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Rodolfo Hernández no es alternativa; es la carta oculta de la oligarquía.
(Lea también: El paramilitarismo sigue vivo y matando)
En su última columna para El Espectador, titulada “Rodolfo Hernández: la hora de la franja amarilla”, el escritor William Ospina defendió la candidatura del ingeniero santandereano, expresando su esperanza ante este hombre “honesto y valiente”. Expondré, respetuosamente, mi más profundo desacuerdo con esta postura. Hernández no es sino otra forma más del mismo sistema corrupto, que hábilmente se disfraza de un discurso contra la “élite”, pero que reproduce las mismas actitudes, siguiendo la estrategia de Trump, de Bolsonaro y, en el contexto nacional, de Álvaro Uribe en su primera candidatura.
Desde el comienzo de la columna, Ospina caracterizó a la popularidad de Rodolfo Hernández como una muestra de “que el viejo país de la politiquería y de la corrupción está quedando atrás: en este momento no parece ya que nada pueda detener la indignación de los colombianos y su voluntad de cambiar.” Podría hablar de la acusación en contra de Hernández por supuesta corrupción, a causa del de interés indebido en la celebración de contratos, como informaron varios medios como la FM o El Colombiano. Sin embargo, la corrupción va mucho más allá de las meras acusaciones; la destrucción de las instituciones públicas es también un acto de corrupción, y precisamente es ello lo que propuso este candidato, con su delirante idea de “cerrar la Universidad Industrial de Santander para vender el lote”, como informó RCN Radio. Politiquería no es solo participar en partidos políticos, o estar junto a políticos cuestionados, sino presentar propuestas en apariencia simples, pero que en la práctica son completamente irrealizables.
Los discursos de Rodolfo Hernández están plagados de estas propuestas inviables. Aquí destaco una sobre el proceso de paz con el ELN que, para este señor, no debe ser ningún proceso de paz, sino la firma de un “otrosí”. No sería necesario, entonces, ningún diálogo, sino apenas la firma de un contrato, así como se negocia cualquier carretera o potrero o inmueble.
Esta propuesta del otrosí salió en una reciente entrevista que concedió a El Espectador y puede estar sustentada por dos razones: a. Hernández es profundamente ignorante acerca de nuestro conflicto armado; desconoce que el ELN nunca firmaría dicho otrosí y, por ende, sus cuatro años de mandato serían cuatro años de guerra, al igual que sucedería con cualquier candidato de la derecha; b. Hernández hace esta propuesta siendo consciente que la guerrilla no la aceptará, cerrando de antemano un posible proceso de paz y, por ende, condenando al país a otros cuatro años de guerra, al igual que sucedería con cualquier candidato de la derecha. Por ambos caminos llegamos a la guerra.
La propuesta de este candidato no entiende la profunda necesidad que Colombia tiene de paz; no entiende, o entiende y no quiere escuchar, a las miles de familias destrozadas por culpa de esta guerra. Claro, yo sé que Rodolfo Hernández también es víctima, pero ser víctima no lo valida a uno para entender la guerra; es preciso tener una ética de respeto a la vida, de construcción de paz, de conciencia sobre los desastres del conflicto… Todo ello está ausente de las propuestas de este candidato.
Entonces, es tan corrupto y politiquero como cualquiera. Así empezó Uribe, hacia quien Hernández dice tener admiración y gratitud, como él mismo expresó en el programa Nos cogió la noche. Por cierto, también dijo, en un “lapsus”, que admiraba a Hitler… y bueno, si eso es política de “cambio” y “dejar atrás al viejo” país, pues apague y vámonos. Es tan evidente su cercanía a las viejas formas de la oligarquía colombiana, que los acercamientos de este candidato con Álvaro Uribe y el partido Centro Democrático no han pasado desapercibidos, como informó la FM. Volvamos, entonces, a las ideas de Ospina y preguntemos: ¿acaso Rodolfo Hernández, con lo poquito que aquí ha dicho, puede ser considerado como un representante de la indignación en este país?
