La marcha de las sotanas

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A monseñor Leonardo Gomez Serna, apóstol de la paz, a los líderes y lideresas sociales que sueñan con un mejor país. 

Esur marchó por la vida de los sacerdotes amenazados: mis recuerdos

Arribamos a la población de Morales, sur de Bolívar, a las 09: 00 horas con 05 minutos, como se dice en el argot castrense. Nos enteramos, por la comunicación entrecortada que sostenía un raso agente del orden que acariciaba el radio como fetiche y un condecorado general que le impartía órdenes, seguramente desde una alfombrada oficina en la fría Bogotá, mientras jugaba con otro una aburrida partida de ajedrez.  Una llovizna triste caía sobre las desiertas calles cuando cincuenta sacerdotes llegábamos silenciosamente en una caravana de diez carros a este municipio de 3.000 habitantes, localizado en esta convulsionada zona.  Las gotas que caían no fueron impedimento para que el pueblo se volcara al atrio de la iglesia con banderas blancas y aplausos, recibiendo a los peregrinos de la paz. Eufóricas y emocionadas ancianas corrían a abrazar a algunos sacerdotes: “miren allá está el padre fulano” y allá el padre mengano”. Fue un momento para el reencuentro después de muchos años. Dos religiosos, un lasallista y otro dominico intercambiaban cuitas de sus fundadores, las excentricidades de Santo Domingo de Guzmán y San Juan Bautista de la Salle.

El padre Francisco de Roux, otrora director del programa de Desarrollo y Paz del Magdalena Medio, con su diminuta espalda de monje medieval, enfundado en una camisa de corte hindú, cruzó ligeramente la calle bajo la lluvia que no daba tregua. Guarecida bajo un pequeño pretil, como Isabel viendo llover en Macondo, una mujer resaltaba el papel que ha jugado la Iglesia católica en estas poblaciones lejanas en la resolución pacífica de conflictos. El cansancio y las caras largas se notaban; no era para menos. Habíamos recorrido diez horas entre polvorientas carreteras y el cruce de no sé cuántos ferris para salir a una autopista, un esperpento llamado Ruta del Sol, donde se esfumaron por arte de magia millones de dólares. Ahí en la “apartada del burro”, que de burro solo tenía el nombre, hicimos un descanso. Aproveché para contemplar la imponente Serranía del Perijá, que se encuentra con la de San Lucas de una manera altanera, gallarda. Era tanto mi estado de contemplación que casi no escucho a monseñor Leonardo Gómez Serna, apóstol de la paz cuando dijo: – ¿padre Ubaldo, no quiere refrigerio? -. Por andar de contemplativo casi me pierdo la malta episcopal. En esa tortuosa peregrinación, casi se nos prohibió nombrar el término ‘águilas” a no ser de orar por ellas, porque podrían estar volando muy cerca. Algunos de mis compañeros peregrinos miraban con nostalgia de sión ‘águilas’ de otro tipo, refrigeradas en un congelador. La noche empezaba a caer silenciosa sobre las hermosas praderas del departamento del César.

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Como un enorme cuchillo, el ferry de Gamarra – Cesar dividía en dos las aguas del río Magdalena. Prometía ser una noche estrellada y, en la lejanía, titilaban tenues luces de los campos petroleros de esta zona. El capitán, un anciano con apariencia de jubilado, hacía despertar el motor diésel que rugía como tormenta.  Según los papeles, la jubilación de ese ferry estaba próxima. Por ahí debía pasar la concesión Ocaña – Gamarra, cosa que nunca ocurrió porque la mayoría de esos recursos se perdieron en los intríngulis con Odebrecht. Cerca de la cabina, exhausto, seguía los titánicos movimientos del anciano aferrado al timón; le lancé una pregunta inoportuna: – ¿cuándo se jubila? -. Su respuesta fue una mueca convertida en sonrisa; me acordé de Onetti cuando decía que un marino jamás se jubilaba y, mirando las estrellas encima de mi cabeza y sintiendo la tenue brisa con amagos de lluvia, varios compañeros nos hicimos las siguientes preguntas: – ¿por qué en una región tan rica hay tanta pobreza? – ¿por qué una región, siendo tan alegre, pone tantos muertos? -. Metidos en esas cavilaciones filosóficas estábamos cuando el sacerdote que conocía la zona nos interrumpió: “empecemos a rezar porque de aquí en delante no se sabe qué pueda pasar”. Desembarcamos del ferry que seguía ronroneando como un monstruo en celo. La negrura de la noche y la estrecha carretera nos esperaban para devorarnos.

