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Hace unas semanas recibimos una petición en el movimiento Defendamos la Paz – DLP-. Generalmente nos llegan llamados de auxilio por amenazas contra los líderes sociales, arbitrariedades de distintos orígenes, o incursiones armadas de quienes siguen empeñados en sabotear la paz. Pero este S.O.S. no estaba relacionado con temas de violencia y es una historia en la que encontramos mucha tela para cortar y contar.
En los ETCR de Iconozo y de Pondores y en una SAS en Bogotá (donde trabajan excombatientes, víctimas y comunidad), manos, máquinas y tijeras estaban a la espera de un milagro enrollado: Tenían toda la capacidad para producir tapabocas que cumplen los requisitos de salubridad, pero no había dinero para conseguir los miles de metros de tela necesarios, y hacerlos llegar a un pueblo donde escasean el agua y el Estado, a 923 kilómetros de Bogotá.
Con la ciudad cerrada, iban y venían chats, cotizaciones, estimados de costos para saber cuánto valdrían 9 rollos de tela, 10 conos de hilo, 3 carretes de caucho y transporte en plena cuarentena. Era un montón de plata y, además, se necesitaba conseguirla justo cuando empezábamos a sumergirnos en esta dimensión desconocida, que se llama pandemia.
El 1º de abril, en uno de los mensajes más cortos y felices que he recibido en la vida, las palabras de un amigo defensor de paz, convirtieron en realidad la utopía. Veinticuatro horas después el dinero estaba girado y disponible para comprar los materiales necesarios y poner a andar el “taller de ilusiones”. La única condición de nuestro donante era y sigue siendo no revelar su identidad. Por eso, aun cuando quisiera cantar su nombre desde la ventana, quedará en silencio, iluminando fuerte y generoso el corazón de esta historia.
Uno de los muchos logros del Acuerdo de Paz es que nos ha permitido quitar INRIs, romper paradigmas y darnos permiso de pensar y sentir distinto. Hoy sabemos tejer vínculos, donde antes sólo veíamos adversarios. Así las cosas, contactamos a excombatientes de las FARC, que hoy tienen la tarea de desarrollar entornos productivos y crear empresas comprometidas con la paz. Se emocionaron con la noticia. Mientras por un lado les disparan (más de 190 excombatientes asesinados), en la orilla bonita de la vida un donante anónimo los respaldaba en su iniciativa.
En esta insólita y solitaria Semana Santa, empezó la producción en el taller de Sahitex, el lugar en Bogotá donde el trabajo conjunto de excombatientes, víctimas y comunidad demuestra que la reconciliación sí es posible. La confección está en marcha y ya hay cientos de tapabocas empacados y en proceso de comercialización. Por otro lado, y ejerciendo como hermanos mayores, cortaron tela para producir 12.900 tapabocas en Pondores y las cajas ya van rumbo a la Guajira.
Como el cuento de las estrellas de mar y el niño que pacientemente las rescataba de la arena para lanzarlas a las olas, así, tal vez 50.000 tapabocas confeccionados por manos que antes cargaron armas o fueron heridas por ellas, no salven a Colombia de todos sus males. Pero las personas que valientemente decidieron nunca más volver a la violencia y hoy cosen con hilos y agujas -más que un pedazo de tela, una generosa expresión de confianza- saben que no están solas y, mientras exista gente buena, con genuina vocación de paz, nada será imposible. Nada, ni siquiera la felicidad.

*Gloria Arias Nieto, columnista de El Espectador. @gloriariasnieto