Protesto

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Quiero enviar un mensaje de fortaleza, un abrazo de padre a los líderes y lideresas, decirles que no están solos, mi pluma los acompaña.

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En una de esas vacaciones que fui a mi hogar, un día vi a mi octogenaria madre sentada en silencio en señal de recogimiento pasando por sus arrugadas manos una camándula. Yo había regresado de la calle y la encontré en esa actitud contemplativa.

Con el bullicio de la calle a cuestas le interrumpí: – ¿qué haces? -. Yo sabía que estaba rezando. Se me quedó mirando sorprendida como si me hubiese visto por primera vez. – ¿En qué planeta vives, acaban de asesinar a dos líderes sociales en el Cauca, estoy aquí rezando por ellos, si la cosa sigue así los van a matar a todos? -, me respondió acongojada. – ¡Lo siento! -, le dije, – ¡no sabía de estos últimos! –

Salí a pie juntillas para no seguir interrumpiendo. Di varias zancadas y crucé la calle; me senté en un parque a meditar en toda esta barbarie de la que son víctimas los líderes sociales en este país. Recuerdo lo triste que se puso cuando asesinaron a Temístocles Machado, “don Temi” como amorosamente le decían en Buenaventura. Ese día me telefoneó para comentarme ese suceso; ya me había enterado de esa infamia y duramos varios minutos escuchando el silencio.

Al fondo, el televisor dejaba escuchar la música de la telenovela de turno, tal vez era su nieta que miraba la eterna serie turca llamada Elif. Desde donde estaba le ayudé a levantarse; fue y se quedó en silencio frente a un pequeño santuario que tiene en su habitación. Ahí se quedó por largo rato contemplando un Cristo sufriente, antiquísimo, parecido al de la pintura de Goya, heredado tal vez de sus abuelos. Mi madre tenía toda la autoridad civil y moral para preguntar, reclamar por lo que les está sucediendo a los líderes y lideresas de este país. Durante toda su vida fue líder social y comunitaria; de niño siempre la veía metida entre los más pobres, en las veredas, gestionando un acueducto, una electrificación rural. Aún recuerdo ese día cuando mi padre la acompañó a un lejano corregimiento y vi la alegría reflejada en su rostro cuando se encendieron las primeras luces voltaicas. Mi padre, quien permanecía a su lado en la parte izquierda, rodeó su hombro con uno de sus brazos y con ternura le besó la cabeza susurrándole: “hágase la luz”. Yo permanecía a sus espaldas contemplando esa conmovedora escena. Eran otras épocas.

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Para mí, un niño aun, ver a mi padre rodeando el talle de su vestido mirando esa luz fue una pequeña epifanía, una revelación; muchos años después recogería su legado cuando me convertí en defensor de los derechos humanos. Algunas veces la acompañaba a hacer antesala; pasaba horas enteras esperando a un político hijo de puta, que algunas veces se escabullía por la parte trasera de un edificio pintado de amarillo. Casi siempre esos edificios los pintan de ese color, como para recordarles a la gente que desde ahí por espacio de cuatro años los ponen a comer de la que sabemos. A veces no le entendía cuando les decía a sus hijos que el poder lo tenía la ciudadanía, que “ellos” los políticos, se debían a nosotros, eran nuestros servidores. De ahí que mi tesina de grado fue sobre la política de Aristóteles. Han pasado muchos años y al parecer nada ha cambiado. En estos días, vísperas de elecciones andan como almas que se lleva el diablo, por poblaciones, calles y ciudades, desaforados comprando votos, jugando con los sentimientos y “la cuchara de la gente”, como me lo dijo una humilde mujer que andaba con lista en mano bajo un sol infernal recogiendo firmas para uno de ellos, y si no lograba la meta, su hija que trabaja en una oficina de esas de color “amarillo” podía perder “el puesto”.

En días pasados, asesinaron a Teófilo Acuña y a Jorge Tafur, emblemáticos líderes sociales del Sur de Bolívar. En mis correrías por esos territorios, conocí de cerca a “Teo” como cariñosamente le llamábamos. Con él compartí inolvidables momentos al lado de la gente; ellos fueron una escuela para mí. Recibí la noticia esta semana por parte de una amiga que sollozaba mientras me relataba ese terrible suceso. Ha sido un golpe muy duro que todavía no he podido asimilar; por eso condeno y rechazo enfáticamente toda acción violenta en contra de nuestros líderes y lideresas sociales, porque el día en que la historia nos juzgue por esta barbarie que está sucediendo, pueda estar en paz y decir que aquí hubo una pluma que protestó. Le escribí a Laura Gil, responsable de este portal y le comenté que no iba escribir este fin de semana como religiosamente lo hago, en protesta por lo que había ocurrido con Teófilo y Jorge y los demás líderes caídos. Rumiando, meditando cosas, vino a mi mente esa imagen epifánica donde mi padre le rodeaba el talle del vestido a su compañera de toda la vida y ambos contemplaban con regocijo a muchos niños campesinos jugar, mujeres reír, caminar de un lado a otro porque, en muchos años de tinieblas, por fin les había llegado la energía eléctrica. Y entendí que la mejor forma de protestar es seguir escribiendo. Defender su legado.

En esta fría madrugada sentado frente a mi ordenador, mientras escribo esto, quiero enviar un mensaje de fortaleza, un abrazo de padre a los líderes y lideresas sociales de este país y en cualquier parte del mundo, decirles que no están solos, que mi pluma siempre va estar de su lado, que su lucha no va ser en vano, que algún día no muy lejos mientras cruzamos en este barco y salimos del corazón de las tinieblas, como el capitán Joseph Conrad, podamos decir: “hágase la luz, y la luz existió”. A Teo y a Jorge, quienes desde el cielo nos seguirán guiando, muchas gracias, gracias infinitas por inspirarnos, por sus enseñanzas en medio de este país de hipócritas y sepulcros encalados, uno de los más religiosos del hemisferio y que al parecer ha adoptado como lema: el que mata y reza, empata.

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*Sacerdote. Premio nacional de cuento y poesía ciudad Floridablanca. Premio de periodismo pluma de oro APB 2018- 2019. Especialista en intervención comunitaria.

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