Mujeres de Tierra y Luna

0
164

About The Author

Muchas son las “mujeres de tierra y luna” que cobran vida en las plumas, los colores y los pinceles del maestro Arlés Herrera, Calarcá.

Cortesía: Arlés Herrera, Calarcá

(Lea también: Vivir en Policía y a son de campana)

“No es propiamente pintura, es dibujo con color” -dice con modestia Arlés Herrera, Calarcá-, aunque se trata en realidad de treinta magníficos cuadros de un pintor y caricaturista experimentado que acaba de cumplir noventa años, y que con una salud y lucidez inigualables se propuso rescatar o llenar el vacío de la pintura colombiana con las mujeres, particularmente indígenas y obreras, que dieron su vida por sus hijos, por emanciparse del patriarcado, del colonialismo español, del racismo o del capitalismo contemporáneo.


“Nací en Armenia en 1934, en una de las casitas de la carrera 18 con la calle 41; casas que desaparecieron –cuenta Calarcá- para darle paso al mirador del Quindío y al Parque de la Secreta”. Comenzó dibujando en pizarra, y recuerda que su primer dibujo lo dedicó a un personaje de la tierra, del pueblo, que llamaban “Titiribí”; se trataba de un ermitaño que vivía solo en el campo; de barba y cabello largo, que se terciaba la cabeza de una vaca al hombro, andaba con escopeta de cazador, y su vestimenta estaba hecha con cuero de “Cusumbo”, un conocido perro de monte.  Pero sería en Cali, en el taller de pintura del maestro payanés Hernando González, donde Arlés Herrera aprendió las primeras técnicas y comenzaría su carrera de pintor. Hizo avisos, paisajes, retratos, bodegones. Al indagar por otras influencias en su pintura menciona los nombres del pintor, dibujante y muralista colombiano Fernando Oramas y del pintor surrealista mexicano Alfredo Castañeda. Tampoco olvida el periódico “El gato”, de Pacho Gato, que marcó sus inicios en la caricatura, labor que ejerció durante sesenta años, sobre todo, en el periódico VOZ; o el viaje que hizo a Moscú, en época del mundo soviético, donde intercambió saberes con pintores rusos en jornadas de teoría y práctica, observación y análisis de las obras de la prestigiosa galería Tetriakovs.

Al terminar la dictadura de Rojas Pinilla, ya instalado en Bogotá, se vinculó al Partido Comunista. Su pincel y su pluma adquieren, desde entonces, rasgos militantes y sus obras un marcado carácter histórico y social. Rasgos y carácter a los que Arlés Herrera, Calarcá nunca ha renunciado. Retrató personajes socialistas de la Historia mundial, continental, nacional y barrial. Desde Engels, Marx y Lenin hasta Julián Grimau García, el último mártir comunista de la Guerra Civil Española; y desde Bolívar y Martí, hasta Policarpa Salavarrieta y María Cano, “La flor del trabajo”; cuadro, éste último, que se exhibe en el Salón de la Constitución del Congreso de la República de Colombia. Célebres son también los retratos y caricaturas de líderes y personajes del barrio Policarpa Salavarrieta, del cual  Arlés Herrera, Calarcá, es uno de sus insignes fundadores: desde el mártir Luis Vega hasta Mario Upegui, pasando por Luis Morales, Vladimiro Escobar, Jesús Flórez, hasta el “bobo Pablo”, personaje muy querido, entre muchos otros, en el barrio, que quedaron Inmortalizados en la pluma y los pinceles de Calarcá.

(Texto relacionado: La libertad de censura)


Los cuadros que componen la serie de “Mujeres de Tierra y Luna”, no son entonces una casualidad en la vida y trayectoria artística de  Arlés Herrera, Calarcá.  La serie está compuesta de mujeres reales de tierra y de mujeres míticas de luna, de historias que se hicieron ficción o de ficciones que se hicieron historia. Calarcá, que es su nombre artístico – que evoca al mismo tiempo al cacique pijao y a su tierra natal, cree que en la pintura colombiana hay cierta vergüenza por sus ancestros, cosa que – subraya -, no ocurre tanto en México ni en Perú, donde la mujer indígena inspira con mayor frecuencia las distintas expresiones de las artes plásticas.



