La vida humana mía y nuestra

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No podemos cargar con toda la responsabilidad como individuos de salvar a los más necesitados, pero sí podemos y debemos ejemplarizar acciones de justicia, ética y equidad.

“La vida humana es sagrada” se oficializó en la declaración de los derechos humanos de 1948 (en respuesta a las atrocidades de la segunda guerra mundial) y se evidenció en las decisiones estatales de la mayoría de los gobiernos ante la amenaza de la pandemia. Esta declaración universal se refiere al derecho a la vida como un derecho fundamental ya que de éste se desprenden todos los demás derechos. Con esta pandemia, de repente toda la humanidad compartió un mismo miedo y vulnerabilidad que mostró la primacía del derecho a la vida, por lo que la mayoría de los Estados optaron por declarar una cuarentena en aras de proteger la vida y la salud de la población.

A pesar de esto, en varios países, la vida humana continuamente se ignora, amenaza, maltrata y asesina. Las personas mueren por ausencia de comida, techo, cuidado médico o psicológico y protección entre otras carencias. Son, en su mayoría, poblaciones específicas; no tienen poder ni capacidad de hacerse oír. Son víctimas de un sistema político que no los protege y de un sistema económico que los marginaliza o explota. Son ellos los que sufren; no nos involucra a todos. Por esta razón, pasan a ser invisibles.

En Colombia, todos y cada uno sentimos la amenaza y así todos y cada uno nos aislamos en nuestras viviendas bajo condiciones sustancialmente diferentes. Unos renuncian a algunos privilegios, otros hacen ajustes para satisfacer las necesidades apremiantes y otros han podido cubrir sus gastos básicos y están en riesgo por la inestabilidad laboral y, por último, están aquellos que no pueden cubrir sus necesidades elementales pues no tienen ahorros ni activos y requieren salir de sus casas en busca de su sustento diario.

Ocho de cada diez empleados en la economía formal ganan menos de dos salarios mínimos (La República, Dane, 23 diciembre 2019). En la economía informal, la cual puede representar el 60% de la economía nacional (Portafolio, OIT, 30 julio 2018), las personas devengan aun menores ingresos y el 27% de la población que pertenece a esta economía está en situación de pobreza (Revista Dinero, Dane, 5 julio 2019). Estas cifras evidencian una desequilibrada distribución de la riqueza y del ingreso. La pandemia no ocasionó esta marginalización económica y social, pero sí la hizo más visible y la agravó.

En estos momentos de encierro, hemos tenido más tiempo de intimidad y podemos hacer una introspección sobre nuestra vida. Las labores diarias y cotidianas como cocinar, comer, limpiar, asearnos, trabajar, educar, cuidarnos y compartir con nuestra familia estaban en ocasiones delegadas a terceros quienes nos apoyaban para su realización. Ahora reconocemos estas labores esenciales y evidenciamos que todos, por el solo hecho de ser humanos, compartimos estos mismos quehaceres. También nos damos cuenta de nuestra interdependencia: necesitamos de otros para acceder a nuestro alimento, comunicación, vivienda y cuidado. Somos una sola especie compartiendo un solo planeta. Sin embargo, el azar ha hecho que cada uno viva esta experiencia de manera diferente: la calidad de vida que llevamos depende de los recursos físicos, psicológicos y emocionales de nuestro entorno y los propios. ¿No es hora de que todos tengamos condiciones dignas para poder vivir y cuidarnos?

Las poblaciones más vulnerables no deberían tener que estar en una situación de precariedad; es necesario nivelar esa balanza para que todos puedan cubrir su mínimo vital. La generosidad en este momento de necesidad aguda es perentoria de parte de todos los actores de la sociedad. Pero más importante es aceptar que se debe fomentar una cultura de cero tolerancia con los actos abusivos y la corrupción, con los excesos que nadie cuestiona y las carencias que se han vuelto paisajes invisibles; es momento de empezar a tener un modelo de economía más equitativo y justo. No podemos cargar con toda la responsabilidad como individuos de salvar a los más necesitados, pero sí podemos y debemos ejemplarizar acciones de justicia, ética y equidad. No abusar, no aprovechar de nuestra situación de ventaja o de poder, cuestionar y rechazar actos violentos, discriminatorios y abusivos de personas aun cuando sean cercanas a nosotros, remunerar y pagar a cada uno lo justo aun cuando el otro no lo ha pedido y fomentar relaciones comerciales de gana-gana.

Nos acostumbramos a que cada uno podía proteger su vida de manera individual; sin embargo, ahora, nos damos cuenta de que somos todos igual de vulnerables. Independientemente de nuestras habilidades, conocimientos o recursos, la pandemia nos afecta por igual. Cuidarnos y el hecho que los demás se cuiden equivale a protegernos todos. Esta lección nos sirve para proyectar la experiencia a otro nivel: el abuso de poder del que unos son víctimas y otros aprovechan nos afecta a todos por igual, la injusticia y el acoso o ausencia del estado que sufren algunos nos puede afectar a todos. Creo que es un suicidio humano seguir actuando como individuos egoístas o como si fuéramos autosuficientes, cuando la realidad es que estamos unidos por nuestras necesidades cotidianas semejantes y por el espacio que compartimos: el aire que respiramos, el gobierno que nos administra, el medio ambiente que provee agua y alimentos y la sociedad como un todo con quien nos desarrollamos. Para preservar nuestra especie, tendremos que defender los valores, instituciones y prácticas que nos sirven a todos, ejerciendo una ciudadanía mas activa para contrarrestar la corrupción, las acciones desproporcionadas y las omisiones tanto de los gobiernos como de las empresas y demás organizaciones o personas.

Ciudadanía, empatía y humanidad son cualidades requeridas para protegernos entre nosotros. Nuestra vulnerabilidad nos ha despertado mancomunidad y nuestro aislamiento nuestras semejanzas como seres humanos. Los invisibles, nuestros semejantes, tienen derecho a una vida digna, Tenemos la obligación ética ante esta situación de decrecimiento económico de apoyar y ejercer un rol equitativo y colaborativo. El actuar pensando sólo en el beneficio personal pierde validez en estas circunstancias y no es sostenible; necesitamos de los demás y nuestro bienestar y cuidado dependen de que todos los demás también estén protegidos y seguros. Estamos interconectados y entrelazados. Por lo tanto, lo más indicado es defender los temas y valores que son relevantes y comunes para todos: salud, justicia, oportunidades, equidad, bienestar e inclusión y así, todos y cada uno estaremos mejor.

*Patricia Villaveces Ronderos, economista, master en derechos humanos. @pvillaveces

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