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Es hora de que, por lo menos, se reflexione acerca de si es posible encontrar otras formas de acción que no continúen destrozando las selvas que con tanto trabajo hemos logrado conservar en América Latina y corrompiendo y asesinando a nuestros mejores líderes, convirtiendo a nuestros países en nidos de criminales.
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Poco se habla del narcotráfico cuando se discute internacionalmente la crisis climática. Es responsabilidad de los colombianos denunciar que la guerra de los Estados Unidos y de casi todas las Naciones Unidas contra las drogas influye en las posibilidades de evitar el aumento de la temperatura del planeta y, además, está destruyendo la vida digna en nuestro país, tema que esperamos también sea importante para quienes determinan las políticas ambientales globales.
Según los últimos datos acerca de la deforestación en Colombia, el país perdió 171.800 hectáreas en el año 2020, un 8% más que lo perdido en 2019, un 64% en el Amazonas. Según el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible, la situación se ha generado debido a la creciente influencia de grupos armados, así como a las acciones de bandas de narcotraficantes. (ADN, julio 9 2021). No sobra agregar que todos los grupos armados subversivos en Colombia están financiados por el dinero del narcotráfico que, actualmente, según algunos especialistas, suma al año más de 10.000 millones de dólares ilegales, dólares extraídos a la fuerza de los bolsillos de los adictos de todo el mundo, especialmente de quienes necesitan doparse para aguantar la vida en los países más ricos.
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Además de las 100.000 hectáreas de selva amazónica perdidas durante el año 2020, el dinero del narcotráfico impulsó la destrucción de la selva húmeda en nuestra costa del Pacífico y del bosque andino en Antioquia, en donde opera una poderosa banda que no oculta su papel de distribuidora de cocaína para el resto del mundo. Puede calcularse que más de 200 millones de árboles y arbustos desaparecieron; sería interesante calcular cuánto se perdió en capacidad de absorción de los gases que están haciendo invivible por los humanos el planeta, pero lo que nos causa más dolor a los colombianos es que en esta semana también continuaron los asesinatos de los líderes ambientalistas que protegen las selvas y que, por lo tanto, también tratan de mitigar el desastre climático. El dinero del narcotráfico también está presente en esta plaga que durante los últimos tres años ha conducido a la muerte de cientos de jóvenes y ancianos que habían dedicado sus vidas a proteger los ecosistemas o sea a proteger el planeta. El 3 de julio fue asesinado Fernando Vela quien era considerado el Protector de la Amazonía, un médico joven nacido en la cuenca alta, creador de la Fundación Roomi Kumu, quien había constituido una reserva de la sociedad civil para restaurar esa zona, víctima de nuestras guerras y torpezas.
Como lo expuse en una columna anterior, nos damos cuenta del enorme poder de quienes quieren continuar la guerra contra las drogas, pero también sabemos que, en los gobiernos actuales de los países ricos, ya se está desarrollando la conciencia del fracaso y de los desastres humanos ocasionados. Por eso es que continuamos insistiendo en que es hora de que, por lo menos, se re-estudie la situación y se reflexione acerca de si es posible encontrar otras formas de acción que no continúen destrozando las selvas que con tanto trabajo hemos logrado conservar en América Latina y corrompiendo y asesinando a nuestros mejores líderes, convirtiendo a nuestros países en nidos de criminales. En el Pacto por la Vida donde, insistimos, deseamos proteger a todas las formas de vida digna, alejándonos de la violencia y de la codicia, esperamos que las ideas que nos lleguen incluyan formas de acción que también nos alejen del narcotráfico que está destruyendo a Colombia.
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*Julio Carrizosa Umaña, ingeniero, ambientalista, miembro honorario de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.