Oscar García

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Alguna vez nos dijo a varios amigos en una pequeña tertulia que la noticia tenía olor, color y sabor, había que salir a buscarla.

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Corría el año 2008 cuando conocí a Oscar García en la ciudad de Magangué – Bolívar, recuerdo que coincidimos por la invitación de un amigo a un evento cultural el cual no recuerdo. Para esa época o antes, había fundado en la ciudad un periódico de línea independiente llamado “El Comunicador”. El Comunicador era uno de los pocos medios que le tocaba sobrevivir casi sin ninguna pauta publicitaria, las ofertas que llegaban eran en su mayoría financiadas por politiqueros de turno con el ánimo de silenciar cualquier cuestionamiento. Oscar jamás comprometió la línea editorial del periódico que se caracterizó por la independencia y la imparcialidad en los hechos. Recuerdo que sobre él se cernían varias amenazas de muerte por su rigor periodístico en destapar y denunciar pestilentes ollas de corrupción en la ciudad. Todas las mañanas como buen sabueso salía en una pequeña moto y en el bolsillo de su camisa una pequeña grabadora a recorrer las calles con ese olfato periodístico que siempre lo caracterizó en búsqueda de la noticia. Para la época aun no existían las posibilidades ilimitadas como las tenemos hoy en el mundo digital. Es esta época cualquier editor puede sentarse cómodamente frente a un escritorio y pontificar sobre lo divino y lo humano apoyado por las herramientas de la inteligencia artificial. Alguna vez nos dijo a varios amigos en una pequeña tertulia que la noticia tenía olor, color y sabor, había que salir a buscarla y Oscar tenía ese olfato periodístico que a pocos mortales se les ha concedido.

El Comunicador era una empresa familiar que había fundado con su esposa en una aventura quijotesca que no se sabía cómo iba a sobrevivir. Impulsados seguramente por la pasión y las ganas de hacer buen periodismo donde no se podía hacer. La última sede del periódico se ubicaba en la calle de la albarrada, en el primer piso de un edificio construido a finales del siglo XIX con varios arabescos grabados en sus pórticos. Por la parte trasera comunicaba a la legendaria calle de las damas que en todo momento se veía atiborrada de motos y vendedores ambulantes que la cruzaban de extremo a extremo. La sede del periódico estaba distribuida por una modesta salita de recibo con una mesa de centro donde reposaban varias revistas con los más diversos temas y contiguo la oficina de Oscar que en las tardes hacía de reportero, editorialista y jefe de prensa… desde esa oficina se podía ver a través de unos cristales varias máquinas que impulsaban unos cilindros aceitados que se movían infinitamente. Un penetrante olor a parafina inundaba el ambiente, acompañado del incesante ruido de esas máquinas operadas por dos hombres silenciosos que veían salir sin asombro las primeras planchas con las noticias del día siguiente. Al clarear el nuevo día, los voceadores recogían los paquetes, los vendían y distribuían como pan caliente por las calles.

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El comunicador tenía una amplia franja de lectores. Entre ellos había poetas, docentes y gente del común que encontraban en sus páginas una lectura amena y diferente. Los ejemplares también eran adquiridos por los enemigos de Oscar quienes no se molestaban en leerlo, ellos tenían a su “lava perros” que leían las noticias y las comentaban de manera escueta. Casi a diario un hecho de corrupción ocupaba las primeras páginas. En algunas tardes de ocio me iba a las instalaciones del comunicador a observar cómo se construía una noticia, el devenir del día a día de un suceso que hoy es y mañana ya no era. Al fondo de esa pequeña sala de redacción había una frase del maestro polaco Ryszard Kapuscinsky que sobresalía sobre una desnuda pared: “las malas personas no pueden ser buenos periodistas”. Cuando el tiempo lo permitía nos tomábamos un café y disertábamos sobre varios temas entre ellos la crítica situación por la que atravesaba la ciudad. En esas tertulias jamás perdimos la capacidad de asombro y la indignación por esos lamentables hechos.

Una noche, fui a la sede del periódico y encontré a Oscar en mangas de camisa, sudoroso, con una especie de herramienta en sus manos frente a una de las máquinas que había dejado de funcionar, el olor a aceite y a papel era intenso. Con otra persona ajustaban tuercas y maniobraban de un lado a otro el artefacto para poder resucitarlo. Dándose vueltas soltó la herramienta y sin mirarme me dijo: “al parecer El Comunicador no va mañana, regale una bendición para que ese aparato funcione”. Se sentó por un momento con dejo de frustración sobre una butaca, la otra persona seguía empecinado en lograr el milagro, a los pocos minutos la maquina regurgitó y comenzó a emitir un ruido parecido a una pequeña locomotora. Oscar se levantó desde donde estaba, su rostro se iluminó como el de un niño cuando se le concede un deseo. Era primordial que el periódico viera la luz del día porque en el saldría una noticia que iba a sacudir los cimientos de la ciudad.

En meses pasados hablé con él y me contaba que estaba dedicado a otro oficio no menos importante en la ciudad de Cartagena. El periódico tuvo que cerrar sus puertas ya que la integridad de este aguerrido periodista y la de su familia se hicieron insostenibles por las constantes amenazas. En ese diálogo percibí que el Comunicador algún día tendrá su resurrección como en la novela de Dostoievski, solo era cuestión de tiempo despertar al león dormido. En El Comunicador salieron mis primeros relatos, recuerdo que en la noche anterior pensaba cómo saldrían a la luz después de pasar por los rodillos aceitados de esas máquinas que rugían como pequeñas locomotoras. Hoy agradezco a Oscar García Alemán haber permitido colocar mi incipiente y peregrina pluma en un diario gigante como era El Comunicador.

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*Ubaldo Díaz, Sacerdote. Premio Nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro 2018 – 2019 – 2022. Email: [email protected]

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