“Protégeme Dios mío que me refugio en ti” fue el salmo 15 del salterio, recitado por monseñor Leonardo Gómez Serna esa mañana. Esa oración talmúdica fue acompañada por el murmullo de cánticos y lecturas de forma devocional que se escuchaban en el templo de Morales, bajo la mirada afligida de la imagen de San Sebastián, santo flagelado y martirizado por el imperio romano.

Mientras, Noticias Uno, la red independiente  y el mejor noticiero de Colombia, pasaría esa noche la noticia para Colombia y el mundo entero. Detrás de una buhardilla, nos miraba un niño con ojos asustadizos porque no entendía tanto despliegue de medios de comunicación. Esto trajo a mi memoria aquel suceso cuando se instalaron las mesas de diálogos entre el Gobierno de Uribe y las Autodefensas en Santa Fe de Ralito (Córdoba). Esa mañana gris arribaron la OEA, ministros, medios de comunicación, embajadores, flotillas de carros lujosos, toda una parafernalia. José Petro, un niño al que sus padres la violencia en Córdoba le había desaparecido, salió corriendo feliz de su humilde casa llena de globos, guirnaldas y una tortica pobre a preguntarle a un periodista si habían venido a celebrarle su cumpleaños. Al comunicador que me comentó esto se le cayó la grabadora de las manos y casi le salen las lágrimas; se detuvo porque los periodistas no debían llorar y menos ante un morocho con una M60 terciada, quien con ojos convertidos en ascuas lo miraba fijamente.

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El silencio era inquietante; una selva de micrófonos antecedido de una nube de periodistas emplumaba la mesa donde se iban a leer los mensajes del grupo armado por medio de un escueto comunicado, amenazando de muerte a varios sacerdotes y a varios líderes sociales de la región, comunicado éste de ortografía tan confusa como la forma de pensar de quien lo redactó. La pobreza del discurso era evidente; difícilmente se entendieron sus propósitos si no fuese por las palabrotas de grueso calibre que maltrataban el hermoso castellano de Cervantes. Cubrían este evento de solidaridad, desde el megáfono más artesanal hasta la unidad satelital de Caracol televisión.

“Ladran Sancho, señal que cabalgamos” fue una de las frases que le dijo el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha a su fiel escudero ante una jauría de perros embravecidos que los atacaban. Con las anteriores palabras, un sacerdote arengó a la asamblea para seguir adelante con los procesos sociales y defensa de la vida. Al lado del obispo estaban los tres religiosos amenazados, meditabundos, pensativos; un Cristo de San Benito colgaba del cuello de uno de ellos como si fuera su única arma. Esa mañana se acordó rodearlos y apoyar a los líderes campesinos amenazados. 

– “Carlos, ¡carajo! -, quita al camarógrafo que me está quitando la toma” fue la voz de trueno de un reportero gráfico que encaramado en un camión lleno de verduras trataba de captar la mejor imagen de la procesión o marcha de sacerdotes. Obispo, funcionarios de la Defensoría del Pueblo, Redepaz, medios de comunicación y campesinos ya comenzaban a recorrer las calles, bajo un sol abrasador que golpeaba sin piedad a Morales, con cánticos y consignas alusivas a la vida. Un helicóptero daba vueltas surcando el cielo azul bolivarense.

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Uno de los canadienses de los equipos cristianos por la paz que iba en la peregrinación se quitaba la camiseta para explicarle a un transeúnte que le preguntaba por el idioma estampado en ella. En un español rudimentario le explicaba que había estado en Bosnia, Palestina, la antigua Yugoslavia, Birmania, acompañando procesos de resistencia civil. Al final de la calle, se elevaba la cúpula de la parroquia mientras la procesión hacía su entrada. Ahí nos esperaba la voz de Vanesa Estrada, el pulmón de oro del Magdalena Medio, de muy feliz recordación, cantando en tono mayor la canción de Mercedes Sosa: “solo le pido a Dios que la guerra no me sea indiferente; es un monstruo grande y pisa fuerte toda la inocencia de la gente”. Al fondo, el niño de la buhardilla de ojos asustadizos sonreía mientras enarbolaba una bandera blanca.

* Ubaldo Manuel Díaz. Sacerdote. Premio nacional de cuento y poesía ciudad Florida blanca. Premio de periodismo pluma de oro APB 2018 -2019 Barrancabermeja – Santander.

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