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Hay una epidemia de incapacidad política. El Gobierno hace anuncios vanos esperando el reflujo y el Comité del Paro dilata los acuerdos como en una negociación de un pliego tradicional. Los jóvenes mantienen su protesta legítima mientras diariamente tenemos vespertina lumpesca. El bloqueo es el gran destructor de logros comunes e instrumentos de beneficio colectivo. Ni “los buenos”, ni “los malos” son más. Los reventados sin futuro somos el 80%, los mismos que vamos a compensar el retroceso económico y la destrucción moral y física, hija de la desorientación.

El respaldo popular a las movilizaciones juveniles es palpable, también el repudio al vandalismo y a las hordas degenerativas de la protesta, extraña combinación lubricada con flujos monetarios criminales e intervención frecuente y abusiva de núcleos de la fuerza pública. Los jóvenes sin esperanza marchan mostrando la angustia de llegar a casa para hacer el arqueo diario de carencias, al cual se unen las carencias de honor, de perspectiva, de oportunidad, de ilusión. Y llegada la noche, tanto las autoridades civiles como los ciudadanos asisten al concierto a cargo de la lumpemburguesía y el lumpenproletariado, mientras las calles desoladas y los caminos quedan en manos “de los desechos de las clases en descomposición, como lo afirma Joaquín Estefanía, sin conciencia de clase (la clase en sí frente a la clase para sí)”. En los palacios de los altos poderes públicos se entona la sonata del silencio y los jefes de Gobierno y del Comité de Paro concluyen otra jornada extenuante de inutilidad.
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Los gremios cuantifican las pérdidas y no tienen propuestas que calcen con la profundidad de las dificultades. La academia propicia debates pero no muestra alta capacidad propositiva y combina las cifras con la perplejidad mientras ofrece programas tratando de morigerar el impacto de la deserción y la caída de la demanda. La curia ora y acompaña la supuesta negociación sin aportar un juego de propuestas locales a ser materializadas por la Pastoral Social y la sociedad civil de forma inmediata. Los medios y los comunicadores hacen coberturas afectadas por visiones retrotópicas de viejos ideologismos. Y los mandatarios locales se ven desbordados y, lo que es peor, se quedan sin retaguardia nacional cuando obtienen acuerdos meritorios con los protestantes y la ciudadanía. El caso de Jamundí es lamentable. Un alcalde, que logra acuerdos, facilita el desbloqueo y el abastecimiento, inicia la construcción de un proyecto de rehabilitación e inclusión y, en la noche, aparece la horda criminal, incendia la alcaldía y echa por tierra lo alcanzado.
Así como el fallido proyecto tributario pretendía descargar sobre los hombros de la clase media el esfuerzo contributivo para alcanzar el balance fiscal dejando intactos los beneficios concedidos en exceso y dentro de otro contexto económico al sector empresarial, lo cual debe dar lugar al compacto proyecto rectificador que debe ser radicado en forma inmediata; las negociaciones con el Comité del Paro y con los protestantes en el orden territorial deben producir un grupo de decisiones para ser llevadas por acuerdo al legislativo o susceptibles, cuando sea posible, de transformarse en acciones vía decretos ejecutivos, con una mesa de seguimiento que asegure su materialización y el cumplimiento de los compromisos.
El mandato de la hora es detener, como fruto fresco de la negociación, la destrucción física y moral de la Nación. El principio es la búsqueda de la mayor cohesión social en el corto plazo. No obstante, los miembros del Comité del Paro y los protestantes, que no muestran gran comunicación entre sí, necesitan comprender que la solidaridad requiere solvencia, que oferta y demanda son complementos cuyo fiel es la justicia social. La destrucción por tanto es un desatino absoluto contra nuestra sociedad toda, contra nuestros hijos y contra la ampliación de oportunidades.
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Recibo mensajes por decenas cada día provenientes de empresarios mipyme en desespero absoluto, acumulo manifestaciones de cierre de unidades productivas y trabajadores sin oficio, la sensación de No futuro se extiende así como la desconfianza que producen tanto los opositores radicales como el Gobierno; también recibo testimonios terribles de parálisis en ramos de actividad vitales para el empleo y el circuito económico. El caso del sector avícola, líder en el dominio de nuestras especies menores, es muy penoso y traerá consigo una lesión mayor en cadena con la pérdida de miles de empleos en las próximas semanas. La situación de los productores de semillas, agricultura de especialidad que requiere monitoreo e intervención diaria, está dejando sembradíos en abandono y empresarios vanguardistas en quiebra. El aguacate, tan de moda en el discurso de la diversificación de la oferta exportable, ya incumple pedidos y deja madurar frutos sin cosechar. Y el sector cafetero, cuya composición es altamente democrática, ya ve partir barcos sin carga de nuestros puertos. Una productora mediana de piscicultura en cercanías de la laguna de La Cocha informa que tiene concentrado para cuatro días; la semana entrante pueden tomar ruta hacia la muerte doscientos mil peces.
Muchas propuestas no maximalistas pueden hacerse proyectos válidos y entrar en proceso de materialización: la universidad en los sectores populares de Cali, la transformación del sistema de peajes con aplicaciones parciales sobre impuesto de rodamiento y distancia mínima entre colectores, los proveedores juveniles de servicios ambientales locales, el año doce para mejorar competencias que favorezcan la empleabilidad, las minicadenas territoriales de articulación productiva rural-urbana. Son todas opciones si hay liderazgo, si hay magnanimidad, si sustituimos el parloteo por los acuerdos.
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*Juan Alfredo Pinto, escritor, economista, @juanalfredopin1