El pueblo Je’eruriwa, al límite de la extinción

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Cada pueblo ancestral que desaparece se lleva consigo una parte fundamental para nuestra existencia.

El pueblo Je’eruriwa es único. En sus relatos no se reconocen clanes mayores o menores y son espirituales y guerreros, pertenecientes a la gran familia lingüística Arawak. Desde tiempos remotos, compartieron territorio del río Wani’íyá y costumbres con el pueblo Jurume’e. Los Je’eruriwas se reconocen como pueblo del territorio Yuruparí, cohabitando con los Yukúna, Matapí, Tanimuca, Letuama. Según sus relatos milenarios, el momento de la repartición del territorio les fue dejado como espacio propio el río Wuani’iyá – río Sol – y sus inmediaciones, ubicado en el norte del departamento del Amazonas, margen izquierdo del río Caquetá entre el corregimiento de la Pedrera y Puerto Santander, lo que se identifica como la esquina occidente del gran territorio Yuruparí al que pertenecen. Se reconocen como hijos del dueño universal de la palabra Je’echu Tupana.

Este pueblo, que defiende su territorio y cultura del Yuruparí a partir de los cuales ejercen pagamentos en bien de la humanidad y la naturaleza, se aferra a su cultura, a su espiritualidad, a sus tradiciones ancestrales, para persistir y lograr el reconocimiento de su territorio, de su autonomía, de su lengua. A pesar de los graves acontecimientos de que ha sido víctima, el pueblo Je’eruriwa, insiste en reclamar sus derechos y en autodeterminar su presente y su futuro como pueblo que defiende el territorio Yuruparí para bien de toda la humanidad.

Momentos antes de la llegada de los europeos a territorio Yuruparí, se relatan enfrentamientos violentos, tensiones y ataques entre los pueblos originarios. Estos relatos incluyen anuncios realizados por los dioses, consultas espirituales practicadas por los chamanes y noticias llevadas por los hombres chiquitos, seres semiespirituales llamados machácana que intervinieron para conocer la causa de las violencias y definir el futuro del pueblo Je’eruriwa, razón por el cual una parte del pueblo se aisló en la selva adentro y otros se quedaron resistiendo, siendo estos las víctimas de los blancos en el inicio del exterminio de este pueblo que vive entre la selva, la exclusión y la persecución (Relato de Wapaya’a Je’eruriwa Buyáyuca conocido como Eduardo Rodríguez Macuna, líder indígena del pueblo Je’eruriwa).

Con la llegada de los europeos, los je’eruriwas se dividieron en dos grupos. Un grupo decidió acatar la recomendación de los hombres enanos y se internaron en dos puntos oscuros río arriba del mismo río Wani’iyá, a donde nunca nadie, ni ninguna otra cultura podría vivir, y otro grupo decidió quedarse a resistir y confrontar, sufriendo la acción despiadada de los blancos, quienes los desplazaron y redujeron hasta casi exterminarlos. Algunos de estos indígenas, en la búsqueda de refugio, deambularon en territorio del pueblo Yukúna, quienes también les esclavizaron y sometieron.

Con los españoles, llegó, no solamente el sometimiento armado, sino también el sometimiento cultural. A los Je’eruriwa, confundidos por los curas españoles y los primeros registradores con los Yukúnas, se les debilitaron sus tradiciones espirituales, la lengua, la cultura, y el territorio.  Sin embargo, luego de sobrevivir al primer embate genocida, lograron mantenerse aferrados a la espiritualidad y al conocimiento del Yuruparí como símbolo de la creación, del cosmos, del territorio de Yuruparí, de la maloca, del hombre y de la mujer.

Los avances tecnológicos de la industria del transporte ligada a las bicicletas y los vehículos con motor en los países de europeos y en los Estados Unidos generaron una gran demanda de caucho para la producción de las ruedas neumáticas inventadas en 1887, lo que produjo la necesidad de materias primas, las cuales fueron cubiertas por la industria cauchera de Brasil, Perú, Venezuela, Ecuador y Colombia. Luego de sobrevivir a la industria de la quina y las olas colonizadoras, refugiándose en la selva o mezclándose con otros pueblos, comenzó, a finales del siglo XIX, una segunda oleada genocida, caracterizada por uno de los más duros ataques esclavistas contra la vida y la dignidad que los pueblos indígenas recuerdan, no solo contra los je’eruriwas, sino contra todos los pueblos de la Amazonía, esta vez a manos de la industria cauchera. Delitos como la esclavitud sexual de mujeres a manos de los blancos, la esclavitud doméstica de niños y niñas, la tortura y muerte de más de 100.000 indígenas, se registraron luego en varios informes históricos y piezas literarias.

