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Un relato a casi un año del mayor estallido social de la historia reciente de Colombia.
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Corría el mes de noviembre del año 2019 y en el país ya se anunciaban los puntos de concentración desde los que iban a partir las marchas en favor del proceso de paz, la educación y contra los asesinatos de líderes sociales. En Cali, una de las marchas hacia la Universidad del Valle salía desde Puerto Rellena, un lugar que queda sobre toda la avenida Simón Bolívar y que marca la frontera entre los barrios República de Israel, Mariano Ramos, Villa del Sur y José Holguín Garcés. Si bien el punto se ubica en el oriente de Cali y es bastante popular, no es un lugar “muy deprimido” como se empecinan algunos en decir. La marcha del 21N al final se canceló y no salió desde Puerto Rellena, pero desde ahí empezó a gestarse lo que hoy conocemos como Puerto Resistencia.
Después de un año y pico de pausa, la agudización de los problemas económicos y sociales del país por cuenta de la pandemia, la exacerbación que causaron la propuesta de gravar con IVA productos de la canasta familiar como el azúcar, el café y el chocolate y la frase de Carrasquilla en la que afirmó que la docena de huevos costaba 1.800 pesos, hicieron que las protestas del 2021 regresaran mucho más fuertes y que Puerto Rellena, ese lugar populoso de Cali, explotara y se convirtiera en Puerto Resistencia. Allí la comunidad se organizó: surgieron las ollas comunitarias, la misión médica y, por supuesto, la Primera Línea de Puerto Resistencia.
Jonás* tiene 38 años. Es padre de dos hijos y, como la gran mayoría de los del gremio en Cali, perdió su negocio de producción de calzado por cuenta de las importaciones chinas. Se unió a las manifestaciones del año pasado en parte por el sentimiento de despojo al ver cómo su negocio agonizó durante años, pero también por el sentimiento de desesperanza tras un año de pandemia y la indignación producida por la desconexión mostrada por los dirigentes colombianos al anunciar la infame reforma Carrasquilla. Vivió quince días del paro en Puerto Resistencia y fue testigo de algunos de los hechos que allí sucedieron.
Su testimonio comienza el mismo 28 de Abril. Ese día, Jonás se unió a la marcha que salió de Puerto Resistencia hacia la Universidad del Valle siguiendo por la avenida Simón Bolívar. La marcha de ese día se vio empañada por el vandalismo: “dañaron la señalización de tránsito”, dice Jonás. Durante los primeros días de paro, según su testimonio, Puerto Resistencia era un caos total pues nada estaba organizado y todos querían imponer a las malas sus ideas. Además, hubo una especie de juego de gato y ratón entre los integrantes de la Primera Línea y los agentes del ESMAD. “Eran escaramuzas, corríamos de un lado a otro”, afirma. Me hizo recordar los enfrentamientos que presencié cuando yo era estudiante en Univalle. Los “capuchos” avanzaban cinco pasos lanzando piedras y papas bombas y los del ESMAD recuperaban el terreno perdido respondiendo al ataque con gases (a veces con disparos como en el caso de Jhonny Silva) y aturdidoras. Los que estábamos detrás del campo de batalla como espectadores corríamos llenos de adrenalina, pensando que a centímetros de nosotros se extendía una mano que nos alcanzaría y nos llevarían directo a la tanqueta.
El domingo 2 de mayo fue un día nefasto y al mismo tiempo crucial para las manifestaciones en Cali. Esa noche se transmitió en vivo y en directo por la redes el asesinato de Nicolás Guerrero durante la velatón del Paso del Comercio que se organizó en solidaridad con las víctimas del paro nacional. Al día siguiente, Jonás encontró por el suelo la moral de los integrantes de la Primera Línea de Puerto Resistencia y les gritó “¡ya estamos muertos, por eso estamos aquí!”. Los chicos se levantaron y comenzaron a limpiar los escombros que habían quedado del enfrentamiento del día anterior. Los vecinos de la zona también sacaron las escobas para limpiar la calle. Mientras limpiaban, Jonás volvió a gritar: “La pelea no es contra la policía; ellos son esclavos. Es contra la élite”. De esa forma se fue ganando una voz dentro de la Primera Línea, lo que le hizo sentir que, en medio del caos, tenía que aportar sus ideas para darle forma al movimiento. De esta forma, Jonás les advirtió que debían proclamar las pequeñas victorias y que eso solo era posible por medio de la cultura, razón por la que les propuso crear una biblioteca en lo que antes había sido el CAI de Puerto Rellena. Fueron llegando vecinos y miembros de Fecode – o al menos eso era lo que decía en sus camisetas – a donar libros. Igualmente fueron llegando taxistas que le preguntaron a Jonás cuánto dinero necesitaban para la causa; llegaron los cristianos para decirles que “así no es” a lo que Jonás les replicó “si Cristo estuviera aquí, estaría recibiendo piedra, mientras su pastor está esperando a que ustedes le lleven el diezmo”. Unas horas más tarde ya estaba en la entrada de Puerto Resistencia la pancarta que rezaba “Más bibliotecas y menos CAIs”.
