About The Author
Los eufemismos y las mentiras hundirán más y más al peor gobierno de la historia, sea quien sea, el que realmente esté dando las órdenes.
En la campaña presidencial, Duque presentó dos “ases” que lo proyectaban como el candidato con mayor conocimiento y experiencia en la arena internacional: una maestría en la prestigiosa Harvard y su trabajo en el BID.
Lo primero resultó falso, quizás una de las primeras mentiras del mitómano mandatario; lo segundo, aunque cierto, no era precisamente una carta que lo convertía en un gran aspirante para la presidencia. El cargo, al cual había llegado con el apoyo de Juan Manuel Santos, no pasaba de tener responsabilidades técnicas, lo que sumado a su inexperiencia en materia pública no le daba el bagaje para dirigir un país tan complejo como Colombia.
Hoy, con el sol a las espaldas, la gestión internacional de Duque ha sido un rotundo fracaso. Sin una hoja de ruta y navegando entre eufemismos y mentiras, la política exterior derrumbó la imagen del país que su antecesor había logrado reconstruir.
(Lea también: ¡Ajua! De vuelta a las cavernas)
El nuevo imaginario en la arena internacional sobre Colombia legado por Santos Calderón le abrió las puertas a la OCDE, OTAN y el liderazgo de procesos de cooperación en instancias regionales como la UNASUR y otras de regionalismo abierto como la Alianza del Pacífico. Todo estratégicamente cimentado en el proceso de paz con las FARC y una transparente internacionalización, que convocó el respaldo irrestricto de la comunidad internacional y el Consejo de Seguridad de la ONU.
Las tres intervenciones del actual presidente en la Asamblea de la ONU han sido vergonzosas. Desde su primera salida fallida en la que pretendió demostrar que, en suelo venezolano, el ELN adoctrinaba menores de edad hasta la más reciente, con una presentación de un país que impulsa el desarrollo sostenible y la implementación del proceso de paz. Es incuestionable que el ELN sí hace presencia en Venezuela. Sin embargo, sustentarlo con imágenes mentirosas sólo lo colocó en la palestra de la burla pública. Además, el mundo ya sabe que el extractivismo y “hacer trizas” los Acuerdos de la Habana son los únicos propósitos que Duque y su equipo han hecho con eficiencia.
Por su parte, el Ministerio de Relaciones Exteriores ha sido ese fiel reflejo del parroquialismo que mueve al gobierno. La gestión de los tres cancilleres ha llevado a la entidad a convertirse en un instrumento electoral de la extrema derecha. Desde Holmes Trujillo hasta la recientemente designada ministra, la gestión se ha circunscrito en función de “lavar” la cara a una administración que, de tumbo en tumbo, cae sola en los más sucios lodazales.
A Carlos Holmes Trujillo, solo se le recuerda por su periplo en los EE. UU., en el cual despilfarró recursos públicos, con el propósito de refutar contundentes evidencias que el periodista Nicholas Casey había presentado, en las cuales se demostraba que nuevamente dentro del ejército se estaban incentivando los asesinatos de inocentes, mal llamados “falsos positivos”.
(Texto relacionado: ¡Orden dada, orden cumplida!)
Por su parte a Blum, cimentó su gestión en la construcción de enemigos internacionales. Además del ficticio castrochavismo, posicionó a Rusia como riesgo para la defensa nacional. Con ello, Colombia quedó frente a un triángulo del mal, que busca socavar la democracia. Típico argumento de las cavernas del uribismo.
En lo que puede ser el peor momento para la imagen del país, Duque decide designar a su vicepresidenta como responsable de las relaciones internacionales. Dos cartas de presentación tiene la señora Ramírez: por una parte, la responsabilidad de la operación Orión en la comuna 13 de Medellín y, por otra, su sociedad con el narcotraficante alias “Memo fantasma”. En otras palabras, violación de los derechos humanos y siniestros nexos con personajes de la mafia.
Quizás, desde la óptica del titiritero que maneja los hilos de la Casa de Nariño, sean los requisitos primordiales para sin pudor alguno ir a Washington a justificar la violencia extrema de una fuerza pública sobre que existen señalamientos de gravísimas violaciones de derechos humanos, impulsadas por un gobierno que reprime y coarta la libertad constitucional a la protesta social.
Seguramente en un pasado lejano, los eufemismos y las mentiras tenían cabida como estrategia de posicionamiento en el ámbito internacional. Genocidas como Laureano Gómez y Abadía Méndez sólo fueron desenmascarados por la historia. No obstante, en un mundo globalizado, en el cual la información ya no solo es potestad de los medios de comunicación, es imposible ocultar la realidad.
(Le puede interesar: Barranquilla, el derrumbe de un espejismo)
Por ello, Colombia volvió a mencionarse por los estigmas que siempre nos han perseguido: violación de derechos humanos, narcotráfico, paramilitarismo, corrupción, inequidad y miseria. La diferencia es que hoy, a ese explosivo cóctel, se le adiciona un totalitarismo con atisbos fascistas y, en sumatoria, la receta perfecta para el estallido social y el descrédito total del nombre del país en el exterior. En conclusión, los eufemismos y las mentiras hundirán más y más al peor gobierno de la historia, sea quien sea, el que realmente esté dando las órdenes.
*Héctor Galeano David, analista internacional. @hectorjgaleanod