Los caídos en Tierralta, Córdoba

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Desde que se inició la violencia en Tierralta, han caído asesinados dos sacerdotes, dos ex alcaldes, poetas, artistas, pintores, líderes sindicales, maestros e indígenas.

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Tierralta, Córdoba, municipio fundado en 1909 por un errático colono llamado Santiago Canabal. Despensa agrícola del sur de Córdoba, tierra del poeta nihilista Casildo. El mismo lugar donde alzan los 380 kilómetros del corregimiento Santa Fe de Ralito, conocido escenario donde otrora un puñado de paras dialogó con el gobierno de Álvaro Uribe, originándose la desmovilización simulada más grande hasta ahora conocida de un ejército irregular.

La mayoría de estos grupos siguieron en el negocio ilícito de las drogas. Muchos excombatientes, cuando el Estado les hizo “conejo”, abandonándolos a su suerte y no cumpliéndoles con lo pactado como ha sucedido en la mayoría de las desmovilizaciones en este país, se integraron a nuevas hordas que a sangre y fuego se disputan los territorios, lo que en teoría social se llama reciclaje del paramilitarismo.

Una de las últimas desmovilizaciones en este territorio fue el de los frentes 5 y el 18 de las antiguas Farc que operaban en las serranías de Abibe y Paramillo al mando de un antiguo comandante convertido en leyenda en la zona, alias “Manteco”, de quien se dice que combatía en medio de la manigua como Dios lo trajo al mundo. En ese sitio, en Ralito, se reunieron el 23 de julio de 2001 el rey Arturo, el mago Merlín y los caballeros de la mesa redonda a refundar la patria con el tristemente célebre “Pacto de Ralito” que llevó a muchos congresistas a la cárcel. Algunos seguían enredados en eternas investigaciones que años más tarde prescribieron.

Desde que se inició la violencia en Tierralta, han caído asesinados dos sacerdotes, entre ellos el padre Sergio Restrepo Jaramillo, sacerdote jesuita quien entregó su vida en defensa de los campesinos e indígenas del alto Sinú. Este hecho lamentable perpetrado por orden de uno de los Castaño ocurrió una aciaga tarde del primero de junio de 1989. También fueron asesinados dos ex alcaldes, poetas, artistas, pintores, líderes sindicales, maestros e indígenas como Kimi Pernía Domicó, quien se oponía a la construcción de la hidroeléctrica Urrá S.A por el enorme impacto ambiental que le iba a ocasionar a su comunidad.

Hoy después de varios años, cientos de indígenas deambulan por el pueblo, con una escandalosa cifra de suicidios en medio de esta comunidad Embera Katío. Hasta ahora ningún organismo gubernamental le ha puesto atención.

En esa estela de homicidios cayó asesinado el concejal Marcos Fidel Suárez, un hombre convertido en mártir. Corría el año 2007 cuando conocí a Marcos Fidel por medio de un hermano. Era un sábado. Había un cielo encapotado con amagos de lluvia. Nuestro sitio de encuentro fue una anodina cafetería del centro de la población.  Afuera los carros y motos pasaban raudos levantando las hojas que habían caído de las ceibas plantadas por el padre Sergio, nombre tomado seguramente del cura Sergio de la novela de Tolstoi. El cielo brumoso seguía amenazando con lluvia, acompañado de una brisa fría que bajaba de la serranía de Abibe.

Aquel hombre que tenía frente a mí era el mismo que aparecía en el afiche de su campaña al concejo de este municipio. Ahora era más real. Tenía unos años menos. Ese día iba vestido pulcramente. Llevaba un pantalón oscuro y camisa blanca con un pequeño y esmerado bordado en la parte inferior de su bolsillo. Debajo de su brazo se asomaba una descolorida agenda que había sobrevivido al uso del sudor de las manos y el paso del tiempo. Afuera los carros seguían rodando, ahora con más lentitud.

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Mi hermano se había levantado de la mesa y hablaba en la calle con un transeúnte. Ese día le dije que no habláramos de política, ese arte mezquino y desacreditado en los seres humanos. Sin embargo, le escuché una frase que tal vez él no sabía que era de Aristóteles cuando escribió que la política “era el arte de servir”. No sé por qué nos adentramos en los vericuetos de la literatura; Marcos Fidel era un hombre leído. Entre tinto y tinto recorrimos el universo borgiano, de Hemingway hasta llegar a Flaubert. Ahí nos detuvimos un largo rato comentando la tragedia de la señora de Bovary. Le dije que personalmente me había impactado el fin que tuvo la señora de Bovary. Tomando un sorbo de café dijo: “En fin la vida sigue”.

