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Antes que nuestro campo produzca más alimentos y divisas, el Estado y los privados tendrán que restaurar a sus ecosistemas y a las comunidades campesinas, aplicar políticas de restauración socioecológica y económica.
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Hoy casi todos los políticos están de acuerdo en que la solución del país está en aumentar la productividad en la agricultura; sin embargo, son poquísimos los agrónomos o los productores agrícolas o los propietarios de tierras que escriben sobre ese importante tema, tal vez porque ellos si saben lo que eso significa.
No creo que haya campesino o empresario agrícola en Colombia que no haya tratado de producir más ganancias con sus manos o su capital. Desde hace más de 50 años existen numerosos institutos investigativos nacionales y privados que los han ayudado a usar técnicas agrarias adecuadas a sus realidades. Algunos de ellos lo han logrado, pero no durante muchos años y no fue tampoco demasiado lo que ganaron. La mayoría o casi todos los exitosos son los que poseen alguna hectárea de los ocho millones de suelos que han sido clasificados como de segunda o tercera clase por el IGAC en los valles del Cauca o del Sinú, en la zona cafetera o en lo poco que han dejado los urbanizadores de la sabana de Bogotá. Ya no hay en Colombia suelos clasificados como de primera y si se dividieran los de segunda y tercera entre los 8 millones de habitantes rurales solo resultaría una hectárea por persona.
Además, la producción de esas hectáreas depende de otros factores, como el clima. Los actuales propietarios y productores saben que es imposible en Colombia estar seguro de cuando ni que tanto va a llover sobre su cultivo y cada día eso es más impredecible debido al cambio en el clima del planeta. Eso no es solo un problema colombiano; ningún país tropical ha logrado ser tan productivo como los que tienen estaciones. Encima de todo Colombia, gracias a sus tres cordilleras y a los dos océanos, puede clasificarse como un país de microclimas generados por cambios en la altura de los pliegues y repliegues de las montañas y por ser uno de los espacios planetarios en donde los vientos dependen del cambiante enfrentamiento de los vientos alisios en lo que se llama la Zona de Convergencia Intertropical. Por todo lo anterior es necesario profundizar en un concepto que hoy está usando demasiado los políticos, el de “Tierra Improductiva”. No es lo mismo dejar de producir en la sabana de Bogotá que no producir en las laderas de la Cordillera Oriental. Ojalá al final del nuevo gobierno lo que hayan logrado no sea repartir las tierras erosionadas o las áridas o las infértiles o aquellas en donde llueve todo el año, como las de la costa del Pacífico, entre los campesinos y las comunidades étnicas.
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Cuando llegaron nuestros antepasados españoles encontraron que tubérculos, maíces, frutas, peces y venados eran suficientes para alimentar a casi ocho millones de personas. Como llegaron muy pocos y aprendieron a comer tubérculos y nuevas frutas no tuvieron tampoco mayores problemas alimenticios, pero eso sucedió porque al mismo tiempo el encuentro de biodiversidades ocasionó la muerte de casi el 80% de los indígenas quedando menos de dos millones y a que durante los tres siglos siguientes nunca llegaron a tener, en lo que es hoy Colombia, más habitantes de los que habían encontrado los conquistadores en el siglo XVI.
Esa situación, relativamente equilibrada, cambió bruscamente al terminar la Segunda Guerra Mundial debido a las nuevas tecnologías medicinales y de producción agrícola. Esos avances tecnológicos fueron los que multiplicaron por seis nuestra población y también los que condujeron a la deforestación y a la consiguiente multiplicación de las plagas que obligan a tener dólares suficientes para importar venenos que generen mayor resistencia a las plantas y fertilizantes que subsanen nuestras deficiencias en fosforo, en nitrógeno y en potasio. ¿Sera que nada de eso lo conocen los políticos y los economistas? Antes que nuestro campo produzca más alimentos y divisas, el Estado y los privados tendrán que restaurar a sus ecosistemas y a las comunidades campesinas, aplicar políticas de restauración socioecológica y económica. Ojalá lo entendieran quienes simplemente copian las recomendaciones que llegan de afuera.
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*Julio Carrizosa Umaña, ingeniero, ambientalista, miembro honorario de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.