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Las reformas no pueden ser simples caprichos de un gobernante, sino mandatos de una sociedad que solicita cambios.
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El pasado 20 de julio, fiesta patria, por primera vez un gobierno de izquierda instaló el congreso de la república. Con un discurso de altura, y un tono de jefe de Estado, y no ya de opositor, como los últimos que había dado, reconociendo aciertos, fallas y faltantes, sin caer en el facilismo de compararse con el gobierno anterior, el presidente Petro instó nuevamente a los congresistas a considerar las reformas que su gobierno le ha propuesto al país.
El cambio climático -y la inminente crisis por el calentamiento global- y los problemas sociales del país fueron las claves del discurso. También fueron las razones que el presidente enunció a favor de sus reformas. Pero ante una oposición indolente y poco interesada en el bienestar de los ciudadanos, y que se diga del planeta, me parece que estos argumentos, siendo muy importantes, se pueden quedar cortos. Si para ellos lo importante es el poder y que el sistema de privilegios que han construido se mantenga, deberían también considerar las reformas, pues estas, como diría el teórico de sistemas Niklas Luhmann, son fundamentales para que un sistema político subsista.
De manera simple, según estas teorías, en un gobierno dado, los paquetes de reformas en el sentido que sean, deben estar pensados principalmente para responder a las necesidades y exigencias de la ciudadanía. Es decir, las reformas no pueden ser simples caprichos de un gobernante, sino mandatos de una sociedad que solicita cambios. Ahora bien, los resultados de dichas reformas, que dependen tanto de la concepción técnica como de la implementación política, son otro tema de discusión.
Siguiendo la teoría, podemos decir que lo cierto es que las reformas permiten que un sistema político se adapte a los entornos cambiantes y mantenga su legitimidad para así seguir impartiendo órdenes que serán acatadas por la sociedad. Sin reformas no hay legitimidad, y sin legitimidad no hay obediencia.
En Colombia, sin embargo, durante todo el siglo XX la sociedad no exige paquetes de reformas ni propugno por líderes y dirigentes fuera de los tradicionales porque la discusión sobre el papel del Estado y el mercado en la sociedad se relegó a favor de la discusión en torno a las guerrillas y cómo combatirlas. Es decir, la legitimidad del Estado provenía no de los bienes y servicios que podía proveer a la ciudadanía, sino de la defensa que les proporcionaba y los ataques que dirigía a las distintas fuerzas armadas ilegales.
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Esto finalizó en el año 2016 con la firma del acuerdo de paz. Desde entonces la ciudadanía ya no ve en el conflicto armado, del que el país ha sido víctima por un siglo, la razón de ser del Estado. Ahora, la ciudadanía entiende que desde el gobierno se deben implementar medidas que les permitan vivir mejor, en condiciones dignas y con un futuro relativamente seguro.
Los estallidos sociales del 2019 y 2021 fueron el resultado del clamor ciudadano que se concretó con la elección de Gustavo Petro como presidente. Esto no quiere decir que los colombianos de un momento para otro se volvieron de izquierda y simplemente dieron la espalda a 200 años de tradición conservadora. Lo que realmente parece ser el caso es que ven en el presidente Petro la persona que puede hacer que el Estado provea lo que la ciudadanía solicita y necesita.
Precisamente, el problema que ha tenido la hoy oposición es que no ha sabido leer estos clamores sociales, y los ha desconocido diciendo que son producto de las guerrillas y los vándalos. No entiende el profundo resentimiento que la ciudadanía tiene al verse ante un futuro incierto. Y, pero aún, no ha comprendido que las reformas no son una destrucción del sistema que conocen, sino un mecanismo para que este siga siendo legítimo y subsista.
Por lo tanto, no sólo es corto de miras y mezquino el que se haga una “coalición contra las reformas”. Es, además, peligroso que las reformas no se tramiten. El clamor de la gente no se acallará porque la élite política no pase las reformas, por el contrario, podría incentivar la radicalización, no ya del presidente, sino del pueblo cansado de tanto coscorrón a sus derechos mínimos.
Adenda. Que pequeño, que tristemente pequeño, se vio el CD con ese discurso de la congresista Cabal. Ojalá esa derecha vea la realidad tal cual es, cambie de rumbo, y le aporte más que un discurso mentiroso y sectario a la democracia colombiana.
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*Camilo Andrés Delgado Gómez, estudiante de ciencia política, Universidad Nacional de Colombia/sede Bogotá, @CamiloADelgadoG