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No los vemos, no los sentimos. No sabemos sus nombres, ni siquiera hay una corona, un carro fúnebre que nos muestre la realidad de esta ley del rebaño que llena la estadística.
Dieciséis solo hace un mes; una semana más tarde, cincuenta. Para el diez, ya eran ochenta y casi los mismos de Argentina como en la más sangrienta de las competencias. A mitad del mes, 127; otros cincuenta se contaban para el veinte y, como todos los anteriores, carecían de nombre e historia. Para el 23, el día del idioma, ya superábamos los doscientos, aunque esos seis que nombra el verbo habían sido otro médico, una mujer como mi tía y un recién nacido como el hijo de Anderson Cooper. El 26 de abril, 225 y el 27, 233. Más aplausos a las ocho, aunque todos sabemos en la ciudad que cada vez son menos y ellos más. Finales de abril ¡vamos tan bien! ¡tan plana la curva! Solo 6211 infectados y no llegamos a las tres centenas de fallecidos, para ser exactos, solo 278. Pareciera inclusive que lo hemos superado y que los economistas y hasta los letrados tienen razón.
¡Hay que salir! Mayo, mes de la virgen, Trump afirma que nadie siente tanto la muerte de 63.000 estadounidenses fallecidos como él. Pero, “¿qué puedo hacer?”, contestó ayer Bolsonaro con tan solo 87.187 infectados y 5.513 cuerpos muertos por el virus. En Colombia, hoy nosotros podemos salir a hacer ejercicio de dos a tres de la tarde, menos los mayores que siguen tomando el sol en sus balcones hasta el final del mes. Se confirma un brote en el Amazonas, pero no lo digamos muy alto; sin pruebas ni respiradores, la curva seguirá bajando. Mes de mayo, mes de la virgen, los niños de mi unidad ya juegan en la zona verde, con mascarillas, ¡claro! Nuestro portero Jairo sigue sin usarla; así ha pasado todo el mes, porque dice le da mucho calor y no la necesita porque se está cuidando. Al final, ¡no podemos quedarnos encerrados por siempre! ¡Hay que salir! ¡Sacar al rebaño! Que sobrevivan los más fuertes, NOSOTROS, es la ley de la vida, pero que no se escuche demasiado fuerte el NOSOTROS; nos pueden acusar de falta de empatía, de solidaridad. Pero, al final, ¿qué importa? Tengo cincuenta, no estoy en alto riesgo, no tengo sobrepeso, ni diabetes. Bueno, un historial familiar cardiovascular. Menos mal, al regresar al país, aplicamos al nivel premium del plan de salud familiar, y en caso de que… tenemos una lista de contactos, políticos y médicos que se pueden usar.
Uno, dos, tres, cuatro, un carro, otra moto, un taxi, cinco segundos de espera, otro bus, otro carro, ningún cuerpo, ningún nombre, ningún edificio destruido, ni siquiera un chorrito de sangre por algún lugar. Es claro, mis genes andan mal, a mi león, a mi hembra alfa, le gana su cordero. Para mí, esta ley del rebaño (es tan macabra) me convence tanto como la de la pureza de la sangre del nazismo. Según las estadísticas del John Hopkins, solo llevamos 288.299 muertos en tres meses, en promedio, 96.099 por mes. En siete años, en la Segunda Guerra, fueron seis millones de judíos; si estos mismos siete años los pasáramos sin vacuna -y claro que la van a encontrar y todos la vamos a tener-, ya no serían seis, si no siete millones de fallecidos. Pero igual, es la nueva ley, solo serían los débiles, los viejitos, los OTROS que no tienen suficientes defensas, quienes deben dar paso para que este mundo de corona pueda continuar.
* María Adelaida Escobar Trujillo, escritora y profesora de literatura de la Universidad de Antioquia y la Universidad de British Columbia-Vancouver, Canadá.