Es cierto que la popularidad de este señor ha ido en aumento. De un tiempo para acá, he empezado oír en la calle y conversaciones casuales un creciente apoyo a Hernández. El tipo de persona que le apoya es casi idéntico: hombre, edad mediana, trabajador mal pagado y machista. Es el tipo de gente que siente amenazado su empleo, no por una estructura podrida como es el Estado colombiano, sino por elementos sueltos como algunos políticos corruptos, la llegada masiva de venezolanos o los malos administradores. Es el tipo de gente que cree que el país, en últimas, está bien, pero hay que saberlo llevar. No son necesarios cambios; éste es un buen vividero, pero necesitamos un administrador decente.
Es, entonces, el típico votante conservador. Es el hombre que quiere ver al macho dándole en la jeta al corrupto; es el hombre con pantalones que, cuando una mujer le alza la voz, no tiene empacho en “darle su merecido”; es el hombre que se embriaga y luego lleva pollo asado, porque él es el padre que da cosas, que ofrece, que maneja los asuntos del hogar. Es, entonces, el mismo hombre que votó por Uribe, porque ése sé era el hombre que necesita este país, el que le va a dar duro a esos bandidos de la guerrilla.
Hernández, en su gestualidad corporal, es ese tipo de macho: el que casca a un tipo y amenaza a otro y no siente ninguna vergüenza. Sobre esto dice Ospina: “es capaz sin cálculos de darle una bofetada con su propia mano al que le tiende una trampa. Desde mi punto de vista eso no es ser violento, eso es ser humano. La violencia que ha desgarrado a Colombia es mucho más oscura y más cobarde.” Sin entrar en la concepción tan pobre que se tiene de “ser humano”, veamos lo peligroso de esta afirmación. Ser “humano” es desfogar la violencia sin métodos “oscuros y cobardes”; ¿estamos aquí ante una justificación de una bofetada solamente? ¿No presentimos en esta noción de violencia los ecos de Carlos Castaño? El paramilitarismo en este país se creó con gente así: gente “muy humana”, que no tiene problema en usar la violencia “abierta y valiente” para defender la propiedad; es la violencia del macho que no se deja mangonear. Es esa la misma actitud que ha jodido al país; es la violencia que está detrás de masacres, violaciones y despojos.
Ospina rescata una “violencia abierta” frente a una “violencia oscura” y una violencia buena, frente a una violencia mala. Pero la masacre de El Salado se dio a plena luz del día, en una cancha de fútbol, ante los ojos de la población civil. La masacre de El Aro fue observada desde el cielo por un helicóptero del Estado colombiano. Todo fue hecho sin ocultamientos; todo fue hecho por “seres humanos”. También se rescata la “violencia valiente”. ¿Qué tipo de valentía es pegarle a otra persona, sabiendo que ella no va a responder? Es la misma actitud que tiene el Ministro de Defensa cuando tilda de “valientes” a soldados, cuando éstos lo que han hecho es bombardear a niñas y niños, con aviones fantasma, a las tres de la mañana… ¡Qué valentía! ¡Qué ejemplo de hombre aquel que casca a otro, que le rompe la jeta por mentiroso! ¡Qué le da en la cara por marica (y aquí cito a ese hombre tan admirado por Hernández)! Como se ve, aquí subyace un profundo machismo; subyace la necesidad del Padre violento, fuerte, que nos calme nuestras inseguridades a punta de juete.
Sigue Ospina hablando bien de Hernández, diciendo que él “no pertenece a la casta centralista que ha mangoneado y devastado al país durante muchas décadas, es un santandereano impulsivo y valiente que se ha lanzado solo contra los hábitos tramposos e hipócritas de la vieja política, y ya demostró en Santander que se puede derrotar la corrupción solo con honestidad y con valentía.” El hecho de no pertenecer a la “casta política” no es ninguna garantía de honestidad. Pablo Escobar venía de abajo y miren dónde llegó y cómo llegó allá. Uribe tampoco era parte de la oligarquía bogotana. Ospina perfila a Hernández como un hombre hecho solo, a pulso, como el ejemplo que todos debemos seguir. El hombre berraco y trabajador… Pero bueno, ni tan trabajador, pues la misma Procuraduría lo está investigando por modificar manual de funciones, cambiando las reglas de contratación para, presuntamente, favorecer a su hijo mientras él era alcalde de Bucaramanga.
