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Los niños del mangle
Martín Doria
Edaf
259 páginas
La novela negra es una de las grandes creaciones humanas, por lo menos una de las que más me gusta: allende un relato de buenos contra malos, es un viaje al interior de la psiquis, ese telón espeso sobre el que se sirve el café de la mañana y se dibuja la cara de cada uno de todos los días; es una aventura hacia el subconsciente, personal y social, y no intenta resolver nada, ni moralizar, ni disimular el mal aliento, ni ponérsela fácil al lector. Los gringos son los maestros del género: se lo inventaron en plena era del prohibicionismo o Ley Seca, en los años veinte, para contar lo podridos que estaban bajo ese manto de santurronería, y se contagió muy bien en la Europa de la postguerra, particularmente en la gélida Escandinavia.
En Colombia, el género ha estado presente, pero por oleadas: Pablo Escobar y las mafias del narcotráfico fueron protagonistas de una de esas; otra nos la regalaron la guerrilla y el paramilitarismo; la verdad es que a veces extraña que Colombia no sea una potencia en novela negra, con toda esa corrupción y violencia que respalda nuestra historia, pero escritores como Germán Espinosa, Hugo Chaparro Valderrama, Jorge Franco, Mario Mendoza, Octavio Escobar, Laura Restrepo o Juan Sebastián Gaviria, entre otros, han hecho cosas muy buenas en el género.
En esa lista faltan nombres, y uno de ellos, sin duda, es el del barranquillero Martín Doria, autor del libro que hoy dejo en La Biblioteca de La Línea del Medio; se llama Los niños del mangle y acaba de ganar el XXIII Premio Ciudad de Getafe 2019. La portada es macabra. Quiero decir bella, pertinente, elocuente… pero macabra: una niña, muy niña, con sus uñitas cortas pintadas de color magenta, agarra inocente tres dedos de la mano de un hombre adulto; cuando se enteren de que la novela se desenvuelve en el mundo del turismo sexual infantil de la Ciénaga del Magdalena, entenderán, a su vez, por qué digo que es macabra.
Es una historia que recorre la cornisa caribeña que va entre Santa Marta, Barranquilla y Cartagena, y está enmarcada en los carnavales y en el ambiente tenso de las negociaciones de paz con las FARC. El personaje que hila la trama es un detective de nombre Efraín González, El Caimán, quien tiene que buscar la verdad tras la muerte de una prostituta y la desaparición de su pequeña hija, Carol.
Por su parte, el autor, Martín Doria, vive actualmente en Argentina, donde también hace cine, y ha recibido varios premios por su obra. La novela está narrada en 34 capítulos cortos y dos epílogos, con un necesario ‘Glosario costeño’ al final. Es que sin para los cachacos es complicado entender para qué se usa la interjección ‘Añoñi’, no me imagino a un bonaerense o a un madrileño lidiando, sin ayuda, con la palabra ‘Chácaras’.
*Mauricio Arroyave, periodista, lector caprichoso y frustrado librero, @mauroarroyave