Yo tenía una curiosidad que me carcomía desde hace un tiempo. Apreté el vaso plástico que había en la mesa como aferrándome a la pregunta que le iba a hacer: – “¿Por qué dicen que firmaste el Pacto de Granada o el Granadazo?” – Su gesto no fue sombrío o de sorpresa como yo esperaba. Lanzó una amplia sonrisa y me dijo: “yo no firmé ningún pacto; el Granadazo no existió porque la mayoría de los que asistieron a ese sitio fueron obligados”.  Una mosca rompió el silencio que reinaba en la mesa; fue y se encarceló dentro de una vitrina de vidrio y allí luchaba desesperada por salir. Mi interlocutor remató con una frase que me puso a pensar. “No sé quién se inventó eso, ese pacto nunca existió”.

Había terminado de pronunciar esa última frase cuando ya mi hermano se abría paso entre las mesas hacia donde nos encontrábamos y preguntó: “¿Qué hacen, de qué hablan?” Por primera vez desde que soy cura lancé una grosería: – “Aquí arreglando este puto país”-.  Marcos lanzó una carcajada que se escuchó en toda la cafetería.

Sucesos.

El día que lo mataron se despertó a 4:30 de la mañana. Sus dos pequeñas hijas dormían plácidamente. Sigiloso se paró y se alistó para no despertarlas. Lo esperaba una polvorienta carretera que de Tierralta conduce al corregimiento de Santa Marta. En ese último sitio iba a encontrarse con un conocido para finiquitar algunos temas agrícolas y hablar de una vía rural que una de esas comunidades estaba exigiendo. Dos horas en moto aproximadamente. Afuera, el alba lo tomó por asalto. Los pájaros de la mañana iniciaban su concierto. Encendió su motocicleta, no sin antes darles un beso de despedida, que sería el último, a sus dos pequeñas que seguían durmiendo. Una vecina salió a su encuentro con una taza de café hirviendo: – “Marquitos, tómate el tinto” -. Apuró el contenido del pocillo porque se le estaba haciendo tarde.

Con un gesto de alegría se despidió de la vecina y ella lo vio perderse en la polvorienta carretera. Sería el último viaje.

La música sonaba lúgubre en el sitio. El sol caía como plomo. En un rincón del establecimiento, cuatro hombres tomaban cerveza y celebraban algo. Celebraban que Marcos Fidel había pasado hacía una media hora por el sitio donde ellos se encontraban. Ya tenían planeado que, cuando regresara, lo matarían. No se les escaparía por la sencilla razón que ésa era la única carretera de regreso. A las nueve de la mañana, la víctima había desayunado en Pueblo Cedro, un lúgubre caserío. Los hombres seguían celebrando por adelantado la muerte del concejal.  Dejaron de celebrar y se pararon de donde estaban para esperarlo en el sitio donde lo asesinarían.

El sol seguía calentando y acribillaba sin piedad los amarillos pastizales. En lontananza, se escuchaba el canto de una cigarra. Era un viernes 24 de julio, once y treinta de la mañana. Cuesta abajo apareció Marcos, en su motocicleta, solo, inerme. Los hombres de la celebración anticipada salieron desde un frondoso árbol y sin mediar palabras le dispararon. El primer disparo hizo impacto en una pierna e hizo que se cayera de la moto. Esta última rodó sola hacía un precipicio dejando a su ocupante herido, tendido en la carretera sin más armas que su poesía, su agenda, el beso que le dio a sus pequeñas hijas, la lucha por los campesinos, las oraciones de su octogenaria madre, sus amigos que lo llorarían, ante cuatro bárbaros fuertemente armados que lo ultimaron sin piedad.

La cigarra había dejado de cantar. El sol radiante de esa mañana se nubló. No hubo un buen samaritano que tapara su cuerpo con una sabana. Ahí duró tendido más de una hora con los ojos fijos en ese firmamento azul sin ninguna nube.

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*Ubaldo Díaz, sacerdote. Graduado en Filosofía y educación de la Universidad Católica de oriente. Premio nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro APB Barrancabermeja. Años 2018 -2019

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