(Texto relacionado: Luis Pérez Gutiérrez en el Pacto Histórico)
Es completamente falso que en Santander se haya derrotado la corrupción y, en caso de haber pasado (cosa que no es así), los problemas no terminan allí. Mañana mismo se pueden morir todos los políticos corruptos de este país, pero eso no acabaría con problemas profundos como la redistribución de la riqueza, la contaminación del medio ambiente, o las violencias basadas en género. En estos días, precisamente en Bucaramanga, se conocieron una serie de denuncias por acoso sexual contra un entrenador de atletismo. ¿Este tipo de violencias se acabarán cuando se acabe la corrupción?, ¿el problema de Colombia es únicamente un problema de transparencia en los contratos (transparencia que no aparece ni siquiera en las gestiones mismas de Hernández)? No, es posible tener un país con niveles mínimos de corrupción y que, aún así, siga matando gente en las calles, siga permitiendo violaciones y siga perpetuando la desigualdad.
La base principal del programa de Hernández, según Ospina, es muy simple: “alguien que solo dice: paren de robar, paren de vivir del tesoro público, pongamos dinero en el bolsillo de los pobres, reactivemos el campo, hagamos industria, respetemos a la gente.” Parece todo muy sencillo y muy fácil de hacer. “Pongamos dinero en el bolsillo de (esos) pobres”: los pobres allá, los ricos acá y unos ayudan a los otros, como el padrecito que le da monedas al hijo menor. Esta es la lectura paternalista, y francamente clasista, de Ospina. Pero ello no es ni siquiera lo que opina Hernández, pues él, en su delirio, dice que “el mejor negocio es tener gente pobre”. Volvemos a ver coincidencias con el uribismo: no creemos empleo, no demos posibilidades de salud o educación, mejor mantengamos a la gente atada a unos pocos subsidios (como Familias en Acción), a un sistema de miseria que les permita, eso sí, endeudarse para favorecer a los grandes magnates.
Parecería que muchas de las propuestas de Hernández son propuestas locas. Podríamos decir: “no le pongamos atención, es otra vez ese señor diciendo cualquier cosa”. Pero esta actitud es profundamente peligrosa, y fue ella la base desde la que Trump o Bolsonaro llegaran al poder. Estos dos personajes son los referentes para entender a Rodolfo Hernández: hombres que se presentan como fuertes, sin pelos en la lengua, que no se adaptan a las formalidades de las “élites”. Llegan hablando duro, haciendo una apología de la violencia y el machismo. Posando de outsiders, buscan clausurar las pocas garantías democráticas que puede haber y, a la par, profundizar los medios de represión apoyados en las fuerzas militares y los civiles armados. Son personas que se basan en el profundo desconocimiento que la gente tiene de la historia nacional y, por ello, pueden decir abiertas estupideces. En el caso de Bolsonaro, cuando hablaba bien de la dictadura militar en Brasil; en el caso de Ospina, cuando dice que Hernández “encarna la esperanza, una esperanza que había muerto en Colombia hace 74 años.” Aquí se está refiriendo a Gaitán y lo pone al lado del ingeniero santandereano. No voy a comentar esta comparación, ciertamente absurda e irrespetuosa tanto con Gaitán como con la gente que vino después de él. Sólo diré que, de nuevo, Ospina sigue embriagado en la figura del Padre único: no importa el movimiento social, no importa la diversidad del país, no importan las mujeres, ni los pueblos negros o indígenas, no importa nada más. Sólo importa el Líder que llega luego de Gaitán.
Frente a este líder único, se planta un pueblo único: “Colombia no se engaña: el pueblo sabe quién habla claro y sabe quién vende humo. Colombia sabe quién mira a los ojos y quién oculta sus intenciones.” ¿Colombia? ¿Quién es Colombia? ¿Cómo se puede ser tan irresponsable y juntar una serie de pluralidades inconmensurables en una sola opinión? El problema de este país, que no es un solo pueblo sino una multitud de vivencias y luchas, no yace en una sola opinión ni en un solo conocimiento. Una de las violencias de la oligarquía contra los pueblos en Colombia ha sido quererlos meter en categorías fijas y cerradas: esto es Colombia, y Colombia es blanca y católica. Así hablaba Laureano Gómez.
William Ospina dice que Rodolfo Hernández es la franja amarilla. Luego de dos siglos de luchas entre rojos y azules, lo que faltaba era el amarillo para completar nuestra realidad nacional. Hernández es, entonces, el gran colombiano que completa la bandera. Sin embargo, se olvida Ospina que este país no es un país de tres colores; se le olvida que aquí no solo viven hombres machistas, blancos y empresarios; se le olvida que aquí hay gente que muere por estar en contra de la violencia estatal, paramilitar y patriarcal. Y toda esa gente que resiste contra esa violencia no es representada en Hernández, porque él es, física y simbólicamente, otro violentador.
