Micoahumado, sur de Bolívar: muchos años después

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“tal vez no te interese la guerra, pero tú si le interesas a ella” León Trotsky.

En Arcadia, caserío perdido y desperdigado en las estribaciones de la serranía de San Lucas, por sus calles polvorientas bajo un sol abrasador, un puñado de niños desarrapados juegan a policías y ladrones. Al término del juego, se les ve sentados en corro compartiendo golosinas que una regordeta mujer acodada sobre un mostrador les ha obsequiado. Detrás de esta mujer, hay varios estantes de chucherías y en el ambiente se percibe un olor a panela, manteca, a jabón; huele a tienda. Arcadia es paso obligado si se quiere llegar al corregimiento de Micoahumado sur de Bolívar, otrora azotado por la ferocidad de la guerra entre grupos armados, el minado de su territorio, célebre por su asamblea constituyente. 

En palabras de José Pérez, “Arcadia es el único pueblo del mundo donde sus habitantes han aprendido a concertar hasta con el demonio”. Lo dice por la violencia que durante décadas ha golpeado esta convulsionada zona del sur de Bolívar. Prueba de ello fue lo que presenciamos el día que pasamos por ahí: sus habitantes horneaban un becerro para ofrecerlo en oblación a un comerciante de leche. Según Amada Pérez, mujer enjuta de sonrisa maliciosa y su rostro tostado por el sol, la idea era la siguiente: después del espléndido banquete, de los eructos, de los palillos en los dientes, de la acción de gracias, algunos habitantes de este remoto caserío le presentaríanal sorprendido comerciante un pliego de peticiones, entre ellos estaba aumentar el valor en el litro de leche… Con esa lección de malicia indígena y de supervivencia, proseguimos nuestro camino hacia micoahumado.

Con una exuberante vegetación que se cerraba a nuestro paso, nos abrimos paso por una trocha centenaria que nos llevó a un sitio llamado “la capilla”, que de capilla solo tenía el nombre. En ese lugar, el vehículo que nos trasportaba no dio más, nos varamos. Perdidos en medio de la nada, buscamos desesperadamente la señal de celular en medio de los cerros para que nos enviaran trasporte. Al cabo de una hora, aparecieron dos motos, una de ellas conducida por un hombre de color con estampa de futbolista, en cuya dicción siempre omitía la letra “S”. A este hombre, su compañero de oficio le apodaba con acierto “culepato”. La desvencijada moto del tipo de rasgos patunos arrancó a toda velocidad por encima de huecos, piedras, palos, promontorios. Después de media hora, oteamos nuestro destino. En el último recodo de la vía una enorme valla con las doce estrellitas de la Unión Europea nos cerraba el paso: “laboratorio de paz, la asamblea constituyente les da la bienvenida”. Ahí en nuestras narices estaba Micoahumado, pueblo más reconocido en Europa que en Colombia, por todo el proceso de resistencia civil que sus pobladores han emprendido. En la distancia, se divisaba la imponente y mítica “teta” de la serranía de San Lucas, rica en oro y coltán, también testigo de los feroces combates entre la insurgencia, paras y ejército.

Los primeros pobladores que colonizaron estas tierras se perdieron en medio de la manigua, asediados por la manigua que los devoraba a cada paso. No les quedó otro recurso que ahumar micos y de ahí el nombre de este pueblo. Hoy es un caserío atravesado por tres calles principales, un puesto de salud, una escuela; al final de los estrechos callejones, mulas, caballos y burros taciturnos esperan debajo de la sombra de centenarios árboles a sus amos para el regreso a la serranía.

El éxodo masivo de pobladores en los años 60 y 70 del siglo pasado hacia estas lejanas tierras dio origen al más impresionante híbrido cultural; por décadas han convivido paisas, santandereanos, costeños y boyacenses. Por eso, es normal ver en el comercio añorados nombres como: cacharrería Jaramillo, panadería Zapatoca, miscelánea El Junior.

Al final de la calle principal, en una descolorida valla se alcanza a leer: “no parimos hijos para la guerra”; seguidamente el bullicio en las cantinas es ensordecedor. En un billar atestado de hombres, se escucha el tintineo, el sonido seco de las carambolas y una que otra palabrota de júbilo soltada por un tahúr.

