¿Quién perdió y quién ganó en primera vuelta electoral en Colombia?

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Mejor dicho, así resulten acomodándose, perdieron muchos de los que, a pesar del desastre, casi siempre ganan.

(Lea también: El asesinato de Gaitán)

Como siempre pasa, con los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia unos ganaron (algunos ambiguamente), otros perdieron y de otros todavía no se sabe. Claro, varios se acomodarán, unos cuantos no aceptarán su derrota y otros más (espero que no muchos) se irán al Pacífico a ver ballenas, aunque de pronto ya no (ojalá que no).

Entre los que perdieron, como representantes de un uribismo 2.0 (que pasó de tipos curtidos en la politiquería y el ejercicio de la violencia a, como leí por ahí, extras devenidos en protagonistas) están Iván Duque y todo su combo de adolescentes cuarentones que, sin mayores atributos y durante cuatro años, se empoderaron de la Presidencia (y los organismos de control) haciendo gala de su parroquialismo, cinismo, ineficiencia y mediocridad. Y no creo que alguien dude de que el pésimo gobierno de Duque, aunado a su falta de carisma, empatía y experiencia (“4 años de aprendizaje” diría Semana), prepararon las condiciones para el triunfo de unos candidatos que (conservadores o no; de izquierda o no) representan una alternativa al establecimiento, ya sea el tradicional que siempre ha estado montado (y que, para mí, encarnaba el autodenominado “centro”), o el emergente que ha representado Uribe y su séquito de personajes que, desde varias regiones, apelaron a la violencia como método.

Total, así algunos no lo crean (y lo reiteren), en estas elecciones perdió el uribismo, que llevaba (a pesar de su corrupción, sus “chuzadas”, su mirada arcaica del mundo, sus vínculos con la delincuencia y la criminalidad; su cinismo, sus “falsos positivos” y tantas cosas más) poniendo presidentes por 20 años. Mejor dicho, ese oscuro capítulo de aquel fenómeno político y emocional que ha liderado Álvaro Uribe Vélez y que, con su locura – y sus obsesiones -, enloqueció – y obsesionó – a un montón de gente que lo siguió apasionadamente – varios lo siguen todavía -, está llegando a su fin, y si bien no se ha acabado del todo, parece que va a convertirse en otro de esos viejos y añejos partidos que resultan tratando de actuar en cuerpo ajeno de acuerdo con las circunstancias.

Vale decir que “el que dijo Uribe” era Federico “Fico” Gutiérrez, un candidato muy flojo que, como se vio, poco tenía que decir, pues terminó rebasado por Rodolfo Hernández, un personaje que, con un discurso muy simple, a veces elemental, caló en mucha gente de manera contundente. A pesar de esto, para mí, el que haya perdido el candidato de Uribe (así este, muy astutamente, no lo haya dicho directamente, al tiempo que Óscar Iván Zuluaga y otros uribistas de alto perfil andaban en esas toldas) es algo que vale la pena celebrar, así sea con cautela.

Pero también perdió el establecimiento tradicional, es decir (y hay que repetirlo), la denominada oligarquía que, con mucho “rabo de paja”, pretendió “lavarse la cara” y quitarse de encima las huellas de sus antiguas alianzas con sectores non sanctos para continuar arriba. Es que, que no se olvide, ese establecimiento fue el que convirtió a Uribe, porque sabía de dónde venía, en una figura del orden nacional y después, cuando este ya les había servido para sus intereses (dándole duro, por todos los medios, a las FARC, vale decir), pretendió deshacerse de él, con los resultados altamente conocidos (y es que la ruptura Santos-Uribe no fue gratuita). Total, esa “lavada de cara” que se pretendió con personajes como Alejandro Gaviria (que, como se vio, estaba inflado por los mismos medios de ese establecimiento) y, por supuesto, Sergio Fajardo (ambos, sin duda, con miradas progresistas sobre ciertos temas, pero acérrimos defensores del statu quo), fracasó estruendosamente, pues perdieron dolorosa y contundentemente, dejando ver su tremenda desconexión con el proceso histórico que vive el país.

También perdieron varias de las castas tradicionales (no todas, hay que decirlo) que, a punta de contratos, clientelismo, chequera y manejos tantas veces cuestionables de los recursos públicos, se han dedicado a comprar votos, perpetuarse en el poder y fomentar la instrumentalización del Estado para fines netamente particulares. Con esto, perdieron los Char, tantas veces señalados por comprar votos y lavar plata (¿y alguien duda eso?); los Gnecco, acusados (y, a veces, condenados) por todo tipo de delitos; los Aguilar, con vínculos (y carcelazos) por corrupción y relaciones con paramilitares, y los Suárez Mira (con un jurgo de acusaciones por el estilo). Asimismo, perdieron los Blel, los amigos de “La Gata”, los Pulgar (¿dónde está el combo del “Ñeñe” Hernández?) y otros tantos de la misma onda, lo cual, sin duda (y a pesar de que se reencauchen, como suelen hacer), es una excelente noticia.

