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“El Presidente Duque se niega a ver que Colombia cambió”
Cuando se tiene una complicación médica y el diagnóstico se hace mal, el tratamiento falla y el paciente se agrava. Desafortunadamente esto es lo que le está sucediendo al Presidente Duque tras las históricas y gigantescas movilizaciones, cacerolazos, marchas y conciertos que no paran desde el 21N. El gobierno nacional insiste en fórmulas que se aplicaron a comienzos de este siglo en la era Uribe, o aún peor, hace cuatro décadas durante el mandato del expresidente Turbay. Se niega a ver que Colombia cambió al igual que el mundo entero. Que los jóvenes se activaron políticamente y no tragan entero. Que las clases medias están informadas y cada día exigen con razón sus derechos. Que las redes sociales son protagonistas en la información ciudadana, que hoy no se limita a los medios tradicionales.
El gobierno del Centro Democrático parece atado fatalmente al plebiscito de octubre del 2016. En su estado de negación sobre el Acuerdo de Paz, pretende gobernar a Colombia como si el Acuerdo no existiera. Como si las FARC no se hubieran desmovilizado y desarmado. Como si los líderes sociales y los indígenas amenazados y asesinados no tuvieran derecho a exigir paz en sus territorios violentados. Como si no se percataran de que el conflicto armado con las FARC ya terminó, pero el conflicto social persiste en el país y cada día se expresa con mayor vehemencia. Se quedaron en una victoria del NO frente al Acuerdo de Paz y se niegan a aceptar la realidad de que un nuevo acuerdo se negoció con muchas modificaciones sugeridas por ellos mismos, se refrendó posteriormente por el Congreso de la República y fue avalado por la Corte Constitucional. Insisten en un “mandato contundente” de los colombianos en el 2018 para hacer trizas la paz de Santos, sin entender que ese triunfo se debió más al susto de millones de colombianos a Petro, que a la supuesta voluntad ciudadana de acabar con la paz construida. Pero, aún peor, no comprenden, o no quieren hacerlo, que la democracia es dinámica en el tiempo y que, en las últimas elecciones de hace apenas un mes, la derrota del gobierno y de su partido fue aplastante, reconocida hasta por su propia dirigencia, comenzando por su jefe máximo el senador Uribe. No escucharon el mensaje claro y contundente de los colombianos el 27 de octubre y sólo 20 días después vino la movilización que no se detiene.
Durante quince meses, el Presidente y su partido se dedicaron por todos los medios posibles a “cumplir ese mandato”. Discursos presidenciales, cambio de denominación de las oficinas presidenciales para eliminar las palabras paz y posconflicto, proyectos de acto legislativo para eliminar la JEP, referendo para suprimir las cortes de justicia, objeciones presidenciales para obstaculizar la puesta en marcha del sistema de justicia transicional; en fin, todo un catálogo de acciones que una y otra vez se estrellaron contra el muro de unas mayorías en el Congreso, los fallos de la Corte Constitucional y el respaldo unánime de la comunidad internacional al Acuerdo de Paz. Digámoslo con claridad: un esfuerzo inútil y estéril por hacer trizas un acuerdo que se encuentra blindado.
En ese absurdo propósito, se gastaron el primer año y medio del gobierno, el más importante para que cualquier presidente defina su agenda y saque adelante las iniciativas necesarias para dejar su legado, más aún cuando el periodo ya no es de 8 años sino de 4. Quince meses después, el gobierno observa entre sorprendido y aturdido una reacción ciudadana sin antecedentes que, por lo variada y masiva, deja claro que no le pertenece a ningún partido ni dirigente político, ni a ninguna organización social, provocada la animadversión al Acuerdo de Paz, sumada al descontento de una clase media que no se siente escuchada y de unos jóvenes cada vez más conscientes de sus derechos y responsabilidades frente al futuro del país y un deterioro del clima social como consecuencia del creciente desempleo y la aplicación de políticas económicas y sociales regresivas que profundizan la desigualdad. Y su desastrosa respuesta a este clamor ciudadano consiste en poner el foco en el vandalismo de unos cuantos frente a la voz de millones que reclaman un cambio de actitud. Es atribuir de manera torpe la indignación espontánea y libre de millones al liderazgo de su antiguo contendor de campaña. Es convocar un simulacro de conversación nacional para diluir y dilatar soluciones, desconociendo a quienes promovieron las protestas para evitar una negociación que es inevitable. Para culminar este festival de equivocaciones, su aliado el expresidente Pastrana señala, ya no a Petro sino a Santos, de querer tumbar el gobierno. Comenzaron con el Foro de São Paulo y el castrochavismo y ya van en el expresidente.
En fin, no quieren escuchar, ni tampoco quieren entender, que esta multitudinaria protesta no tiene dueños y que hay una nueva ciudadanía que sale a las calles libremente a expresar su indignación en paz. Si siguen equivocados en el diagnóstico, seguirán con el tratamiento errado, sin aplicar los remedios adecuados y el paciente se agravará ojalá sin consecuencias mortales. Ningún colombiano sensato quiere eso. Queremos que el médico, al revisar su diagnóstico, acierte y el paciente reviva. O al menos que sobreviva, así quede en mal estado.
Juan Fernando Cristo, @cristobustos, ex Ministro del Interior y ex Senador