De esa época siniestra se recuerda la presencia de la llamada Casa Arana, principal imperio cauchero, que esclavizó al pueblo Uitoto, lo entrenó y le obligó a combatir y a cazar a otros pueblos con fines de esclavitud, incluido el pueblo Je’eruriwa. La Casa Arana fue posteriormente indemnizada por el Estado colombiano, en detrimento de las víctimas indígenas. Bajo la complicidad del gobierno de Colombia, con la expedición del Decreto Nº 645 de 1900, y la entrega de prebendas y concesiones sobre amplias extensiones de tierra, se produjo una de las más sangrientas campañas de exterminio y desplazamiento de los pueblos indígenas de la Amazonía, que duraría más o menos hasta mediados del siglo XX.

En las últimas dos décadas, los reductos de este resistente pueblo han sido víctimas de asesinatos, desplazamientos, desapariciones y despojo de su territorio en medio del conflicto armado interno. Las guerrillas y el ejército los han vinculado a acciones de guerra, ya sea como combatientes, como informantes o como baquianos, infringiendo claramente el Derecho Internacional Humanitario y la prohibición de usar a indígenas en el conflicto armado interno de Colombia. De otro lado, el narcotráfico, la explotación ilegal de oro, la exploración en búsqueda de coltán, el tráfico ilegal de flora y fauna salvaje, entre otras actividades ilegales, han hecho imposible su permanencia en el territorio. De esta forma se configura un nuevo ataque para el exterminio genocida de un pueblo y una cultura milenaria.

El pueblo Je’eruriwa, portador de altos conocimientos espirituales, de cánticos y de sanaciones que no están mezcladas con ningún instrumento musical fuera de su tradición, ni mezclados con cantos españoles o en otro idioma, mantiene su cultura autóctona, bajo un régimen que cuidan más que su propia vida; este pueblo está reducido a menos de 100 personas desplazadas y ubicadas en Leticia (Amazonas), en Mirití (Amazonas), en La Pedrera (Amazonas), en Villavicencio (Meta) y en Medina (Cundinamarca), sin contar a los que seguramente habitan en el parque Chiribiquete, de los cuales no se tiene conocimiento cierto hace más de 500 años. En noviembre de 2016, después de múltiples esfuerzos, el líder nativo Eduardo Rodríguez Macuna, Wapaya’a, logró reunir por primera vez y constatar la existencia de ochenta y siete indígenas de diferentes edades.

Luego de muchas luchas, amenazas y sufrimientos, el 1° de enero de 2017, después de un estudio etnológico, etnográfico y antropológico, se reconoció por parte del Estado colombiano, a los Je’eruriwas como “Pueblo Indígena Diferenciado”. Sin embargo, como es evidente, hoy viven una situación que amenaza con su total desaparición, pues no cuentan con territorio propio, pese a que el Estado les reconoció como “comunidad indígena sin territorio” y pese a que, el 27 de junio en el 2019, mediante el auto 351, la Corte Constitucional por primera vez los incluyó en un plan de pilotaje para hacer un diagnóstico, conocer su situación y buscar la reivindicación como pueblo.

En estos momentos, en medio de las afectaciones producidas por las medidas para contener la pandemia del Covid-19, desacertadas la mayoría, el proceso tendiente a lograr las garantías como pueblo, con derecho a su territorio y a su autonomía política, cultural y administrativa se ha visto estancado, primero por la ley de garantías electorales, luego por el cambio de las autoridades administrativas como gobernadores y alcaldes, luego porque ello requiere la planeación de su desarrollo y la armonización de esos mismos planes, que solo hasta junio de este 2020 empezaron a activarse. Esta grave situación reclama una acción y atención urgente de las instituciones que hacen parte del Sistema Nacional de Atención y Reparación Integral a las Víctimas – SNARIV- y en especial de la Unidad para la Atención Integral a las Víctimas del Conflicto Armado – UARIV- , que proteja y garantice la sobrevivencia del pueblo Je’eruriwa, que le entregue un territorio adecuado para la recuperación, fortalecimiento y desarrollo de su cultura, sus tradiciones organizativas, su espiritualidad, a partir de su voluntad de reunificación familiar y reubicación definitiva. La Amazonía exige la permanencia en su territorio de los pueblos que la han protegido y la han preservado para beneficio del planeta.

El pueblo Je’eruriwa merece el respaldo de toda la humanidad; su coraje, su espíritu guerrero, su tradición milenaria, su cosmogonía, su espiritualidad, su lengua, su arte, son riquezas que no podemos perder, por el bien de todas y todos. No se trata solo de un acto solidario; es principalmente un acto de sobrevivencia. Cada pueblo ancestral que desaparece se lleva consigo una parte fundamental para nuestra existencia.

Nota: Este artículo se pudo escribir gracias a los relatos y aportes realizados por el líder indígena del pueblo Je’eruriwa, Eduardo Rodríguez Macuna, Wapaya’a, sobreviviente del conflicto armado en situación de desplazamiento forzado.

*Luis Emil Sanabria, bacteriólogo, docente universitario con estudios en derechos humanos, derecho internacional humanitario y atención a la población víctima de la violencia política. @luisemilpaz

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