El 14 de marzo del año 2003, amaneció un cielo encapotado sobre la población de Micoahumado. Una llovizna gris crepitaba sobre los techos de zinc. Ese día los pobladores se levantaron con el firme propósito de decirle no más a los violentos, sacar de una vez para siempre a los actores armados, una resolución que quedó en firme después de la cruel incursión paramilitar del 2 de diciembre del 2002, con el saqueo al comercio, 11 casas incendiadas y el desplazamiento de muchos de sus habitantes. Cuarenta y cinco días duró el sitio al caserío.Finalmente, la guerrilla cortó el suministro de agua al caserío para sacar a un grupo paramilitar que se había atrincherado en medio de la población, tomándola como escudo. 

Esta ha sido una población parida en medio del conflicto” dice Jorge Esquivel, campesino delgado y bigote montaraz. “Es una región abandonada por el Estado, menos por los grupos violentos”, recalca este hombre. En este corregimiento es muy sonado el caso que sucedió en una vereda llamada “Boca de la Honda”. Un comandante paramilitar reunió a todos los habitantes en una plaza bajo la canícula de las 2 de la tarde, los tuvo ahí por varias horas hasta el desmayo, luego les señaló una imagen de la virgen que estaba el lado de la plaza y les dijo: – “será que ella tampoco siente el sol, el calor” – y dando orden perentoria mandó construir un techo para dicha imagen. Cuentan algunos pobladores que el comandante tenía la dicción de gente del interior y, en la solapa de su traje de fatiga, colgaba una reluciente camándula. “Fueron épocas donde los muertos, si hubiesen resucitado, no podrían salir de sus tumbas porque hasta el cementerio estaba minado”, recuerda Marina Salgado, otra pobladora.

El 14 de marzo fue histórico para los habitantes de Micoahumado. Se levantaron en resistencia civil, iniciaron los diálogos de paz con los grupos armados ilegales. Esta iniciativa fue acompañada por la Diócesis de Magangué, liderada por el obispo de la época Leonardo Gómez Serna y el sacerdote Joaquín Mayorga, hoy condenado al ostracismo. Estos religiosos traían la experiencia del municipio de Mogotes – Santander, cuando en el año de 1997, después de una toma guerrillera y el secuestro de su alcalde, el pueblo se declaró en resistencia civil, dando origen a la primera asamblea constituyente en el país.

Sobre el amplio salón de paredes desnudas ondeaba la tricolor nacional acompañada de una bandera blanca. Ese día se daba inicio a una sesión ordinaria de la asamblea. Dicha asamblea está constituida por un comité operativo de 13 personas, entre ellos los representantes de las veredas “La Caoba, El Progreso, Guasimal, Conformidad, Media Banda, Honda Baja, Chiquillo y El Reflejo”. Sesionan ordinariamente cada mes. La agenda era el seguimiento a algunos proyectos productivos y la imposición de una multa a un borrachito que había hecho escándalo el fin de semana anterior. Un hombre aindiado de sombrero y poncho abrió la sesión con la invocación al creador, seguido del himno nacional y el famoso canto “buenas nuevas” que es el himno de todas las asambleas constituyentes. Ante ese pequeño sanedrín, fueron desfilando varias asociaciones como Asopromic (Asociación de pequeños productores de micoahumado) Asocafemic (Asociación de pequeños productores de café).

Un niño entra sigilosamente a la asamblea y le susurra algo al oído al hombre de sombrero. Detrás del niño, el borrachito hace su aparición, cabizbajo y, en señal de penitencia, hace promesas que se va a portar bien y coloca como juramento este mundo y el otro. Pero la asamblea le ha puesto una reparación: dos bolsas de cemento para las obras comunitarias. Por la noche, a pesar de tantos infortunios que ha vivido esta población durante décadas, en la plaza principal varios niños juegan. A sus padres se les ve sonreír por sus calles porque no han perdido la esperanza, aunque a algunos líderes de la comunidad el Estado los siga criminalizando y haciéndoles burdos montajes judiciales. 

La noche ha caído por completo. Bajo las estrellas que brillan sobre la serranía, se escuchan los primeros fogonazos. La guerra no se ha ido; sigue en pie. El eco del tableteo de las ametralladoras resuena en lo profundo de la montaña, dándose inicio a uno de los tantos combates entre los elenos y la fuerza conjunta de tarea Marte, el dios de la guerra. 

*Sacerdote. Premio nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro 2018-2019. Barrancabermeja.

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