¿Por qué mujeres de tierra y luna? Por el rol de la Luna en la mitología indígena, explica Calarcá. Se sabe que la adoración del sol contrastaba con la adoración de la Tierra y de la Luna. A pesar de que la palabra luna en los Muiscas tenía a la vez carácter femenino (Chía) y masculino (Chíe), los mitos de las mujeres indígenas – por lo menos en lo que concierne a las aquí retratadas por Calarcá -, relacionan más a la mujer con la tierra y la luna que con el sol. El sol y la luna evocaban la unión del día con la noche, la luna era el sol de las noches; es por eso que la relación del sol con la luna jugaba también un papel crucial en el imaginario de los indígenas: se trataba de una metáfora del matrimonio, de ahí que una de las pinturas se intitule: “El beso del sol y la luna”.

Muchas son las “mujeres de tierra y luna” que cobran vida en las plumas, los colores y los pinceles del maestro Arlés Herrera, Calarcá. Todos estos cuadros evocan luchas, leyendas, proezas, amores, tragedias y mitos. Desde Carmelina Soto, poeta, periodista, pedagoga y fundadora de Armenia y del Quindío, pasando por Betsabé Espinal, precursora, en los años 1920, del sindicalismo y el derecho a la huelga en Colombia; hasta María Libertad, obrera, luchadora, defensora de los trabajadores, de la vida y de la paz. Desde la Gaitana, precursora de la resistencia indígena contra el genocidio y el colonialismo español, hasta la “pata sola”, en sus distintas versiones: la de la mujer que, forzada a acostarse con su patrón, como castigo su marido le amputa una pierna (versión tolimense), o la de la mujer cercenada que reencuentra el sentido de la vida en la defensa de la naturaleza (versión antioqueña). Desde “Fura tena”, la leyenda de dos cerros que, separados para siempre por un río, evocan un amor traicionado, cuyas lágrimas dan origen a las esmeraldas en el occidente de Boyacá; pasando por “Sie”, la madre o la diosa del agua de la mitología muisca, encargada de llenar con su cántaro los ríos y las lagunas de la región; hasta “Victoria Regia”, la fábula que rememora una niña que al querer ser una estrella para estar junto a la luna, se ahoga, al intentar contactarla cuando la vio cerca, reflejada en un espejo de agua, que ella ignoraba, era profundo. En honor al sacrificio adolescente, la Luna hizo de la niña una flor, la más grande y tal vez la más bella del Amazonas: “flor que en la noche abre sus pétalos –dice la leyenda-, para contemplar a la luna que tanto amó”; porque de eso y no solo de eso tratan las pinturas de Calarcá, porque de eso y no solo de eso tratan las mujeres de tierra y tratan las mujeres de luna.

Nota: parte de la obra pictórica y de la caricatura de Arlés Herrera, Calarcá, fue donada por el maestro al Centro Nacional de Memoria Histórica. La colección reciente “Mujeres de Tierra y Luna”, con el auspicio de la Gobernación y del Departamento de Cultura del Quindío, se expone desde el 3 de septiembre en la sala de exposiciones Roberto Henao Buriticá, ubicada en el Centro Administrativo Departamental.

En mora está el gobierno del cambio, a través del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes de organizar un homenaje nacional a la vida y a la obra del maestro Arlés Herrera, Calarcá.

(Le puede interesar: La pasión de los inquisidores)

*León Arled Flórez, historiador colombo-canadiense

Autor

DEJA UNA RESPUESTA

Please enter your comment!
Please enter your name here

El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.