La pobreza y la tormenta: Iota en las islas

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A pesar de todas las advertencias, no se invirtió dinero ni tiempo en preparar a las islas para la temporada de huracanes.

¿Por qué el huracán Iota sorprendió al gobierno colombiano? En mayo de este año, el Centro de Predicción del Clima de la Agencia Nacional de Océano y Atmosfera de Estados Unidos anunció que este año sería la temporada más activa de huracanes y tormentas en la historia. ¿El gobierno de Duque tomó alguna acción para prepararse? ¿Por qué existe tal desidia y abandono hacia las poblaciones que viven en el Caribe, el paraíso tropical donde todos queremos vacacionar? Creo que la respuesta se encuentra en la historia del valor que las sociedades occidentales les han dado a estas islas.

Primero, no es cierto lo que dijo el presidente Duque que una tormenta tropical se convierte en huracán de categoría 5 en cuestión de horas. A una tormenta tropical le toman en promedio dos días en convertirse en huracán. Meteorólogos usan satélites para predecir todos los caminos posibles de una tormenta y su posibilidad de convertirse en huracán. El estándar internacional es el de advertir a poblaciones que están en el posible camino de la tormenta/huracán 24 horas antes. La primera advertencia se hizo el viernes 13 de noviembre a las 4:00 pm y el domingo a la 1:00 AM ya se sabía que era muy probable que el huracán pasara por el archipiélago de San Andrés. Ese fin de semana, a pesar de las advertencias, entraron más de 1.000 turistas a las islas. ¿Qué acciones tomó el gobierno? ¿Qué protocolos se implementaron?

Históricamente, el valor que las diferentes naciones le han dado al Caribe no está en sus habitantes ni en sus ecosistemas; está en su economía. Hace 500 años, comenzaron tres procesos históricos que definieron a todos los países del continente: el genocidio de las naciones indígenas, la diáspora de esclavos africanos y la dominación económica y política europea. Las abundantes selvas fueron taladas para construir barcos y aumentar el comercio por el Océano Atlántico; al comenzar el siglo XVII, el Mar Caribe reemplazó al Mediterráneo como centro de comercio entre las naciones europeas.

Este comercio fue posible gracias a las plantaciones, grandes extensiones dedicadas al cultivo de un solo producto. El azúcar se convirtió en el principal producto exportado, pero también existieron plantaciones de algodón, café, tabaco y bananos. En las Islas de San Andrés y Providencia, las principales plantaciones fueron primero de algodón y después de coco. Los trabajadores de las plantaciones vivían una vida brutal, obligados a trabajar siete días a las semanas, 18 horas al día; la gran mayoría moría después de siete años de trabajo. Las plantaciones aceleraron el genocidio indígena en el Caribe, razón por la cual floreció el comercio de esclavos africanos como mano de obra en las plantaciones del nuevo mundo. En el 2020, el trabajo en las plantaciones de azúcar sigue siendo una de las más peligrosas actividades en el mundo, donde los trabajadores tienen una expectativa de vida de tan solo 46 años.  

Desde el siglo XVII, la medicina europea comenzó a reconocer el Caribe como un lugar ideal para recuperarse de enfermedades como la tuberculosis. Con los barcos de vapor, varios turistas europeos comenzaron a pasar los meses de invierno en las colonias tropicales de sus países. Así se comenzaron a construir hoteles e infraestructura para el beneficio de los turistas. Durante la década de los 60 del siglo pasado, gracias a la aviación comercial y las imágenes de paraíso tropical en medios comunicación, explotó el turismo en la región. Por ejemplo, el archipiélago de San Andrés tiene un poco más de 60 mil habitantes y, en el 2018, entraron más de un millón de turistas a la isla.

La inversión económica en el Caribe se ha concentrado en el turismo mientras que las poblaciones locales han sufrido de abandono por parte de todos los gobiernos. Por ejemplo, la isla de San Andrés solo tiene un hospital de tercer nivel, que no tiene sábanas y donde los médicos trabajan sin sueldo, sin medicamentos y con pocos alimentos, pero, en la página booking.com, utilizada para reserva de hoteles, se encuentran más de 300 hoteles en la isla. Los turistas consumen más agua y recursos que los residentes. El turismo ha contribuido a la degradación ambiental y, por ejemplo, varios estudios muestran que los cruceros en el Caribe son responsables del 80% de la contaminación marítima global. Al privatizar las playas y los recursos naturales del Caribe, los locales no pueden disfrutar en sus hogares los mismos lugares que los turistas.

El abandono de las poblaciones y ecosistemas del Caribe no es nuevo; es parte de una tradición histórica donde el único valor que los gobiernos le dan a la región es el económico. El Caribe pasó de ser un centro de agro-exportaciones a ser un centro turístico. En el pasado, los conquistadores europeos veían a los huracanes y la pérdida de vidas humanas como un costo aceptable para el éxito económico de las plantaciones. El archipiélago de San Andrés lleva décadas en crisis abandonado por todas las administraciones. A pesar de todas las advertencias, no se invirtió dinero ni tiempo en preparar a las islas para la temporada de huracanes o el huracán Iota. La isla de Providencia ha sido tan abandonada por el Estado que hace 10 años no nace un niño en la isla y las familias tienen que viajar a San Andrés. ¿Será que los huracanes y la pobreza son costos aceptables para los gobiernos, mientras continúe el turismo en el Caribe?

*Santiago Florez, antropólogo, magíster en Educación Ambiental y artista. Especializado en educación, sostenibilidad y temas culturales. @rflorezsantiago

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