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Desde la llegada de Duque a la Casa de Nariño, el gobierno dirigido por su “mesías” Uribe Vélez fielmente acompañado por sus áulicos, erigieron, de manera perversa y en perjuicio de los intereses nacionales, a la política exterior como herramienta electoral para continuar en el poder.

Los Acuerdos de Paz con las FARC lograron derrumbar completamente el mito de que el conflicto interno (el cual niegan) era el único obstáculo para sacar al país de la miseria en la que está sumergido. Luego de la desmovilización del grupo guerrillero, se hizo inocultable que realmente la corrupción era y es la principal ancla para transformar a un país vergonzosamente posicionado como uno de los más inequitativos del planeta. Asimismo se corroboró que, en todo ese andamiaje de corrupción, el principal protagonista ha sido la extrema derecha que hoy gobierna.
Ante ese escenario, el imputado expresidente Uribe decidió desesperadamente fortalecer su batería de ataques contra Venezuela y Cuba, pretendiendo transitar en la ya conocida fábula del ‘castrochavismo’ a un supuesto neo, que como un virus mutante se fortaleció para causar más daño.
Para desgracia de los colombianos, la cabeza de esa extrema fascista, en calidad de titiritero del Gobierno, sumergió al país en una política exterior propia de la Guerra Fría. De la tradicional macartización a los opositores internos, se pasó al escenario internacional, impulsados por el desespero en construir enemigos.
No conformes con las confrontaciones y señalamientos hacia Venezuela y Cuba, el Gobierno abrió otro frente con Rusia, al expulsar a dos supuestos espías. El dosier secreto que condujo a la orden de salida de los funcionarios de la embajada solo fue conocido por la revista Semana – o mejor el pasquín – y no pasó de ser un vulgar chisme de pasillo.
Sin duda, la gota que rebosó la copa fue la pública y descarada intervención en las elecciones de los Estados Unidos. De manera irresponsable, ya sea por crasa ignorancia, mala fe o muy seguramente las dos, funcionarios del Gobierno y miembros de la bancada del Centro Democrático se pavoneaban en los círculos ‘trumpistas’ de Florida, declarando su irrestricto apoyo al presidente que tuvo como principal propósito derrumbar la institucionalidad de la democracia más estable del planeta.
Como consecuencia de la desatinada intervención colombiana, el panorama en la relación binacional con los Estados Unidos será complicado. El cálculo uribista no solo falló para la presidencia, también en el Congreso que, para infortunio del gobierno de Duque, quedó en manos de los demócratas.
No es difícil prever que arreciarán las críticas desde el legislativo norteamericano por la manera como Duque ha propugnado desde su llegada a la Casa de Nariño por socavar los Acuerdos de Paz, por el imparable exterminio de lideres y lideresas sociales, por las reiteradas masacres y, por supuesto, por la concentración de poder del presidente Duque, que lo posiciona como un “principito” con el camino expedito para continuar aniquilando el Estado de Derecho al que tanto desprecian.
Se puede afirmar que los logros en materia de política exterior son nulos. Las acciones del Gobierno se han encaminado en dos propósitos: por una parte, limpiar la imagen de un gobierno completamente desacreditado en la arena internacional y, por otra, apuntalar la campaña política del Centro Democrático, irradiando miedo y odio hacia los fantasmas del socialismo, el Foro de São Paulo y, en general, todo ese conjunto de patrañas que Uribe y sus adeptos son capaces de afirmar sin siquiera ruborizarse.
En este orden de ideas, ante la carencia de un discurso político, Duque, la invisible Canciller y el partido de Gobierno acudieron al rastrero uso de la política exterior como instrumento electoral, construyendo enemigos imaginarios para que nuevamente la población salga a votar verracos por otro personaje inepto e incapaz de oponerse a las decisiones del “mesías”.
*Héctor Galeano David, analista Internacional.