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Apoyar a la Fuerza Pública es vigilarla y controvertirla con los medios que brinda la democracia, porque es nuestra, porque nos importa.
Nunca, como en este momento en que la Fuerza Pública es cuestionada con razón y tan duramente, he estado más de acuerdo con lo que dijo Mario Vargas Llosa en La generación del espectáculo sobre los servidores públicos: «(…) es injusto generalizar y meter en un solo saco a todos cuando hay muchos que resisten la apatía y el pesimismo y demuestran con su discreto heroísmo que la democracia sí funciona».
He criticado las acciones abusivas, excesivas y flagrantemente ilegales de integrantes de la Fuerza Pública, particularmente de la Policía Nacional, que han actuado en el paro nacional contra civiles en condición de indefensión, trasgrediendo todo sentido de humanidad, de moralidad, de proporcionalidad.
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No me atrevo a calificar a todos los hombres y mujeres de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional como delincuentes ni abusadores, lo cual sería calumnioso, pero tampoco los puedo calificar a todos como héroes. Me atrevo, en virtud de lo evidente, a calificarlos como lo que son: seres humanos.
Como seres humanos, tanto ellos como nosotros -quien escribe y quien lee estas palabras- compartimos una naturaleza común: «Somos productos imperfectos de la evolución, limitados en conocimientos y sabiduría, tentados por el estatus y el poder, cegados por el autoengaño», dijo Steven Pinker en La tabla rasa sobre la comunidad de nuestros instintos.
Tanto ellos como nosotros acertamos y nos equivocamos, somos impulsivos y egoístas, soñamos y deseamos, y, creo, compartimos el mismo corazón angustiado y ávido de vivir, que busca un sentido y un propósito. Somos hijos de una madre y tenemos alguien que nos quiere y nos espera y ellos también quieren volver sanos y salvos a su hogar.
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Militares, policías y civiles nacimos y crecimos en este país y somos parte de la misma nación. Nos unen muchas cosas: la historia de nuestra República, las expresiones culturales, un orden social y una misma constitución, entre otras. Somos un nosotros en una democracia. La unidad nacional comenzará por reconocer que todos somos parte del mismo problema y que su solución también depende de todos. Unidad no es unanimidad, pero todos conformamos la misma nación.
Estoy de acuerdo con que los excesos y las brutalidades no las comete la Fuerza Pública -la institución como tal es una construcción abstracta-; las cometen individuos, los servidores públicos que integran esas Fuerzas. Y en este país las responsabilidades penales son individuales, así que es justo y necesario que cada uno de esos individuos responda individualmente por sus actos, con todas la garantías procesales que garantiza la ley.
Sin embargo, así como las responsabilidades individuales no soportan la generalización para todos los demás uniformados, tampoco excusa a la institución de los comportamientos desviados de sus integrantes. Si estos son humanos y no ángeles, el deber del andamiaje interno de cada Fuerza es prevenir y evitar que ocurran dichos excesos y brutalidades, y, si ocurren, castigar a los responsables y revisar qué falló en los mecanismos de control.
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La culpa penal individual no exime a las Fuerzas de la responsabilidad institucional y reputacional por las acciones ilegales, extrajudiciales o desproporcionadas de sus integrantes en servicio activo, las cuales son más graves porque constituyen un incumplimiento a ese pacto constitucional de legalidad y proporcionalidad en virtud del cual ostentan el monopolio de las armas.
Los excesos de algunos uniformados de la Fuerza Pública tampoco convierten en jueces al resto de la población civil ni justifican, de ninguna manera, las agresiones contra cualquier integrante de la Fuerza Pública. La violencia del paro nacional no solo ha dejado víctimas civiles, también le ocasionó la muerte al capitán Solano Beltrán y ha dejado centenares de policías heridos, algunos de los cuales en este momento luchan por vivir. La humanidad común nos obliga a repudiar todo acto violento y a recordar, una vez más, que todas las vidas son sagradas, y los derechos humanos son para todos.
Apoyar a la Fuerza Pública no es ser un integrante más del comité de aplausos que ignora sus problemas, ni promover hashtags en Facebook o en Twitter para lavar la cara de las ilegalidades que han cometido algunos uniformados; es denunciar sus abusos cuando ocurren.
Apoyar a la Fuerza Pública es vigilarla y controvertirla con los medios que brinda la democracia, porque es nuestra, porque nos importa, y porque es tan importante y valiosa para la sociedad que queremos seguir queriéndola y confiando en ella, porque ella ha sido la que en muchas situaciones de nuestra accidentada historia nos ha defendido y ha ofrendado sus mejores hombres y mujeres por nuestra paz.
Prefiero creer en el discreto heroísmo de muchos soldados de tierra, mar y aire y de muchos policías que cumplen con amor ese juramento de bandera y que arriesgan su vida por todos nosotros. Tuve el honor de trabajar con varios de ellos y por eso sé que existen y puedo dar fe de su compromiso con la Nación.
Por ellos y por muchos más discretos héroes, quienes hacen el bien y lo hacen en silencio, espero que la Fuerza Pública, y en particular la Policía Nacional, pueda reconciliarse pronto con los ciudadanos, con sus ciudadanos.
Por esos discretos héroes, apoyo a aquellos seres humanos que forman parte de nuestras Fuerzas Militares y de nuestra Policía Nacional y que defienden la democracia con legalidad y responsabilidad. Los buenos son más.
*Daniel Poveda Quintero, economista. Ha sido profesor universitario y asesor en el Ministerio de Defensa Nacional. Consultor asociado en Teknidata Consultores, y forma parte del movimiento Defendamos la Paz.
Muy interesante el escrito y muy acertado. No se puede juzgar a todos los policías como si fueran iguales ,por qué como seres humanos tienen diferencias aunque hayan sido instruidos y entrenados de la misma manera. Al juzgar y considerarlos a todos iguales cometemos una gran injusticia.