esta policía personaliza la discusión en un país que entiende la política como la mera vida: solo somos nuestra opinión política y nada más. En este ambiente, las declaraciones de Monseñor quien advertía de una presunta ‘venganza genocida’ por parte del Gobierno del presidente Iván Duque contra el proceso y conversaciones con el ELN y Farc hicieron que un senador solicitara públicamente evaluar la posibilidad de trasladar de Cali al Arzobispo, pues sus cuestionamientos están lejos de lo que los feligreses esperan.
Se acusa a Monseñor de hacer constantes interlocuciones politizadas que no se pueden tolerar y que, al estar llenos de ideología, atacan un sector claro del país. Es curioso, pero la solicitud de traslado adolece de lo mismo que se acusa a Monseñor Monsalve. Si de verdad importaran el mensaje y la feligresía, basta con recordar algunos pasajes de la Biblia para ver cómo Jesús fue mucho más punzante que el mismo Monsalve.
Es necesario recomendar la lectura atenta del Nuevo Testamento, o al menos, revisitar algunas de las películas exhibidas en Semana Santa. Reitero, Jesús fue más radical que Monseñor. Sirva de ejemplo la escena narrada en Marcos 11:15–18 cuando Jesús echa a los mercaderes del templo o cuando llamó a los escribas y fariseos hipócritas. Según Mateo 23:27, terminó diciéndoles: “sepulcros blanqueados que por fuera lucen hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia”. Como éste, hay otros episodios donde Jesús fue claro; comparado con lo dicho por Monsalve, lo de Monseñor es apenas un comentario.
La solicitud realizada por el senador busca cercenar la opinión libre de una persona, amparándose en la fe y señalándolo, precisamente, de lo que caracteriza a su acusador. El debate público en Colombia tiene un nivel precario que debe ser motivo de reflexión, en especial, porque la discusión es parte fundamental del proyecto democrático. Esa empresa es vital para la construcción del sujeto de la democracia que la debería impulsar más allá de la euforia de la militancia entendida como la disciplinaria de partido y la defensa de un líder político. En Colombia, no existe una ciudadanía activa y crítica. Lo que tenemos son personas con cédula que debaten amargamente cuál personaje de la vida pública es capaz de sacar este país adelante.
Lo ocurrido con Monsalve y la Comisión de la Verdad, a quien un exministro de Estado a través de un trino, acusó de estar relacionada con grupos armados y de tener una visión sesgada, todo esto en la profundidad que permiten 280 caracteres, es una muestra palpable de este fenómeno. La denuncia per se no es el problema: si existen pruebas, lo correcto es presentarlas públicamente y no dejar en el aire tamaña acusación. De fondo, se ataca el trabajo de la Comisión para deslegitimar sus conclusiones. Recordemos que deberá presentar un informe de cara al esclarecimiento de la verdad del conflicto el próximo año. Ya conocemos los peligros de una historia única escrita por los vencedores. Sin embargo, nuestro conflicto terminó en un Acuerdo sin vencedores ni vencidos y es precisamente eso – qué y quiénes contarán lo ocurrido en el conflicto colombiano – el nudo del asunto. La idea sigue siendo la misma: dejar como únicas responsables a las guerrillas.
Lo advertido por Monseñor deja en blanco y negro uno de nuestros lastres. En Colombia, no hay políticas de Estado; hay políticas de gobierno. El llamado es a proteger y cumplir el Acuerdo de la Habana suscrito por el Estado, que contó con la vía legislativa y la respectiva revisión por parte de la Corte Constitucional. Y, claro, seguir insistiendo en la vía del diálogo para alcanzar la desmovilización de más grupos armados con todo y sus contingencias.
Necesitamos más Monsalves, capaces de pensar y atreverse a opinar pese a la presencia de la policía del pensamiento en clave Orwelliana. Personas que tengan el coraje de defender su pensamiento. Ese valor es urgente en sociedades como la nuestra donde no se debate para escuchar las razones del Otro, pues se parte del supuesto que está equivocado. No se debate; se intenta convencer, que es distinto. Si el conflicto es inevitable, bien vale, para el caso de Monseñor, leer un poco la Biblia para dejar de escandalizarse con una opinión y, para el resto de nosotros, mejorar a través del razonamiento público, tratando de ubicar el qué hacer y cómo hablar acerca de ello.
*Juan Carlos Lozano Cuervo, abogado, realizó estudios de maestría en filosofía y es profesor de ética y ciudadanía en el Instituto Departamental de Bellas Artes. @juanlozanocuerv