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Cuando definimos el papel de los medios de comunicación en la construcción de la realidad, se tiende a pensar que éstos determinan las representaciones que sus audiencias tienen de los hechos. Sin embargo, los estudios de recepción que se han venido haciendo desde los años 80, influidos por los estudios culturales, la sociología y la antropología, nos indican otra cosa. Los medios no generan efectos directos en las audiencias, es decir, no pueden producir por sí solos actitudes o conductas en la sociedad, pero, según David Morley (1996), “producen efectos en lo que se refiere a «definir tema», instalar agendas de problemas sociales y proporcionar términos con los que esos problemas pueden ser tratados”. En otras palabras, los medios, más allá de exhortar a las audiencias para que actúen de una u otra manera, brindan algunos marcos de interpretación para pensar diferentes problemas sociales. Dotan de sentido los hechos que comunican, los cuales solo serán aceptados, rechazados o negociados por las audiencias, según su grado de coincidencia con marcos de referencia creados por otras instancias sociales, como la iglesia, la familia, un partido político.
En ese sentido no resulta pertinente pensar el rol de los medios en el cubrimiento del paro nacional o en general del acontecer político, económico y social del país, en términos de cómo los medios inducen a la población a salir a marchar o a quedarse en sus casas, a apoyar al gobierno y a las fuerzas armadas o a los manifestantes. No por ello deja de ser pertinente la pregunta por el trabajo que realizan las industrias comunicativas en el cubrimiento de estos acontecimientos, pues si bien, como ya se dijo, estas industrias no son determinantes, sí dotan a sus audiencias de herramientas semióticas para dar sentido a los hechos e integrarlos a la representación que construyen de la realidad. En este orden de ideas, vale la pena preguntarse por la manera en que los medios de comunicación configuran esos marcos de referencia que nos proveen de conceptos y palabras para dar sentido a lo que sucede. En varias ocasiones, la crítica frente a los sesgos informativos se reduce a señalar que el comunicador emplea criterios subjetivos que lo llevan a generar una determinada versión de los hechos. Sin embargo, dichos sesgos no son una cuestión individual que afecta a x o y comunicador, sino que se debe a conductas profesionales, es decir, a prácticas que los comunicadores emplean como parte de su quehacer experto en la producción de información.
Ana María Lalinde Posada, en su investigación titulada “Radio y Cultura profesional”, emplea el concepto de ideologías profesionales, para evidenciar la forma en que una serie de prácticas profesionales, a partir de las cuales se seleccionan y organizan los hechos que se convierten en noticia, condicionan la orientación ideológica de la información. Las ideologías profesionales deben pensarse como unos marcos de referencia que se emplean para realizar el trabajo informativo y que se aprenden y replican tanto en los circuitos de formación como en el ejercicio de la profesión, entre colegas y conocedores del oficio periodístico. Tal como lo señala la autora, el proceso de selección de la información que se convertirá en noticia es clave para observar las ideologías profesionales de los periodistas. En dicho proceso se observan tres niveles, el primero se remite a una selección básica o de primera instancia en el cual se define qué hechos serán tenidos en cuenta en la agenda informativa. Aunque en esta primera instancia ya aparezcan algunos sesgos, éstos no son fruto de conductas propiamente ideológicas, sino de la relevancia que puedan llegar a tener los acontecimientos para una sociedad.
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El segundo nivel es el que se remite a la importancia que se le dará a cada suceso; en este sentido, hay que decir que cada medio define eso de forma autónoma. Cada industria elige qué hechos irán en los diferentes horarios de sus informativos, según el criterio de utilidad que tiene esta información para sus audiencias.
El tercer nivel es el que nos interesa aquí, pues se refiere a la tematización que es la elección de las macro-temáticas en las que se concentran los medios para orientar la opinión que tendrán las audiencias sobre los temas que se abordan en los informativos. Este tercer grado de selección es, como lo señala Lalinde, político-estratégico y está en consonancia con los intereses de la industria comunicativa. El equipo informativo aplica a los hechos previamente seleccionados una serie de valores/noticia, que operan como marcos ideológicos, inclinando la balanza informativa según los intereses de la institución. El proceso de tematización parte de dos principios fundamentales.
El primero de ellos es el principio de autoridad según el cual los hechos que se difunden en los medios provienen de una autoridad, un individuo o una institución que tiene reconocimiento. Así, si se trata de abordar la situación política, económica o social del país, personajes como presidentes, expresidentes, ministros y demás miembros de la clase política tendrán prioridad. Ahora bien, aquellos que no gozan de la misma visibilidad social no son con frecuencia objeto de la noticia a menos que sirvan como ejemplo de la disrupción social. En este sentido, los individuos que no tienen autoridad son incluidos en el reporte informativo cuando los valores sociales son transgredidos. Por ejemplo, las alteraciones al orden público que se hacen objeto de información periodística son protagonizadas por sujetos que de manera ilegítima usurpan el poder del Estado y transgreden el orden. Es aquí donde los medios informativos ubican a las voces de la protesta social, como sujetos que subvierten lo establecido generando algún tipo de perjuicio a la sociedad. Un ejemplo de ello puede observarse en la investigación realizada por Mauricio Patiño, quien en su aproximación a la representación que hace la prensa colombiana del movimiento estudiantil, encuentra que de las 113 noticias que circularon en El Tiempo y El Espectador sobre el tema de la movilización de estudiantes entre los años 2000 y 2010, solo dos resaltaban acciones pacíficas de índole cultural, mientras las 111 noticias restantes se centraban en los inconvenientes que la movilización traía para el orden público. Por lo general, los titulares de estas noticias, señala Patiño, usan expresiones como disturbios, alteraciones a la movilidad, daños a la propiedad privada, tragedias, explosiones, conflictos, muertes, heridos, secuestros, capturas, incendios, violencia, bloqueos, bombas, encapuchados, caos y disparos. Para el caso de la actual movilización ciudadana, los titulares emplean los mismos términos. Parece que la función de la noticia es darle orientaciones a sus audiencias para que eviten a los manifestantes. En este caso puede subrayarse la importancia que las grandes industrias comunicativas dan a los bloqueos o al desabastecimiento de establecimientos comerciales.
