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La revista Semana del domingo 15 de noviembre incluyó un listado de columnas de varios representantes de partidos. Los congresistas no oficialistas cayeron en la trampa del idiota útil.
El nuevo dueño de Semana, Gabriel Gilinski, anunció en su editorial una nueva era enfocada en lo digital. A raíz de los cambios, el fundador Felipe López vendió las acciones que le quedaban y el ex director Alejandro Santos, su sucesor Ricardo Calderón, los columnistas María Jimena Duzán, Antonio Caballero y Alfonso Cuéllar, el jefe de redacción Mauricio Saénz, el director general Rodrigo Pardo, la directora de Semana Sostenible Ruby Pérez, los reporteros Johana Alvarez, Juan Pablo Vásquez, Tatiana Jaramillo, Jaime Flores, José Monsalve y Federico Gómez, el caricaturista Vladdo y el crítico literario Luis Fernando Afanador renunciaron. No lo hicieron por temor a los desafíos tecnológicos; se negaron a apoyar la transformación periodística de Semana. Ése y solo ése fue el florero de Llorente.
No tengo dudas de que la nueva Semana buscará un balance político-ideológico en las páginas de opinión, así como lo intentó Felipe López. De hecho, por décadas, López trató de equilibrar las cargas. No fue fácil hacer contrapeso a las firmas de Coronell, Duzán y Caballero; lo intentó con Rafael Nieto, Alfredo Rangel y José Manuel Acevedo y todo indica que no le funcionaron. En consecuencia, la llegada de Salud Hernández y Vicky Dávila parecía, más bien, un acertado intento de balanceo estratégico.
La línea editorial de Semana será más evidente en las páginas de información que en las de opinión: la decisión corporativa del medio apunta a convertirlo en un Fox News colombiano. Así se lo manifestó su propietario a Daniel Coronell y, dado el cubrimiento periodístico de los últimos meses, uno podría afirmar que avanza a buen ritmo en su propósito. Basta ver los festejos en redes de las personalidades del Centro Democrático cuando se conoció la desbandada. Nada tiene de reprochable que un medio sostenga una línea editorial; lo malo es tenerla y no hacerla explícita.
Sin columnistas y con el domingo acercándose, la dirección de la revista hizo una movida magistral: le dio a cada partido una columna. Así, varios defensores de la paz se sumaron al medio en su primera publicación de renovación.
Al darle un apariencia de pluralismo, los defensores del Acuerdo validaron un proyecto informativo cuyo objetivo consiste en la alineación con la ultraderecha, lo que incluye, claro está, la destrucción de la paz. Le quitaron peso a una cadena de renuncias de periodistas que, en medio de una pandemia, tuvieron el valor de abandonar su trabajo para poner en alto un ideal periodístico y dirigieron a todos sus simpatizantes partidistas a un espacio al cual algunos de ellos critican de manera abierta.
La entrega de declaraciones y de información a medios variopintos constituye la responsabilidad de un político. La producción de una pieza editorial original va más allá. Así las cosas, una bien intencionada colaboración puntual corre el riesgo de convertirse en colaboracionismo si se perpetúa.
*Laura Gil, politóloga e internacionalista, directora de La Línea del Medio, @lauraggils
Estoy de acuerdo, se puede volver colaboracionismo. En los 80bhibo una experiencia similar en noticiero tv y después de renuncia masiva, llegaron periodistas oportunistas a ocupar los puestos.