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Hacia las diez de la mañana llegaron los amigos de Nicolás. Jonás recuerda especialmente a una de sus amigas que lloraba desconsoladamente y fue la que preguntó si podían pintar un mural en honor al finado. Algunos miembros de la Primera Línea se opusieron argumentando que solamente eran unos gomelitos; no obstante, Jonás convenció a uno de los miembros más influyentes para que permitieran pintar el mural. Así fue como Puerto Resistencia también se convirtió en un espacio de la memoria al conmemorar permanentemente a los caídos en las manifestaciones en Cali, registrando los nombres de las víctimas en las paredes de la nueva biblioteca creada por la comunidad.
El 3 de mayo hubo poca afluencia en Puerto Resistencia. A la par que crecía el sentimiento de solidaridad y apoyo al movimiento, también crecía la desconfianza. Jonás recuerda que todos sospechaban de todos; todos eran ‘tombos’. Incluso él un par de veces fue acusado de ser uno. Él mismo acusó a otro de serlo. Nadie daba nombres, nadie quería mostrar sus caras, nadie daba datos de contacto ni se permitían cámaras en la zona por temor a ser identificados. El miedo era tal que los pocos que pasaban la noche en el punto de bloqueo marcaban el perímetro con mangueras llenas de tachuelas y alambres. Con la llegada de la minga indígena el 5 de mayo, ese sentimiento de zozobra se disipó y se sintieron protegidos. A Jonás le llamó la atención la juventud de los mingueros y que siempre estuvieran acompañados de un mayor. Cuando la minga fue atacada en Ciudad Jardín el 9 de mayo, Jonás comprendió que debía retirarse de Puerto Resistencia, pues no solo esto sino los extraños seguimientos de los que había estado siendo objeto él mismo desde el 5 de mayo lo hicieron temer por su vida. Jonás regresaba a su casa caminando y notó que un sujeto en una motocicleta Honda XR lo seguía. Luego se dio cuenta que el mismo individuo estaba afuera de la unidad en la que él vivía hasta que lo confrontó con estas palabras: “¡estoy harto de ver a este gran hijueputa! ¡O me mata o lo mato!”. El motorizado abordó su vehículo y se fue. Jonás recuerda haber visto a esta persona por última vez el domingo 18 de julio en vísperas de las protestas convocadas para el 20 de julio.
Dos meses después del estallido, Jonás se encontró con “El Mono” quien le dijo que los “habían levantado a todos una noche”. Se los llevaron a una estación de la policía y les advirtieron que no querían volver a verlos nunca más en Puerto Resistencia.
Hoy día, Jonás pasa cerca del lugar, pasa por el monumento, pero no se atreve a entrar a lo que hace casi un año fue un punto de referencia del paro nacional. En Puerto Resistencia, ya no es visible la pancarta que pedía más bibliotecas, ya no está el mural de Nicolás Guerrero, ya no están las ollas comunitarias que alimentaban a los muchachos de Primera Línea y a los que Jonás escuchó decir que ni en su casa los trataban así y que nunca antes habían comido tanto. Al pasar por la Simón Bolívar hoy es posible ver una mano gigante a la que llamaron Monumento a la Resistencia y que, pese a sus detractores, se mantendrá durante esta alcaldía como lo ha dicho en repetidas ocasiones Jorge Iván Ospina. Habrá que ver qué pasará en Puerto Resistencia y con el monumento en el 2023 cuando tengan lugar las elecciones locales.
*Nombre cambiado para proteger su identidad.
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*Ana Marcela Valencia Arango, historiadora de la Universidad del Valle con maestría en Estudios Latinoamericanos Interdisciplinarios de la Freie Universität Berlin.