Los hijos de la paz / Los adversarios de la paz

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Agradecemos a Editorial Planeta la autorización para publicar el prefacio del libro “Entre trizas y risas” del exministro Guillermo Rivera.

En septiembre del 2017, nueve meses después de haberse firmado el acuerdo final de paz, visité en la vereda La Carmelita, municipio de Puerto Asís, el espacio territorial de capacitación y reincorporación en el que se encontraban desde hacía unos meses buena parte de los exguerrilleros que habían integrado los frentes 32 y 48 de las antiguas FARC. Llegué hasta ese lugar a las diez de la mañana, en el momento en que el sol empezaba a brillar luego de un fuerte aguacero. Los rostros de los antiguos guerrilleros que se acercaron a recibirme se veían sudorosos y parecían llenos de expectativas de que mi visita, en mi entonces condición de ministro del Interior, les ayudaría a resolver los problemas logísticos que tenían. Cuando los saludé se me vinieron a la mente algunos de los crímenes más dolorosos que esa guerrilla produjo en Putumayo durante treinta y dos años de presencia armada en ese territorio. Me parecía increíble que esas mujeres y esos hombres que habían hecho tanto daño estuvieran ahora desarmados y apostándole a la paz. Esos pensamientos se interrumpieron cuando observé a una mujer joven que se abría paso entre los exguerrilleros que me saludaban. Cuando estuvo en frente mío pude notar que le faltaba un brazo y que en el otro cargaba un bebe de meses de nacido. Llevaba puesto un pantalón verde como el que usa la policía y una camiseta azul. Se veía angustia en su mirada. Apenas se dio cuenta de que había logrado mi atención me dijo:

—¡Ministro, ayúdeme! Yo soy ecuatoriana y quiero devolverme a mi país junto con mi bebé.

De inmediato le respondí:

—¿Qué necesitas?

Me dijo que requería apoyo en los trámites migratorios. Enseguida le pedí a una de las personas del Ministerio que tomara sus datos para pedirle a la Cancillería que la ayudaran. No resistí la tentación de preguntarle cuántos meses tenía su bebé y me dijo que dos. Se veía bien de salud. También le pregunté por qué quería volver a su país y me respondió:

—La guerra ya terminó y quiero volver a ver a mi familia. —Sin que yo le hiciera más preguntas agregó—: En esta guerra perdí mi brazo y ahora quiero emprender una nueva vida junto con mi hijo.

Así como ella, cientos de exguerrilleras habían parido a sus hijos en esos espacios de capacitación y reincorporación que se habían instalado en distintos lugares del país. Previo a su llegada a ellos y a partir de la firma de un acuerdo bilateral de cese al fuego, ocurrida cinco meses antes de la firma del acuerdo final, los guerrilleros se habían preconcentrado en algunos sitios de la geografía nacional para luego desplazarse a los espacios dispuestos para empezar su reincorporación a la vida civil. Desde ese momento suspendieron su actividad militar y las vidas de las guerrilleras y los guerrilleros cambiaron radicalmente. Los niños que en ese momento estaban naciendo eran una señal inequívoca de esa nueva realidad. Varios medios de comunicación destacaron a esos recién nacidos con la frase: «los hijos de la paz». La antigua revista Semana, en una edición especial que le dedicó a estos niños y a sus madres, señaló: «La cosecha de bebés en las filas de las FARC demuestra que la guerra ha quedado atrás y que hoy los excombatientes le apuestan a un futuro diferente. El tronar de los fusiles ya no se oye. Lo desplazaron por sonidos nuevos: el llanto y las risas de una nueva generación de colombianos nacida en las montañas, en los últimos días de la guerra».

Así como las circunstancias estaban cambiando en el seno de la guerrilla más antigua del continente, también estaba ocurriendo lo mismo en las regiones en las que esa organización armada había operado: los registros de las cifras de homicidios eran los más bajos de los últimos cuarenta años, no había noticias de secuestros, tampoco de víctimas de minas antipersonas ni de desplazamientos forzados.

Entre los años 2016 y 2018 el país vivió una reducción de la violencia sin antecedentes en mi generación. Había razones para tener esperanza.

Tanto los hijos de la paz como la ostensible reducción de la violencia eran un indicador de que la guerra era un absurdo y que quienes la promovían eran prisioneros de la insensatez. Haber llegado a ese momento costó muchos esfuerzos y muchas frustraciones durante las cuatro últimas décadas. El primer esfuerzo corrió por cuenta del Gobierno de Belisario Betancur, pero también lo intentaron Virgilio Barco, César Gaviria y Andrés Pastrana. Quien finalmente logró concretar un acuerdo final con las FARC fue Juan Manuel Santos.

A pesar de que las evidencias de los beneficios de la paz saltaron a la vista, un sector político liderado por Álvaro Uribe se empeñó en desconocerlas y en convencer al país de lo contrario. Fernando Londoño, uno de los más radicales voceros de ese sector, señaló en el 2017: «El primer desafío del Centro Democrático será el de volver trizas ese maldito papel que llaman acuerdo final con las FARC, que es una claudicación y que no puede subsistir». En junio del 2018 la mayoría de los colombianos eligieron a Iván Duque, el candidato de Uribe, como presidente de la República. Su gobierno, fiel a los postulados que defendió en su campaña, hizo muchos esfuerzos por debilitar el acuerdo de paz, dejando a la deriva la mayor parte de los compromisos del Estado para su implementación. Lo más grave de esa actitud omisiva es que permitió que la violencia reapareciera en algunos territorios. En medio de ella, cientos de líderes sociales y excombatientes de las FARC han sido asesinados. También volvieron las masacres y los desplazamientos forzados.

A la luz de lo que ocurre hoy, pareciera como si en cuatro años se hubiera querido borrar de un tajo ese sosiego que el país alcanzó a sentir entre 2016 y 2018.

Mauricio García Villegas, en su libro El país de las emociones tristes, plantea la tesis de que la pugnacidad con que nos enfrentamos los colombianos es el resultado, en gran medida, de las emociones tristes que nos guían: el odio, el resentimiento y la venganza. Algunas de esas emociones parecieron ser la motivación de varias de las decisiones que se tomaron frente al acuerdo de paz a partir del 7 de agosto del 2018.

Este libro es, por una parte, una narración cronológica sobre los esfuerzos y las frustraciones por alcanzar la paz en los últimos cuarenta años; asimismo, es una narración sobre los años en los que la mayoría de los colombianos creyeron ingenuamente que la política de seguridad democrática conduciría a un triunfo definitivo sobre las FARC en el campo de batalla. Lo hago primero desde la que fue mi visión de estudiante universitario de finales de los años ochenta y principios de los noventa, luego desde mi paso por el Congreso de la República y finalmente desde mis responsabilidades como funcionario del Gobierno nacional en el momento de la implementación del acuerdo final de paz. Y, por otra parte, este libro es también un examen a las acciones y las omisiones de Iván Duque y sus copartidarios frente al acuerdo final de paz.

Los lectores encontrarán en estas páginas una montaña rusa de sentimientos que van de la esperanza a la desesperanza, de la ilusión a la frustración y del escepticismo a la fe.

*Guillermo Rivera, ex-ministro del interior, ex-representante por el Putumayo y ex-veedor distrital. @riveraguillermo

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