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“Toda la historia de la sociedad humana, hasta la actualidad, es una historia de lucha de clases”. Carlos Marx (1818-1883).
“El agonismo forma parte del orden social instituido donde la sociedad se produce y reproduce precisamente a partir de la interconexión de los intereses antagónicos de sus miembros” (Theodor Adorno. 1974)
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Las recientes marchas convocadas y realizadas contra el Gobierno del presidente Petro y algunas de sus propuestas, como la Reforma Tributaria, reflejan paradójicamente lo contrario de lo que usualmente eran acusadas las propuestas y en general la postura de Gustavo Petro mismo, que según los contradictores propiciaban “la lucha de clases”. Pues ahora los que propician la lucha de clases (solo que, a la inversa, o sea los de “arriba”) son los que en buena parte se oponen a cualquier cambio. Aunque están en su derecho de ejercicio de la oposición incurren en lo que en ciertos momentos (especialmente en la campaña presidencial) despotricaban con la vehemencia o la impudicia de la feroz resistencia al cambio social y político.
Entonces quienes se manifestaban contra la Reforma Tributaria, por lo menos los organizadores de tales manifestaciones querían expresar su rechazo a un proyecto de tributación que pretende hacer justicia tributaria. Las numerosas exenciones concedidas a los más ricos, ganadas en muchas batallas parlamentarias no podían perderse, así la racionalidad tributaria lo aconsejara y como dice el economista Salomón Kalmanovitz: “la reforma tributaria diseñada por el ministro José Antonio Ocampo pretende eliminar muchos beneficios injustificados, resultados de influencias políticas y compadrazgos y de la inercia propia de la legislatura”, con esto no quiero implicar que es indiscutible la propuesta legislativa de reforma tributaria. Pero lo que si debe ser línea roja es impedir el desmonte de las exenciones de quienes pudiendo tributar birlan el tesoro público. Continuando con el análisis de Kalmanovitz, nos dice en este mismo sentido: “Así hay cientos de beneficios tributarios que aplican a sectores particulares y estos se han sentido ofendidos al verlos amenazados, pero esa es una de las razones por las cuales el recaudo tributario en el país es tan raquítico, de solo 14.7% del PIB en 2021. Compárese con el promedio latinoamericano que es de 20%, el de Estados Unidos que es de 25,5% y el de España que supera el 37% del PIB”.
Analistas y expertos han señalado que numerosas exenciones tributarias a empresarios o capitalistas conducen a estados parasitarios, a capitalismos endémicos que los hace muy vulnerables cuando tarde o temprano sean o siendo concurrentes a un mercado que cada vez es más global.
No se trata de la defensa de un Gobierno en sí mismo, sino en cuanto éste represente o quiere representar la posibilidad de un cambio, de una manera distinta de gobernar, de una opción por los más vulnerables de la sociedad sin lesionar a los que no lo son. Lo que debemos exigirle a quienes gobiernan es el buen gobierno. ¿Y eso qué significa? Transparencia y Ejemplaridad (O el Buen Ejemplo). Ya lo decíamos en escrito anterior. La Transparencia en un contexto de democracia representativa es precisamente la garantía de ésta. Es simplemente hacer las cosas con la claridad del examen público. Y el Buen Ejemplo, no sólo tiene el prerrequisito de la austeridad, sino de que al manejar lo público se haga con el mayor escrúpulo, diligencia y eficacia.
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Volviendo al tema original de este escrito, la lucha de clases, entendida como un antagonismo inexorable entre grupos sociales distintos (por decir algo, los de arriba y los de abajo) debe pensarse que no estamos concibiendo de manera ingenua en el armónico paraíso, ni en el antagonismo de un determinismo histórico, si no que más bien, como lo define la filósofa política Chantal Mouffe, que más que la búsqueda de consensos (que también deben buscarse, aunque sean mínimos) es el agonismo, que acepta un espacio permanente de conflicto, pero busca como canalizarlo positivamente. En la sociedad hay tensiones inevitables, pero debe haber procedimientos como la negociación de intereses y entender que no es la profundización del conflicto o su exacerbación lo que produce resultados (como la violencia ciega que siempre deja más pérdidas que ganancias) y que las instituciones estén diseñadas para conducir el conflicto y la democracia como el mejor sistema para resolverlos.
Quienes han elevado el conflicto social y político a “lucha de clases” inevitable e irreconciliable, asignándole al otro la condición de contraparte, manejan dos discursos. Uno, el de la crítica para señalar al adversario como el agente de la lucha de clases y otro, para ejercerla en la defensa de sus intereses intangibles (o intocables) como ha ocurrido con los actos que mencionábamos al principio de este escrito, no en cuanto ejercicio democrático de oposición, sino como defensores a ultranza de unos privilegios ancestrales.
Un Gobierno del Cambio (si así con mayúscula) en el contexto inédito del campo político colombiano debe ser absolutamente cuidadoso de su propio comportamiento diferencial sino quiere fracasar, tomar conciencia de las veleidades del poder efímero para no perderse en sus vapores engañosos y ser austero, próximo y servidor ciudadano.
A veces cuando no se ha ejercido el poder, éste embriaga y fácilmente se puede parecer a lo que no se debe parecer, reforzando así el escepticismo del ciudadano común y matando su esperanza.
Cada día de gobierno debe iniciarse con la invocación “no dar papaya” y tener una estampita de Pepe Mujica. Porque si alguien tiene entre ojos los poderosos de este país es a este Gobierno. No se le perdona nada y sus fallas serán exacerbadas y cobradas con altísimos intereses (por los de arriba y por los de abajo).
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*Víctor Reyes Morris, sociólogo, doctor en sociología jurídica, exconcejal de Bogotá, exrepresentante a la Cámara, profesor pensionado Universidad Nacional de Colombia.
Bien por el subrayar que los del discurso en contra de la lucha de clases ninguna coherencia tienen cuando de cuestionar al oponente se trata pues ejercen a cabalidad la lucha de la cual reniegan.
Por supuesto “no hay que dar papaya” (colombianismo cuya traducción sería: no hay que dar argumentos que maximizados por la contraparte cuestionan los propósitos del que ejerce la acción inicial). A mi juicio (y no es un tema menor): los incumplimientos en las agendas programadas, la desconsideración con el tiempo de los demás, la falta de modales propios de la civilización (tal ir a las citas acordadas previamente), el uso del poder del ejecutivo para definir gastos innecesarios que podrían ahorrarse acudiendo a la burocracia existente -ejemplo presencia de los embajadores en actos protocolarios-, el cancelar reuniones a última hora (cuando ya estaba en marcha su ejecución y cuya preparación ha demandado tiempo, dinero y trabajo, etc.) son eventos inexcusables y que demandan un “mea culpa” de parte del gobierno. Vale decir “no dar papaya”.