Y perdió César Gaviria, ese espantoso promotor del neoliberalismo y la politiquería (y que no responde por nada), a quien tantos le coquetearon, a pesar de que convirtió al Partido Liberal – o tal vez por eso – en un sartal de oportunistas que, si acaso, servirá para poner congresistas, pero nunca más presidentes. Obviamente, Gaviria, como Uribe, se acomodará y ubicará bajo el árbol que más sombra le dé. Además, es claro que no está muerto (aunque tampoco de parranda) y que algo de incidencia todavía tendrá, pero que estará hundido en una realidad que ya lo empieza a ver como un mueble viejo, sobre todo por su tremendo desprestigio y evidente cinismo, es algo difícil de negar.

También perdió el Partido Conservador que, si bien todavía pone congresistas, diputados y concejales, jamás volverá a poner un presidente, sobre todo si sus figuras más relevantes son personajes vergonzosos como Andrés Pastrana, quien también perdió, y solo habla para mentir y meter toda la cizaña posible para que este país no avance. Eso sí – ojo -, perdió el Partido Conservador, pero no perdió el conservatismo que, desde hace muchos años, ha estado representado por el uribismo (con todas sus variantes) y que, sin duda, se irá con Rodolfo Hernández hasta donde sea posible (porque Colombia sigue siendo muy goda, ¿o alguien lo duda?).

¿Y dónde están Cambio Radical, el Partido de la U y otros por el estilo? No sé, pero al menos en esta primera vuelta también perdieron.

También perdieron (o, al menos, eso quiero creer) los que han querido, por todos los medios, “hacer trizas” la paz; los que a punta de mentiras han saboteado los intentos de transformación de este país, los que estigmatizan la protesta social y aplauden a rabiar cuando algunos policías disparan contra la gente, los que defienden un modelo económico agotado que ha fomentado la desigualdad y que niega los problemas estructurales que aquejan a este país, y los que, en medio de tremendo estallido social, promovieron una reforma tributaria que, sobre todo la siempre embolatada clase media, tendría que financiar.

Mejor dicho, así resulten acomodándose, perdieron muchos de los que, a pesar del desastre, casi siempre ganan.

(Texto relacionado: Rusia, Ucrania, los matones del barrio y las guerras sin fin)

¿Y quiénes ganaron?

En primer lugar, los que pasaron a segunda vuelta, pues siguen en la contienda aferrándose a la ilusión de ganar. Así, ganó Petro, pese a que esperaba obtener una mayor votación (incluso para ganar en primera vuelta, algo que, sinceramente, nunca fue viable, por lo que en algunos quedó cierta sensación de derrota) y que ahora ve con preocupación que, si la derecha se une en torno a Hernández (y si otros se van, de nuevo, a ver ballenas), la victoria estará cuesta arriba.

A Petro, que de todas formas sacó una mayor votación que en la segunda vuelta de hace 4 años, le toca convencer al montón de gente que no vota, buscar acuerdos con sectores que siempre le han tenido desconfianza y poner a actuar a esas cuestionables nuevas fichas (estilo Benedetti, Barreras, Prada y otros por el estilo) que, con un discutible pragmatismo, ha incorporado en su pacto, pese a las críticas de distintos sectores. La cosa, para Petro, creo yo, está jodida, pero hay bastante en juego todavía, pues no se puede olvidar que ganó en primera vuelta, y por bastante margen.

Y ganó, sin duda alguna, Rodolfo Hernández quien, al haber estado en un lejano tercer lugar en las encuestas, y por mucho tiempo, no sufrió un gran desgaste, pues la atención iba dirigida a otros candidatos, al tiempo que calaba con su discurso elemental y sus posturas tradicionalistas sobre tantas cosas, pues esto le gusta al “colombiano de a pie”, es decir, a ese de mentalidad conservadora y que, de todas formas, manifiesta cansancio de los políticos tradicionales. No creo, por cierto, y a diferencia de lo que dicen otros, que Hernández sea el “gallo tapao” del uribismo, pero sí es claro que los uribistas votarán por él en masa, pues, además de ser ahora el “antipetro”, tiene ese estilito de “le doy en la cara, marica”, que tanto gusta a ciertos personajes y que se hizo con él realidad cuando le pegó un manazo a uno de sus críticos.

