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El respetuoso llamado hoy es a la reflexión sobre lo esencial y lo realmente importante, como lo son la unión y la construcción pacífica, tanto desde el Estado como desde la comunidad, para edificar esa patria que por años el conflicto nos ha vetado.
Una de las principales fuentes de inspiración de esta columna, recae, por supuesto, en los lamentables hechos por los que hoy atraviesa nuestro país. No es un secreto, y absurdo sería pensarlo, que la inconformidad en torno a la manera sobre cómo se administra el Estado, o mejor aún, como se ha venido administrando durante décadas, ha llegado a la puerta de la casa de los ciudadanos y su efecto no se ha hecho esperar.
Algunos consideran que el ejercicio de su derecho a la protesta es una respuesta a la decadencia de las instituciones del Estado, unos desde las calles, otros desde sus casas, o desde sus trabajos, aprovechando la facilidad tecnológica actual. No obstante, existe una voz común que, por un lado, rechaza tajantemente la actuación de quienes consideran que la violencia es la puerta para construir una nueva nación, y, por el otro, solicita a las autoridades correspondientes, iniciar las investigaciones en contra de la fuerza pública que excedió su competencia para controlar el orden público.
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Por consiguiente, la objetividad y la racionalidad debe primar en las actuaciones de los individuos, pero ello, claramente, ocurriría en el mundo de la perfección, el cual lejos estamos de ocupar. Por lo tanto, cuando la condición humana desborda su propio instinto, las acciones rebosan y dicha objetividad y racionalidad con frecuencia subyacen a la solución del problema que se presenta en el mismo instante, sin medir sus consecuencias, aspecto que rige tanto para los manifestantes violentos, -cuyo derecho a protestar no es absoluto-, como para los miembros de la fuerza pública, quienes, precisamente, por mandato legal, están llamados a ejercer su función de manera ponderada.
En una coyuntura como la que atraviesa el país, resulta imprescindible la búsqueda de consensos que permitan la aplicación de la Carta Política de 1991 en los términos de su creación, sobre todo, recordando que, paradójicamente, fue el resultado de una conjunción de fuerzas e ideologías que en su momento se consideraban irreconciliables. Sin embargo, el deseo de transformar el Estado y crear una nueva Nación fue superior a todos y cada una de las vanidades y banalidades subjetivas de dichas esferas y convergió en un gran diálogo que a la postre culminaría con una de las constituciones más garantistas de ordenamientos jurídicos similares al colombiano.
Es claro que, después de casi treinta años de vigencia de la Carta, existen aspectos susceptibles de ser revisados y, por supuesto, modificados a través de los mecanismos que ella misma ha positivizado, pero no como una colcha de retazos construida por intereses políticos tradicionales del momento, sino por medio de un análisis responsable que permita evaluar los ajustes necesarios en pro de su efectiva aplicación para el periodo histórico que hoy atraviesa Colombia. Incluso, algunos piensan desde ya en proponer una Asamblea Nacional Constituyente. A mi juicio, es un acto prematuro, pero eso, también es democracia. ¡Ya veremos!
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Así entonces, apelar a la división, a la sectorización y a la radicalización de ubicarnos a la derecha o a la izquierda de nuestro pensamiento, no sólo es desacertado, sino también, desorientado en relación con la inclinación ideológica de todos y cada uno de los ciudadanos. Por ejemplo, pensemos en los pequeños emprendedores-empresarios que generan uno, dos y hasta tres empleos, que, a través de la activación de capital privado (supuesta derecha), al mismo tiempo luchan por la igualdad de oportunidades en su sector (supuesta izquierda). A ellos, ¿en qué lado los ubicamos?
Recordemos que unos de los orígenes mayormente conocidos sobre la utilización de las palabras “derecha” e “izquierda” para identificar la ideología y/o la inclinación del pensamiento político humano se remonta a épocas antiguas francesas, concretamente a la Asamblea Constituyente de 1789, pues quienes se sentaban a la izquierda de dicho ente, hacían eco a reducir (no acabar) el poder de la monarquía (entre muchas otras cosas) y, por su parte, aquellos que lo hacían en la derecha, eran el reflejo de la fidelidad al rey (y otros aspectos más).
En síntesis, el respetuoso llamado hoy es a la reflexión sobre lo esencial y lo realmente importante, como lo es, la unión y la construcción pacífica, tanto desde el Estado como desde la comunidad, para edificar esa patria que por años el conflicto nos ha vetado y que ahora, a través de actos de paz, podemos empezar a cimentar, no con violencia, sino con propuestas y verdaderos hechos de transformación.
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*Juan Carlos Delgado D’aste, abogado, especialista en DDHH y DIH. Magíster en derecho público y doctorando en derecho con énfasis en derecho constitucional.