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El estallido popular no obedeció a las torpes reformas tributaria y de salud, que el Gobierno fallido de Iván Duque pretendía imponer en medio de la peor agonía ciudadana de que se tenga memoria.
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Después de veinte días de paro nacional en Colombia, por las razones que de sobra todos conocemos, el fragor popular comienza a enfriarse. Las protestas y manifestaciones más prolongadas de los últimos años en esta, ahora sí, Patria Boba, han venido perdiendo ebullición. Ese languidecimiento se puede entender a partir del terror sembrado por el Gobierno cuando mandó a las calles al ESMAD para que, haciendo gala de la ‘proporcionalidad de medios’ en la legítima defensa, respondiera con disparos a las pedradas y caucherazos de envalentonados estudiantes. Como si esto fuera poco, al cabo de unos días de desmadre, militarizó las ciudades para ‘neutralizar’ a las enardecidas turbas que a su paso iban dejando ciudades hechas trizas.
El estallido popular no obedeció a las torpes reformas tributaria y de salud, que el Gobierno fallido de Iván Duque pretendía imponer en medio de la peor agonía ciudadana de que se tenga memoria. Fue un cóctel nefasto: incontables aplazamientos de una mejor vida, descomposición de todos los poderes del Estado y una histórica miseria lo que detonó la crisis. Sí, fue la impotencia ante las recurrentes injusticias contra las clases menos favorecidas, ocasionadas por la indolencia y la corrupción enquistada de todos, absolutamente todos los gobiernos colombianos.
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Si bien el movimiento estudiantil no ha allanado espacios deseados en lo que a sus derechos se refiere —por falta de garantías y de verdadero respaldo—, hay que exaltar su sensata y consecuente decisión para reclamar lo que las generaciones pasadas nos dejamos arrebatar en medio de un silencio abyecto. Lamentablemente, son los estudiantes quienes han recibido las balas asesinas de ‘quién sabe quién’. “Qué vivan los estudiantes, jardín de nuestra alegría, son aves que no se asustan de animal ni policía. Y no les asustan las balas ni el ladrar de la jauría, caramba y zamba la cosa ¡qué viva la astronomía!”
En cambio, y como ha sido costumbre en cada levantamiento popular, el Comité del Paro, que a decir verdad no representa al tuétano del pueblo sino a unas variopintas élites de los gremios, se desató del mástil y está dejándose seducir por los cantos de sirenas que vienen desde el establecimiento. Corruptelas en todas las esferas sociales que hace rato hicieron metástasis. El panorama no es halagüeño.
El vaticinio de lo que pasará lo recreo con esta típica situación: la esposa decidida coge a sus famélicos niños y se va para donde la familia materna. Ante esta afrenta irreverente, el marido irresponsable, infiel, borracho y golpeador se pone violento al comienzo, pero se da cuenta de que así empeora las cosas. Entonces empieza a acercarse con flores, regalos, invitaciones y prometiéndole el cielo y la tierra. Frente a eso, ella, sumisa como siempre, termina creyendo todo ciegamente, y regresa en una tensa calma a una especie de luna de miel reconciliadora. Y así irán pasando los días. La señora ha de llegar a su lecho de muerte habiendo sido ultrajada de maneras inimaginables. Los hijos crecieron en la miseria, sin oportunidades; heredaron la pobreza monetaria y mental, teniendo claro eso sí, el gris ejemplo y el camino que deben repetir, trasegando sin saberlo, hacia atrás. El círculo de la mierda se llama esto.
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*Fredy René Aguilar, periodista de la Universidad Central. Especialista en política social de la Universidad Javeriana. Corrector de estilo. Desde hace más de 20 años me he desempeñado profesionalmente, tanto en el sector público como privado. @fregar11