Es tanta la soberbia de Ospina, que no sólo presenta a este macho como salvador de Colombia, sino que se presenta a él mismo como intérprete de esta salvación: “Yo sí sé de dónde ha salido [Rodolfo Hernández]: de este pueblo colombiano indignado, valiente, enemigo de la ceremonia y de la trampa; de ese pueblo al que siempre han despreciado las castas perfumadas.”
¿Saben quiénes eran enemigos de la ceremonia? Los paramilitares. Ninguna ceremonia que hablase de derechos humanos o de presunción de inocencia. Ninguna casta perfumada, lo que importa es el violento olor del aguardiente que exhala el padre protector. Nada de reglas, Hernández es el tipo que arregla el televisor a patadas y el partido a punta de faltas. Él, entonces, es el hombre que necesita Colombia: el hombre básico, salvaje, que se ensucia las manos. Es, entonces, el que no negocia ni se pone a estudiar al país y se vanagloria de ello al decir que solo conoce cinco ciudades de Colombia. ¿Para qué conocer los territorios sagrados de los pueblos indígenas? ¿Para qué ir a los pueblos abandonados del Chocó? Que se queden allá, esos son pueblos débiles, no aptos para el macho.
Dejemos la ironía y terminemos esta columna. Rodolfo Hernández es un tipo peligrosísimo. No solo no conoce el país, sino que no quiere conocerlo. Su actitud no entiende que haya personas que no piensen como él, por eso reacciona con violencia ante cualquier desacuerdo que se le presente. Esta violencia no es loable; es profundamente peligrosa, sobre todo cuando hablamos de la persona que tendrá bajo su mando a las Fuerzas Militares. William Ospina se deja llevar por un romanticismo del “hombre trabajador y violento”; es el típico intelectual que anhela la violencia que él no puede cometer. Es la triste y pálida versión criolla de los intelectuales que apoyaron a Hitler y Mussolini.
La indignación en Colombia no tiene un solo representante, pues vive de diferentes maneras en diferentes luchas. La política del cambio no debe buscar una unidad homogénea en un Padre, sino una pluralidad viva, que entienda la riqueza de este país, su complejidad, y que huya de las respuestas efectistas que lo único que esconden es un discurso autoritario.
Rodolfo Hernández es una persona autoritaria y, si es presidente, será un presidente represor como lo fue Álvaro Uribe Vélez. Será represivo no sólo porque se alejará de “las castas perfumadas”, sino porque ha de inundar al país, como ahora está inundado, de la persistente pestilencia de la sangre.
(Le puede interesar: Libertad a lxs compas de la Primera Línea)
*Nicolás Martínez Bejarano, filósofo de la Universidad Nacional y estudiante de la maestría en historia del arte. Investigador sobre filosofía medieval y estudios visuales. @NicolasMarB
Excelente! Lo que demuestra que nuestros escritores tienen sus sombras y lagunas!
Quisiera creer que W.O, hizo la tarea investigativa a medias o que simplemente no la hizo.
Para la época en que escribió la Franja, muchos nos identificábamos con sus líneas y el ideario de Carlos Gaviria; pero pintar de amarillo a Rodolführer…
Espero con ansia su siguiente entrega sobre el personajillo.
Esto es bueno dejar evidencia histórica para las próximas generaciones de los intelectuales colombianos que apoyaron al Conservador y Neo-Fascista Criollo, porque lo mas seguro es que va ser Presidente y va volver despolitizar a la sociedad, como se hizo antes de la llegada de Álvaro Uribe a la presidencia, una de las características de los Fascismos es acabar con la oposición y la cultura política de raiz. Y esto también va incluido el señor Ángel Becassino, que también parecía un politólogo progresistas y democrático, y hoy nos venden un Autoritarismo porque es mejor que la corrupción tradicional. Ya que Ospina y Ángel Becassino tiene la esperanza que traicione a la oligarquía y se vayan con el pueblo, y posiblemente va ser al contrario traicione al pueblo y se vaya con la oligarquía.