Claro que Hernández tampoco tiene necesariamente la mano ganadora y que su falta de fuerza política propia (prácticamente ningún congresista a nivel nacional) le puede causar bastante inconvenientes, aunque, como ya se está viendo, muchos de los de siempre se le pegarán, aunque, obvio, eso no será gratis.

También ganó la Registraduría, porque, a diferencia de lo que pasó en las elecciones al Congreso, los resultados fueron rápida y efectivamente conocidos. Así que las críticas (venidas de todos los flancos) sobre un supuesto fraude electoral quedaron desvirtuadas, al menos por ahora.

Finalmente, ganó la sufrida, incompleta y golpeada democracia colombiana, pues la gente votó y escogió el candidato de sus preferencias y, pese a presentar altos niveles de abstención, esta se ha ido menguando con una participación del 54%.

En ese sentido, nunca antes, como ahora (tal vez con Gaitán, pero este estaba respaldado por el otrora mayoritario Partido Liberal), una figura política de izquierdas estaba tan cerca de lograr la Presidencia de la República, lo cual, en un país donde aún estigmatizan, amenazan y matan a las más importantes figuras de esta tendencia (y donde se asesinó a muchos de sus nombres más relevantes, prohibido olvidar), es un avance notable.

Por su parte, Rodolfo Hernández, el empresario santandereano devenido en político, es el “outsider” de esta campaña, es decir, una especie de Donald Trump criollo que, con su mirada tradicionalista y patriarcal de la vida; sus posturas simplistas pero contundentes, su trayectoria como empresario (es decir, como “patrón”) y sus denuncias contra la corrupción, genera admiración en algunos sectores, sobre todo de raigambre conservadora. Y vale repetir que, como venía de tercero en las encuestas, no sufrió el desgaste que sí sufrieron Petro y Gutiérrez (y Uribe), a pesar de que ya le empezaron a sacar algunos cuestionamientos (algunos bastante graves) que tiene rondando por ahí y sobre los cuales poco se ha hablado hasta el momento. También volverán varios de los de los descaches que ha tenido, como el desconocer dónde queda el Vichada, lugar donde, paradójicamente, ganó en votación.

Por cierto, no se sabe mucho de Marelen Castillo, su candidata a la vicepresidencia, a diferencia de lo que pasa con Francia Márquez, quien se convirtió en una figura nacional, pero eso poco importa, al menos por ahora, para el resultado final (eso sí, supongo que la periodista que iba a ocupar ese lugar debe tener alguito de guayabo). 

Vale decir que ambos candidatos, Petro y Hernández, son anti-establecimiento o, al menos, eso pregonan, y si bien lo son de manera diferente, con Petro como crítico permanente del sistema económico colombiano y de las relaciones entre política y mafia, y Hernández como empresario alejado de la politiquería tradicional, al final han sido parte de este, aunque de manera diferente.

De hecho, Gustavo Petro y Francia Márquez representan ese intento de cambio que, con nuevas miradas y diferentes personas, es, a mi modo de ver, urgente y necesario para este país, a pesar del miedo y la desconfianza que esto le genera a mucha gente. Y, aunque se pueda pensar lo contrario, tienen similitudes con Hernández y Castillo, claro, con muchos matices (porque, como dicen por ahí, el Diablo está en los detalles), en temas como el replanteamiento de las políticas antidroga, el respaldo a la decisión de la Corte Constitucional sobre aborto, el rechazo al fracking, la reactivación de negociaciones de paz con el ELN, la búsqueda de energías “alternativas” y la eventual negociación – o no – y el sometimiento de otros grupos armados ilegales. A la vez, claro, hay diferencias de fondo que no son solo de talante, en torno a la población LGBTIQ+, el énfasis en los enfoques de género y el manejo de la economía. Son entonces, y a pesar de todo, dos visiones distintas de país, aunque no necesariamente opuestas, las que están en juego.

Quedan tres semanas para la elección y todavía falta un importante camino por recorrer. Ojalá que se tome una buena decisión, pues ya es hora de que Colombia, por fin, pueda apuntar a esos problemas estructurales que la aquejan y darle vuelta a su trágica historia para que no siga condenada a otros cien años de soledad (y así decir eso sea un cliché, no deja de ser cierto).

Ya es hora de lograrlo, porque yo, como todo el mundo, quiero vivir sabroso, ¿o es que hay alguien que piense lo contrario?

(Le puede interesar: Boric, Chile y una nueva esperanza)

*Petrit Baquero. Historiador y politólogo. Autor de los libros El ABC de la Mafia. Radiografía del Cartel de Medellín (Planeta, 2012) y La Nueva Guerra Verde (Planeta, 2017).

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