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Las grandes industrias comunicativas también siguen este principio de manera indirecta, al entrevistar a ciudadanos que no participan de la movilización, pero se ven afectados por ella, quienes son permanentemente interrogados con el fin de que den información sobre el tiempo que llevan caminando para llegar a sus trabajos o la cantidad de dinero extra que han gastado tomando diferentes medios de transporte para llegar a sus hogares. Además, puede resaltarse que en las entrevistas que hacen personas que forman la Primera Línea o a los miembros de comunidades indígenas se les pregunta por qué ellos no quieren que el resto de la sociedad avance, progrese o trabaje. Con lo que vemos que no solo se les define como transgresores o como personas que impiden el avance del país, sino que también se les separa del resto de los ciudadanos.
Podríamos decir, siguiendo en esto a Ana María Restrepo, investigadora del equipo de Movimientos Sociales del Cinep, que el funcionamiento ideológico creado por el criterio de autoridad produce un el efecto deslegitimador y desinformador en torno a la protesta; cuando el cubrimiento se centra en el registro de disturbios o las afectaciones al orden público se pierden de vista las demandas que tienen líderes y lideresas que incentivan estas movilizaciones.
En este orden de ideas, vemos que la incorporación al ámbito informativo de las ciudadanías que se movilizan está sesgada por un criterio profesional de selección de la información el cual crea una imagen negativa de la protesta, que no solo imposibilita la empatía del resto de la sociedad para con quienes se manifiestan, sino que, en un contexto tan violento como el nuestro, pone en peligro la vida de los líderes y lideresas que convocan y alientan las movilizaciones populares.
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En segundo lugar, está el criterio del rol social de la información, el cual parte de la premisa de que la función social de la información está orientada a estimular el crecimiento económico y la confianza en las instituciones. Desde esta perspectiva el rol social de la información se propone como una instancia de armonización que favorece a la institucionalidad, por lo cual se hace complementario con el principio de autoridad, pues al dar privilegios en materia informativa a los sujetos que provienen de círculos institucionales se garantiza una perspectiva hegemónica de la realidad. Este aspecto de la información se hace visible en el análisis realizado por Camilo Tamayo y Jorge Bonilla, sobre la construcción del conflicto armado en los noticieros. En este trabajo, los investigadores mostraron cómo en el 62% de los casos, los noticieros nacionales elaboraron sus noticias con una sola fuente, cuyo punto de vista la mayoría de las veces no fue contrastado con otros datos. Esto por supuesto evidencia un gran obstáculo para la creación de una imagen plural y diversa del conflicto armado. Por otro lado, al hacer un mayor acercamiento a estos datos y tomar en cuenta el género de quienes son fuente de las noticias, los investigadores encontraron que el 82% de las fuentes son masculinas, el 14% femeninas y un 4% son documentos o cifras, en su mayoría de origen oficial, como oficinas del gobierno nacional o regional (33). En el caso de los hombres los perfiles son variados, desde expertos en el tema, personajes relevantes hasta testigos de los hechos, mientras que, en el caso de las mujeres, se reducen los perfiles a madres de familia, vecinas o testigos, que, como lo señalan Bonilla y Tamayo, hablan en casi todos los casos desde el dolor el drama y la tragedia.
Parece anacrónico hablar del cubrimiento del conflicto armado en la medida en que este fenómeno bélico ya no existe. Sin embargo, la dinámica empleada por los medios para el cubrimiento de los hechos violentos que se siguen produciendo en el país se mantiene, puesto que la red informativa de las industrias comunicativas sigue sin articular voces no institucionales en las regiones más apartadas del país. Es decir, los municipios pequeños y zonas de difícil acceso cuando no desaparecen el mapa informativo, son representadas por funcionarios de instituciones como el ejército, la iglesia, las alcaldías y gobernaciones. También el perfil femenino empleado en la producción informativa refuerza la función social de la información, al evocar valores como el de la familia, el orden y el cuidado de los bienes públicos.
En conclusión, es posible observar que, si bien la crítica por el sesgo ideológico de las grandes industrias comunicativas es cierta, la inclinación que se produce hacia lo institucional, no se debe la voluntad individual del comunicador, sino a la manera en que se han configurado una serie de prácticas profesionales que contribuyen a la legitimación de una versión oficial e institucional de los hechos, la cual es coherente con los intereses de las empresas comunicativas.
*Érika Castañeda Sánchez, filósofa (PUJ), con maestría en Estudios Culturales (PUJ), dedicada a la docencia universitaria en campos como la argumentación, la semiótica y la filosofía.